EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL
Yo creía que lo peor había pasado. Pero no, resulta que hay gente empecinada en complicarle la vida a sus semejantes. El martes llegó el primer correo, venía nada menos que desde México. Era un texto breve y hermoso: alguien felicitaba a Amael por la calidad de la alerta. El miércoles comenzó la lluvia. Llegaron correos de todas partes: y todavía hay quienes niegan la efectividad del grapevine.
Tuvimos que buscar un mapa para localizar a los remitentes, al menos para conocer su procedencia. Había mensajes de todos los tipos imaginables: de adhesión, incondicionales, burlescos, censuradores, amenazantes, moderados, radicales y sobre todo, interrogativos. Es curioso, pero el primer mensaje cubano llegó el jueves por la noche.
Desde el principio decidimos abstenernos de responder, esa fue nuestra estrategia inicial, pero el viernes nos entró la duda porque ya circulaba un mensaje que proponía crear una comisión internacional al más alto nivel para esclarecer el problema y alertaba sobre los peligros de una conflagración mundial. A este paso alguien podía proponer y hasta conseguir una reunión del Consejo de Seguridad de la ONU, lo que implicaba un riesgo mayor, dada la efectividad de este organismo tan humano que casi siempre se equivoca. Además si el Consejo se reunía y aprobaba una resolución, tendríamos un nuevo trabajo: oír los lamentos posteriores de algunos de sus ilustres miembros.
Finalmente Amael dijo lo que yo pensaba: hay que esperar orientaciones. Pero yo insistí en la necesidad de hallarle una explicación al embrollo.
-Flaco, todavía me pregunto, cómo fue que averiguaron nuestra dirección electrónica.
-Como mismo nosotros averiguamos otras direcciones, Rice.
-Falso. Nosotros buscamos direcciones de periódicos conocidos internacionalmente, a nosotros no nos conoce nadie fuera de la universidad.
-Pues, parece que sí, que nos conocen.
-Y, ¿cómo saben que tú trabajas en el periódico, si tú casi nunca escribes?
-Y nuestras páginas personales… Ricel, ahora lo más importante no es averiguar, sino pensar en como responder.
No nos dejaban trabajar y el viernes nos atrasamos en la edición del periódico, Aquello era demasiado: terminamos como pudimos, francamente agotados.
-Mañana nos tomaremos un descanso. Yo tengo cosas que hacer, debo trabajar en un ensayo: debo entregarlo la próxima semana. Si no venimos a la oficina, no tendremos que leer los correos.
-Para ti es muy fácil, te quedas en tu casa, y no hay problemas. Yo no puedo viajar todos los fines de semana. Así que me quedo en la beca. Y si me quedo en la beca y tú me dejas la llave, vengo a la oficina y si vengo a la oficina: qué otra cosa puedo hacer que no sea abrir la máquina
-Tienes razón…No obstante te pido que hagas un esfuerzo… Déjame hablar con mi papá y analizar la situación del comestible para ver si mañana te vas con nosotros. Podemos oír un poco de buena música o ver algunas de las películas que los viejos le alquilan a algún vive bien , una de esas donde al final los criminales se vuelven buenos; los ladrones, personas honradas y los negros, blancos, o al menos actúan como tales. Podemos hablar del asunto que nos preocupa con el viejo: mi padre es especialista en resolver problemas ajenos.
Acordamos que el flaco me llamaría al mediodía del sábado.
Al otro día, mientras me devanaba los sesos tratando de explicarme cómo fue que pudo armarse todo este enredo, a pesar de las medidas de compartimentación que tomamos y de lo discretos que fuimos, Amael se apareció en mi casa sin previo aviso. Lo llevé al patio. Rechazó el refresco que le brindé y me entregó un papelito rectangular con el logotipo de la universidad: la comisión multidisciplinaria organizada por los expertos lo citaba para el lunes.
Se sentó en uno de los bancos.
-Tendremos que ir a la entrevista, me dice.
