Julian Santiesteban

A tiro de piedra: Carlos Joaquín, panista

La consecuencia de no pertenecer a ningún partido
será que los molestaré a todos
Lord Byron

Por Julian Santiesteban

Aunque es evidente que la competencia por la gubernatura quintanarroense comenzó desde el siguiente día en que Carlos Joaquín González tomó protesta como el octavo mandatario local, el llamado este hiciera  el sábado anterior al Partido Acción Nacional (PAN) a mantener el poder en la entidad, representa el inicio formal de la justa que culminará el 05 de junio de 2022, cuando un nuevo gobernante sea electo.

Pero además, Joaquín González pronunció el discurso más político y partidista de toda su administración, justo ahora que comienza la segunda mitad del sexenio y luego de diversos hechos que corroboran que la competencia ha iniciado y que el gobernador solo tomó el banderín del partido por el que él  su grupo político han determinado competir para mantener el poder, aunque incidencia tengan en los demás institutos como el de la Revolución Democrática (PRD); Revolucionario Institucional (PRI, que se ha rendido desde ahora al Ejecutivo) y hasta una fracción de Morena, a propósito de que dichos partidos también están por renovar sus respectivas dirigencias estatales.

Bien, Joaquín González se ha asumido panista, ha terminado con ello la “sana distancia” entre gobierno y partido que promulgó en su administración un ex panista –Felipe Calderón Hinojosa- cuando estuvo en el poder; y acaso es mejor una militancia abierta y franca que una simulación permanente de no injerencia gubernamental en el partido y partidista en el gobierno. Sólo que ahora falta lo más importante: llevar el discurso a la práctica; en el partido y en el gobierno.

El mandatario ha asumido su militancia, ante ello y además de considerar a los “mejores perfiles” para el gabinete, hay que ver si el gobierno “se pinta de azul”, hasta ahora no ha sido así, lo señalaron en su momento sus ahora ex dirigentes estatales; pero falta lo más importante, lo que el partido tiene que hacer para –por lo menos intentar- mantener el poder: “gastar las suelas, salir a tocar casa por casa”, les ha dicho Joaquín González, tarea nada sencilla para un partido dividido en grupúsculos, uno de los cuales ni siquiera se presentó a la toma de protesta de la nueva dirigencia y, el que mantuvo el control tiene “notables” integrantes señalados de ser los causantes de ese desgajamiento.

Luego entonces, con la competencia por el 2022 iniciada y la militancia panista asumida, el mandatario tiene dos alternativas para construir su sucesión (que por cierto, en la política real, no son excluyentes y pueden desarrollarse al mismo tiempo): Alentar una amplia coalición partidista contra Morena y apoyar a uno de los aspirantes de este último partido. En el mejor de los casos, se tendrán dos alternativas a apoyar y, en el peor escenario, en caso de que el aspirante moreno no alcance la candidatura, estará construida la vía alterna pluripartidista, si se en el partido del presidente de la República hubiera un abanderado con “perfume de mujer.”

¿Le parece raro? No lo es tanto. En 2016, mucho se rumoró que el entonces presidente de la República, Enrique Peña Nieto, tuvo a dos contendientes compitiendo por la gubernatura de Quintana Roo, uno de ellos ganó.

COMENTARIO MORBOSO

A propósito de la segunda mitad de la administración, de la posible “pintada de azul” del gabinete y de otros motivos por los que asumir la militancia partidista ayudan en esta coyuntura, vale la pena analizar el más reciente Ranking Mitofsky en su capítulo de “Gobernadores y Gobernadoras de México”, medición que, desde la perspectiva del escribiente resulta más útil que los realizados por otras empresas demoscópicas, porque permite desagregar los factores de popularidad e impopularidad de los mandatarios.

Por ejemplo, la información de Quintana Roo parece contradictoria, pero si se analiza a detalle resulta bastante ilustrativa. El gobernador Carlos Joaquín González aparece en el lugar 25, catalogado como de “baja aceptación”; en contraparte, en su “situación personal” está calificado como el segundo mejor en todo el país con un 64.6 por ciento de aprobación ¿raro? No, si se analiza una tercera medición que es la de “nivel de corrupción”; ahí, la opinión ciudadana es que tan sólo el 12.1 por ciento considera que esta administración ha mejorado en ese rubro; el 46.5 piensa que está igual a su antecesora y el 40.3 opina que está peor.

Sumado, el 86.8 por ciento piensa que está igual o peor; pero el mandatario como tal tiene una aprobación personal de 64.6 ¿entonces qué ocurre? Que el problema es el gabinete, porque si se analizan los demás rubros medidos como percepción de seguridad y percepción económica, ahí está a la baja. Por cierto, los gobernadores panistas aparecen con una aprobación general del 43.4 por ciento, por encima de los de Morena con 40.5, de Movimiento Ciudadano con el 33.4 por ciento, del PRI con 29 por ciento y del PRD con apenas el 13.5 por ciento. Ahí una razón más para asumir el “color azul.” El escribiente reitera, con esta medición como base de análisis, el problema es –y acaso siempre ha sido- el gabinete; la solución parece entonces a la vista; así se observa desde aquí, A Tiro de Piedra. Nos leemos en la próxima.

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