Desafío: El Supremo Juez
*El Supremo Juez
*Calle Peligrosa
Por Rafael Loret de Mola
Dos de los principios torales de la Carta Magna son la “soberanía” de las entidades federativas y la “autonomía” entre los poderes de la Unión, el Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial –nombrados como generalmente los señalan con la justicia en la cola-, son poco argumentativos y se dan por sentados sin que en los hechos se cumplan. Puede alegarse que son pilares en tan mal estado que en cualquier momento pueden derrumbarse poniendo en riesgo cuanto sostienen, el estado de Derecho y sus ramificaciones.
En cuanto a los estados de la República es evidente que, al tiempo que corre, los gobernadores son cada vez más incisivos y resistentes a los mandatos del poder central que, tantas veces, los ha aplastado sobre todo en materia pecuniario dada la discrecionalidad con el manejo de las participaciones federales que generalmente favorecen a los partidarios y amigos del presidente en turno. Si bien esta mala costumbre no comenzó ahora sí es en el presente cuando más se ha agudizado por el terco divisionismo del llamado “primer mandatario” –debía ser primer mandante-, quien juega todos los días a enfrentar a los distintos grupos sociales, ahondado diferencias de clase y segregando a los sectores que él supone conservadores incluso sólo por emitir una crítica respecto a su deplorable administración.
La soberanía no es sino autonomía en las entidades porque éstas, al fin y al cabo, reconocen un poder superior, el emanado de la Carta Magna federal, al cual se someten sin mayores recovecos salvo los derivados de la protesta ante las acciones militares y el poco alcance gubernamental contra el flagelo del narcotráfico con el que, siguiendo la línea de mando, debemos acostumbrarnos a convivir porque los sicarios son también seres humanos y mexicanos, faltaba más. Lo mismo que con el maldito coronavirus cuya estela de muerte sigue extendiéndose pero sin llegar a los niveles fatales de otros males como los cardiovasculares, la diabetes o el cáncer.
Tampoco existe la autonomía entre los poderes de la Unión; igual ayer que hoy la última palabra entre la mayoría parlamentaria, la de Morena y anexos, la tiene el presidente y es él quien guía las supuestas diferencias que estila Andrés Manuel para enviar mensajes desestabilizadores para sobresaltar a los empresarios, sus aliados ahora y no ya la mafia del poder, y recordarles quien manda sobre los impulsos de enriquecimiento. Y lo mismo ante los productores genuinos de riqueza, no solo en pale, cada vez menos protegidos ante los expertos especuladores de bolsillos llenos como, por ejemplo, el responsable de la oficina de la Presidencia y exfoxista, Alfonso Romo Garza, y el secuaz de los inmuebles y los contratos de ventiladores, asesino por partida doble –lo fue de la democracia en 1988 y de los periodistas y activistas sociales en la terrible década de los ochenta-.
Dentro del gabinete de Andrés están los peores, los más corruptos, que son gérmenes de la peor pandemia padecida por México: la política putrefacta a la que no escapan ni siquiera los venales aspirantes a tener nichos de redentores. Como el propio López Obrador tan confundido que ya ni siquiera recuerda sus discursos de hace un año o dos. Está enfermo pero no quiere aceptarlo porque se percibe como el juez supremo, el verdadero parlamentario y titular del Ejecutivo federal.
La Anécdota
Las calles se han vuelto más peligrosas. Y el riesgo puede extenderse a las casas particulares pasando sobre derechos inalienables. El sello de la impunidad tiene forma de uniforme castrense; se les ha dado cauce libre al ejército, la marina y la guardia nacional incluso para señalar aquellos domicilios en los cuales tengan “sospecha” –más bien ambición de encontrarse bienes valiosos-, bajo el cielo de un México atenaceado.
Sólo en eso piensa Andrés Manuel: en la manera de cómo encajar más impuestos –sobre cuentas bancarias por ejemplo-, y mantener a la población en estado de temor pasivo en medio de la desgracia epidemiológica más brutal de las que ha sufrido nuestras generaciones. Los malos gobiernos se exhiben ante los grandes desafíos; y el de México no ha sido la excepción.
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