Le aclaro que el asunto de los presagios es suyo y no mío y el me recuerda que somos cómplices, como yo mismo dije.
-Yo creo que tu debería ir conmigo a la comisión, aunque no te hayan citado.
-¿Comisión? Tú sabes que soy alérgico a las comisiones. Tú sabes que nunca me han gustado las comisiones. Ya pasé por la de ingreso, por la de cambio de carrera, donde pasé muchísimo trabajo para convencer al presidente. Soy ineficiente para persuadir a las comisiones y, tal vez, mi asistencia puede ser un bumerang. Además, flaco, aquí el dueño de los presagios eres tú, yo soy un simple colaborador.
-Tú dijiste que éramos hermanos.
-Yo soy tu amigo, claro, tu hermano es Gonzalo quien, como especialista, tal vez te pueda ayudar.
-Gonzalo queda fuera, con el consultorio y la finca, le sobran ocupaciones. Además, este no es un asunto de familia, ni de ciencia, sino de palabras y tú eres bueno con las palabras…
-Esto no es asunto de palabras, sino de psicología y, de psicología, yo no sé ni cuero.
Amael se puso furioso:
Me amonestó con una expresión adversativa.
Le respondí con una construcción dubitativa.
Me atacó con una larga oración subordinada donde proliferaban los adjetivos calificativos
Me defendí con una combinación de frases disyuntivas construidas a partir de las formas no personales del verbo.
Entonces se puso de pie y me endilgó una serie de recriminaciones apoyadas en el uso incorrecto del gerundio. No pude más: lo acribillé con una frase breve que comenzaba con un verbo conjugado en el modo imperativo, seguía con una preposición y terminaba en el sustantivo para el cual lo mandé: un sustantivo masculino, miccionador y copulativo.
Se fue tan rápido como llegó, sin atender a mi reclamo para que esperara a mi madre, quien rastreaba la pista de unos vegetales ausentes en el mercado blanco.
Por la noche decidí consultar al viejo. Le hablé de los presagios, no del revuelo internacional.
-Eso no es asunto tuyo ni de ninguna comisión. Que vaya a un sicólogo o a un siquiatra, que para el caso es lo mismo, y si no quiere ir, convéncelo, para eso son amigos ¿no?
El domingo me levanté a las siete para trabajar en el ensayo. El tema del periodismo de creación le gusta al profe Rafael y quiero hacer un buen trabajo. Aquí tengo el resumen de los textos de Ramonet, de García Luís y de Sexto. Quiero decir lo que pienso, aunque varias de las cosas que diga las haya tomado del diálogo con los otros y con los textos.
Enciendo la máquina. Me voy al baño. Retorno. Doy clic sobre la carpeta Asuntos pendientes, ubicada en el escritorio, la abro y pincho el fichero Per de C.doc. Mientras el fichero abre, voy a la cocina. Sobre la mesa hay un plato con un pan con algo y un termo. Desayuno y vuelvo a mi vieja máquina, mi computadora de medio palo, mi adorada computadora, la que me compró mi padre hace dos años cuando estuvo en Dominicana; la misma en la que prefiero trabajar los domingos, porque a pesar de su calma proverbial, a pesar de que no tiene acceso a Internet, de que para ver una foto hay que tener una paciencia certificada, a pesar de estas y otras razones, mi computadora tiene una ventaja adicional sobre cualquier otra: es mía.
Me siento a redactar la versión final del ensayo, para mi no es difícil. Cuando tengo una idea la escribo varias veces, me gusta corregir. Lo más complicado es tener una idea y esbozarla, corregir es más cómodo y como tengo la idea básica, el asunto consiste en organizar y domesticar las palabras. Pero hoy, no me explico por qué, las palabras se encabritan y las ideas se resisten. No logro juntar las palabras para obligarlas a construir el sentido deseado. Decididamente, hoy no puedo. Apago la máquina y escribo a mano. Pero no salgo del primer párrafo; lo releo y lo tacho. Decido ocuparme del patio.
