Desafío: Aquella Víspera
*Aquella Víspera
*Me dijo Sócrates
Por Rafael Loret de Mola
Estaba el aire enrarecido por la protesta dispar, con los tanques destinados a la guerra en condición de garrotes contra los estudiantes a quienes se veía como criminales en las esferas del poder. No eran días soleados como relató el entonces icono de la televisión, Jacobo Zabludovsky, quien jamás se disculpó por aquellas crónicas y, en cambio, fue exaltado por narrar la tragedia de septiembre de 1985 cuando “su” casa, Televisa, también se desplomó. Si éste es prototipo del buen periodista habrá que encontrar otra definición para quienes ejercen su profesión sin estar amarrados a la longaniza del poder. No se puede borrar la historia.
Recuerdo que aquel primero de octubre, en la antesala de la masacre, que no queríamos prever a pesar de que cada paso nos llevaba hacia ella, distribuíamos panfletos en nuestra preparatoria llamando, convocando a la magna marcha y concentración en la Plaza de las Tres Culturas. Hasta hoy me agobia la pesadilla de que quizá algunos de quienes recibieron de mí la información no pudieran salvarse de la metralla del indigno Batallón Olimpa, los del “guante blanco”, quienes vaciaron sus armas como si estallaran en carcajadas bajo el dominio del terror.
El entonces presidente, Gustavo Díaz Ordaz, caminó por los jardines de Los Pinos mientras le llegaban noticias de los sucesos; o más bien tenía temor que los miembros del ejército, luego de tomar la plaza, se animaran a seguir su procesión de sangre hacia la residencia oficial, pero no fue así por la intervención del general Marcelino García Barragán, el secretario que puso por delante su lealtad al mandatario y no la que le debía al pueblo. Ustedes dirán si erró o no. Cuando menos, su nieto, Omar García Harfuch, sigue dando mucho que hablar.
Pero, un día antes, nos comíamos el temor a pesar de que los maestros nos mandaban a casa por “previsión”. Claro, dos tanquetas con sus respectivos artilleros rodeaban la institución cual si fuera refugio de terroristas. Yo guardé muy bien mis boletines –en ese entonces no me quitaba la chamarra ni en agosto-, y salí a paso de marcha olímpica del plantel. Ni el célebre sargento Pedraza, quien ganaría una medalla de plata estentórea semanas después durante los Juegos, me hubiese ganado en aquel momento terrible. Tampoco comprendí jamás como había podido realizarse la Olimpiada diez días después de una de las peores tragedias humanas del México contemporáneo. Como si nada.
Pasaron cincuenta años y gracias a Dios no tengo Alzheimer como no pocos de mis conocidos que viven en su paraíso ficticio y a quienes el confinamiento les favorece. Y recuerdo cada minuto, cada relámpago, cada tensión, como si hubiese ocurrido ayer mismo. ¿Ayer digo? Hoy también cuando leo -esto sí no es leoo- sobre las desapariciones de ayer, los asesinatos, las ejecuciones y el horror del ejército en la calla igual que hace cincuenta años pero se corrompe más hasta los intestinos; también ya tuvo su estafa maestra.
Y ya perdimos la esperanza en las ofertas “transformadoras” de López Obrador. ¿Cuánto tiempo le queda?
La Anécdota
Sócrates Campos Lemus estaba al micrófono cuando comenzó el cruce de tiros en la Plaza de Tlatelolco. Él corrió lo que pudo pero fue aprehendido y llevado a la Penitenciaría sita en donde hoy está el Archivo General de la Nación que guarda los testimonios de aquella época ominosa. Ya pasó medio siglo pero ya entonces respirábamos el olor a podredumbre.
En una ocasión, Sócrates me narró un encuentro posterior con Díaz Ordaz, en un campo de golf. El ex mandatario lo reconoció y saludó mirándolo a los ojos y sin reproches. Por ello le pregunté a Campos Lemus:
–Si pudiéramos borrar el 2 de octubre del 68, ¿dirías tú que Díaz Ordaz fue un buen presidente?
–No, porque no podemos borrar la masacre de un plumazo.
A Sócrates le acusaron de haber sido un “soplón” sin ninguna prueba que lo avale. Hoy vive en Oaxaca y es mi amigo.
E-Mail: loretdemola.rafael@yahoo.com
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