Desafío: El Regateo Infeliz

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No son sólo todos los gobernadores; también el jefe de gobierno de la Ciudad de México –si el Distrito Federal ya no existe, los poderes federales deben encontrar otra sede como ocurrió cuando se construyó Brasilia pada desahogar a Río de Janeiro, en Brasil, hace un poco más de medio siglo-, los miembros del gabinete, con alguna excepción acaso, y el propio presidente de la República. Sí, en cada nivel y circunstancia no puede decirse que la “mayoría” los aprueba con la creciente indignación general; cada uno de los altos funcionarios, sí, está fuera de papeles y es señalado por la ciudadanía que debiera ejercer su soberanía. ¡Lo hemos repetido tanto!
La sociedad exige respuestas; y la clase política se queja de los señalamientos y arguye que los linchamientos mediáticos –así los señalan para alejarlos de los cuadros judiciales-, provienen de líneas entrecruzadas por parte de incondicionales de cualquiera de las opciones partidistas, sobre todo en aquellas entidades en donde los sacudimientos se dejan sentir con el fuelle de la cercana jornada electoral para renovar gubernaturas con no pocas negociaciones soterradas, como en el penoso caso del abandonado Veracruz, que inhiben y sepultan la voluntad de los votantes y exalta el poder de los manipuladores, desde encuestadores turbios hasta autoridades venales pasando ahora por los incontestables “hackers”… no sólo al servicio de los oficiantes del poder público.
Hace una semana se destapó la cloaca en torno a las maniobras cibernéticas elaboradas por un “experto” colombiano, Andrés Sepúlveda, quien intervino en los comicios federales en 2012 para romperlos en pro del priísta enrique peña nieto; la versión, por supuesto, fue desmentida por los operadores de Los Pinos aun cuando no aclararon si llevarían a proceso al declarante, el propio Sepúlveda, cuyas crónicas de la suciedad política, lo mismo que en Nicaragua, Honduras, Panamá, El Salvador, Costa Rica, Venezuela y su natal Colombia, exhiben la fragilidad de los rudimentarios métodos comiciales y la proclividad de quienes mandan a evitar, navegando sobre aguas turbulentas, cualquier crecida de sus opositores. Con ello se evidencia que las elecciones de 2012, mancilladas por los repartos ilegales de monederos electrónicos y despensas de Soriana –almacenes a los que deberíamos boicotear quienes creemos en la democracia; yo lo hago-, fueron también un fraude acaso en proporciones similares al de 2006 cuando se usaron otros métodos, no tan “sofisticados”, para vencer a la izquierda a mansalva con ejercicios parecidos a los de 1988 que culminaron favoreciendo la usurpación salinista.
Las pruebas saltan a la vista: el general colombiano –menos cárteles por allá a cambio de operadores “políticos” viciados-, Óscar Naranjo Trujillo, fue el guía del señor peña en materia de seguridad a lo largo de la campaña y al ponderar la urgencia de crear una “gendarmería nacional”, con mejores pertrechos para combatir al narcotráfico según se decía, cuya desembocadura final ya conocemos: se redujo la importancia de contar con una secretaría ad hoc para concentrar a la fuerza policiaca federal de nuevo bajo el dominio del titular de Gobernación, en este caso el hidalguense miguel ángel osorio chong, uno de los caciques de su entidad en donde ya fue gobernador. Nos dieron, sí, gato por liebre bajo un estruendo de carcajadas de los delincuentes perfectamente camuflados dentro y fuera de las instituciones gubernamentales.
La red colombiana, misma que sostuvo en el poder a contramarea a Juan Manuel Santos cada vez más repudiado como peña en México, fue capaz de domeñar al potro de las elecciones e imponer las diatribas de siempre con enorme disimulo y no poca desvergüenza.
A este punto confluyeron las mañas conocidas que acaso inician todavía, sin la menor reforma al respecto para evitar la deserción cívica que generan, en los incontables sondeos y las desafiantes encuestas que son capaces de construir escenarios falsos para justificar las tendencias sucias en materia electoral. Lo dijimos igual en 2006, cuando fue evidente que Andrés Manuel se dejó atrapar en la maraña de los indicios prefabricados –primero favoreciéndolo para que él mismo cayera en la trampa de avalar a las casas encuestadoras-, hasta que, en un santiamén, cambiaron de dirección para asegurar la bienaventuranza del panista calderón, un candidato casi anodino y gris, quien, sudoroso, saludó su supuesta ventaja con el rostro inocultable de los falsarios.
Dijimos, entonces, que era indispensable regular las encuestas para darles un auténtico sentido democrático separándolas de cualquier indicio partidista o inducción corporativa. Pero no. Las iniciativas de reformas jamás tocaron el numen de la descomposición generada por las mismas ni los legisladores optaron por estudiar vías alternas para asegurar la verosimilitud e imparcialidad de los tantos sondeos, incluso diarios, para evitar que tales predispusieran al colectivo o, de plano, lo manipularan.
Ahora observamos, además, la fusión del espionaje con las encuestas inducidas para dar cauce a las distorsiones que fomentan el hackeo en las redes sociales, cada vez más activas e influyentes en materia política aun considerando el escaso nivel de análisis de los cibernautas, en general y salvo excepciones, y a cada vez mayor restricción de los operadores oficiales que bloquean, persiguen, amenazan y sancionan a los críticos del sistema y a cuantos expresan opiniones contrarias a las tesis oficiales, sea aislándolas o bajándolas de los navegadores privilegiando, a su vez, a los inductores dispuestos para la defensa del “establishment” a costa de limitar, cercenar y anular a la creciente disidencia. Ya veremos, dentro de algunas semanas, si se salen con la suya en los comicios de este 2016; todo indica que así será.
En tal entorno las interrelaciones entre el poder y la sociedad siguen agriándose en la ruta hacia el 2018. En la Ciudad de México se sospecha de una alianza soterrada entre el PRI y el PRD, que no suelta la plaza desde 1997, para exaltar no sólo la candidatura a la Presidencia del jefe de gobierno, Miguel Ángel Mancera, sin definiciones partidistas por cuanto sus desordenadas ideas, sino igualmente para recuperar puntos en la capital del país en donde ahora el partido del presidente peña es invitado de piedra al festín de los repartos de la izquierda, en amplio abanico de posiciones desde el entreguismo hasta la irreconciliable actitud de los radicales.
Y en cada estado del país, en distintas jornadas y condiciones, revientan los hilos conductores del poder. En Oaxaca, por ejemplo, Gabino Cué Monteagudo, gobernador aliancista, ha sido acusado por la desviación de diez mil millones de pesos con relación a las relatorías de las cuentas públicas de 2012 a 2014. La denuncia la formula, claro, el aspirante al gobierno estatal por parte de la coalición del PT con el PES, Benjamín Robles Montoya quien fuera coordinador de la campaña del propio señor Cué. Una cena de matrimonios no consumados.
Y ni qué decir de Veracruz en donde se encubre a los juniors –los “Porkys” les llama el pueblo-, y se maltrata y exhibe a las jovencitas mancilladas por éstos mientras el repulsivo troglodita, Javier Duarte de Ochoa, ignora y deja pasar el tiempo acaso para favorecer la entrega de poder al “panista” abyecto, miguel ángel yunes linares, quien no se ha detenido ni en la autoría intelectual de crímenes distorsionados y otras felonías, a cambio de favores inconfesables. Fíjense, ni siquiera el líder priísta, Manlio Fabio Beltrones, se atreve a pronosticar, como hacían sus predecesores, victorias en las doce entidades llamadas a las urnas, si acaso en nueve de ellas con extraordinario optimismo; y Veracruz, al amparo de las tropelías indefendibles de Duarte, no está en la lista.
No existe rubro en donde no surja la indignación, incluido el célebre “hoy no circula” citadino en la ciudad más contaminada del planeta y la segunda en el orden de las más inseguras en materia de transportación de mujeres. Acumulamos campeonatos abominables y perdemos los encantos de una inquieta urbe cosmopolita. Y así, el país entero bajo la férula de una dictadura simulada con grandes arreglos subterráneos y laceraciones sin fin para un colectivo tan asqueado que ya, ni siquiera, quiere informarse.

