Desafío

Desafío: Debate Inconcluso

  • Debate Inconcluso
  • Última Oportunidad
    Por Rafael Loret de Mola

Hace doscientos años la entrada del Ejército Trigarante, llamado así por tres garantías –el blanco representaba a la religión, el verde a la independencia y el rojo a la “unión” de mexicanos y españoles-, cuya existencia durante dos años, de 1821 a 1823, culminó con la instalación de una “regencia imperial” que luego daría paso al absurdo modelo de un imperio del que jamás abrevaron los insurgentes al mando de Vicente Guerrero, surgido del México negro y quien sería uno de los primeros presidentes del país en 1829 luego de Guadalupe Victoria.

El otro protagonista de la efeméride es Agustín Damián de Iturbide y Aramburu quien ocupó la regencia imperial con el consenso de los llamados “notables” de nuestra naciente nación y luego, bajo el clamor de sus tropas y cortesanos, proclamado emperador con derechos a la sucesión dinástica pero el pueblo, al fin valiente y certero, no permitió que extendiera la burla y diez meses después de su ascenso –entre mayo de 1822 y marzo de 1823- fue expulsado de su precario trono. Falso que lo exaltaran los hijos de la patria quienes, más bien, lo repudiaron y exiliaron. Cuando Iturbide pretendió regresar por “sus fueros”, en 1824 –año en que se estableció una nueva Constitución-, fue aprehendido en las costas de Matamoros y fusilado cerca de allí, en Padilla, Tamaulipas.

Para quienes en un burdo conservadurismo muy cercano al franquismo obcecado elevan la figura del fugaz y espurio “emperador” bien les cabría recordar que su esfinge es la de un traidor por antonomasia; primero repudió a los realistas con su sable rebosante de sangre insurgente y después hizo lo propio con quienes creyeron en él para terminar una guerra extendida a once años, despojándolos del mando a favor solo de su lastimosa persona. Execrable.

Todavía hoy persisten quienes debaten este punto alegando que por la gracia de Agustín –cuyos restos reposan en una capilla de la Catedral de la Ciudad de México-, sin disparar un tiro se terminó un enfrentamiento brutal… pero sin desconocer –he aquí la contradicción mayor- los derechos de los colonizadores españoles que después intentarían una nueva ocupación sin el menor éxito en julio de 1829 desembarcando en Veracruz con tres mil militares: los mexicanos los sacaron a patadas. Iturbide fue hasta su muerte, un lustro atrás, su verdadera garantía sobre que todo sería igual para los explotadores ibéricos; con la República la fuerza de los invasores no pudo lograr incursionar en el México independiente.

Explica este episodio el fondo de una cuestión que, a estas alturas, debería estar superada y, sin embargo, hay ignorantes que se atreven a postular a Iturbide, el doble traidor repudiado por las masas, como “el verdadero padre de la patria”. Una imbecilidad mayúscula hija de la peor de las manipulaciones, la que se refugia en supuestos afanes religiosos.

Tal es la explicación para quienes, solo de oídas, postulan semejante monserga y no sin bastante contenido racista que niega la grandeza de Vicente Guerrero por su color y origen. Tal vergüenza no puede tolerarse en un México tan dividido en la actualidad y ajeno a una revisión histórica precisa y creíble. Por cierto, no se olvide cómo fue la entrada de Agustín a la capital de la entonces Nueva España: desviando a las tropas para pasar por debajo del balcón de su amante, la célebre “Güera” Rodríguez. Es este el nivel moral de sus defensores.

¡Viva México! ¡Mueran los simuladores! ¡Muera el Mal Gobierno!

La Anécdota

El fracaso de la cumbre de la CELAC hace un año, impregnada de payasadas y bravatas, da certeza a que Latinoamérica no podrá unirse mientras persistan dictaduras bárbaras y represoras de los derechos humanos como las de Cuba, Nicaragua y Venezuela… a tope con los caricaturescos personajes que se dicen presidentes, lo mismo Maduro que el iletrado Pedro Castillo Terrones, el sombrerudo, de lenguaje cantinflesco.

Quizá la última oportunidad para ello se dio en el lejano ya 1986 cuando el argentino histórico, Raúl Alfonsín, urgió a los pueblos de Latinoamérica a formar un “club de deudores” para hacer frente al desbordado agio de los poderosos. Para desgracia nuestra, otro traidor, Miguel de la Madrid, boicoteó la moción y, siguiendo las instrucciones del FMI, abogó por las negociaciones unilaterales suprimiendo de tajo todo vestigio del infecundo sueño bolivariano.

En el presente la homogeneidad de entonces se ha convertido en una caldera de ideologías insostenibles.


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