Debate
El señor osorio chong, secretario de Gobernación y uno de los aspirantes priístas a la nominación presidencial, no cesa en la expresión de barbarismos políticos sin el menor asesoramiento –queremos creer para no imputarle la responsabilidad completa al mentado personaje-. Ahora ha querido destacar los “éxitos gubernamentales” en materia de narcotráfico con una sentencia temeraria:
“Hemos rescatado a ciudades enteras en poder de los cárteles”.
No dudo que tal sea su percepción a la vista de ejemplos como el de Ciudad Mier, en la frontera norte, donde los pobladores prefirieron “evacuarse”, por decisión propia, para salvar sus vidas y las de sus familias. Aun así, cabría preguntar al funcionario hablantín si no hay responsables de la paulatina entrega de controles a favor de los narcos. En Tamaulipas, lo hemos repetido una y otra vez, no es casualidad la entrega de los gobernadores al narcotráfico hasta alcanzar las escandalosas cuotas del presente bajo el dominio del descastado Egidio Torre Cantú. Antes de él, crecieron los cárteles con la protección de Manuel Cavazos Lerma, Tonás Yarrington y Eugenio Hernández Flores. Tal es la línea y tales son los resultados de la ausencia de gobierno incluyendo al federal. ¿De qué habla entonces osorio chong?

La Anécdota
Hace unos días visité la hermosa ciudad de San Cristóbal de las Casas y fui testigo de la actividad febril de las etnias que dedican sus labores a la confección de piezas textiles, como camisas de manta o suéteres de lana o algodón, de la mayor calidad pero a precios increíbles: no más de doscientos cincuenta pesos por los segundos. Pese a ello los turistas del centro regatean:

  • Si me los das a ciento cincuenta me llevo dos.
    Las mujeres tzotziles ceden, no pocas veces, y reducen sus precios, más que justos. Y entonces, en el frenesí de la vendimia, los compradores se ufanan:
  • Éste suéter me costaría tres mil pesos en “el palacio de lis palacios.
    Y, claro, en el almacén de Polanco, en plena economía del narcotráfico, no se regatea; se paga sin ver las etiquetas. Lo otro queda en la crónica de las vejaciones contra las laboriosas comunidades autóctonas.

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