Mi madre protesta:
-Tú tienes bastante con los estudios y con el periódico. Tu padre está al llegar, esa tarea es de él. En definitiva Tony, los domingos, lo único que hace es ir a ver a su equipo perder para luego contárnoslo a ti y a mí que no tenemos nada que ver con el asunto.
-Papá sabe lo que hace, mamá.
-Así que te deja la limpieza del patio y encima de eso lo defiendes.
….
-Tú padre los domingos no hace nada que valga la pena. Al menos hoy compró una carnecita…
– Mamá: no será que a ti gusta salir a comprar las cosas y de paso coger un poco de aire.
-Hay, Ricelito, tú no entiendes nada. Si dejo a Tony comprar gasta toda la plata y no trae nada que valga la pena. Tu papá no sabe comprar y como los otros si saben vender…
– Esta bien, mamá, tú tienes razón. Pero hoy necesito cambiar de actividad, descansar la mente; por favor, entiéndelo.
En el patio no hay mucho que hacer. Remuevo cuidadosamente la tierra de los tres canteros: el de ají, el de tomate y el de culantro. A mano limpia arranco las pocas yerbas nacidas entre las dos matas de rosas. Flores y vegetales, una combinación digna de tío Mongo. Mi tío Mongo: tengo deseos de verlo. Su finquita debe ser un tesoro.
Sudo en forma y me cobijo en la sombra de las matas de limón y de aguacate. Las miro con simpatía, casi con amor, para alentarlas. Me voy al fondo y con el machete corto las hojas envejecidas de las matas de plátanos y las convierto en abono para las propias plantas. Los plátanos me recuerdan a Amael, a la finca de su familia.
Creo que se me fue la mano con el flaco. Pero él tiene ideas fijas y yo no quiero saber de comisiones. Amael es muy tozudo. No sé quien me mandó a meterme en este rollo de los presagios.
Amael y sus presagios,
El camino de los presagios,
La cáscara de los presagios,
La otra orilla de los presagios,
La sutil epidermis de los presagios: la olla de grillos de los presagios.
Y últimamente cada vez que hay un presagio de alguna forma salimos perdiendo.
A ver, ¿por qué al flaco no se le ocurre algún presagio eficiente que nos ayude a buscar unos pesitos?
Cada vez que tengo que salir con Ruby tengo que acudir al viejo, lo tengo loco, pero que voy a hacer…
Fui poco delicado con Amael, pero ya es tarde para rectificar. Solo me queda esperar a ver que le dicen los ilustres miembros de la bendita comisión. Si pudiera verlo y excusarme. Pero no, no hay tiempo: tengo que recoger a Ruby, le prometí que la llevaría a pasear por la tarde. Además, ¿cómo localizar al flaco? Debe estar en la beca, pero… Y, si Yunier estuviera en la beca, se pasa la vida en la universidad y es el único de nosotros que tiene teléfono celular…
Termino el trabajo voluntario y me baño en forma. Después me planto ante el teléfono: no hay peor gestión que la que no se hace, y tengo suerte.
-¿Estás en la universidad?
¿Dónde si no?, macho.
-Te llamo solo para pedirte un favor, hermano.
-Dime rápido: al teléfono le queda poca plata.
-Necesito que localices al flaco y le digas que lo esperaré esta noche a las ocho en la Plaza de la Juventud, en la parte que da a la avenida.
-OK, broder, trasmitiré el mensaje.
-Una cosa: aclárale que la única condición es que no hablemos de la comisión.
-¿Comisión? ¿Qué comisión en esa, macho?
-Luego te explico, hermano. Una comisión de universidad que lo entrevistará el lunes por la mañana en el rectorado. Es un rollo, luego te explico.
-Bien. Nos vemos el martes o el miércoles. Te dejé una nota en el departamento: necesito tu apoyo para divulgar los juegos interfacultades.
-Cuenta conmigo y recuerda, dile al flaco que hablaremos de cualquier cosa menos de la comisión.
-OK, broder, un abrazo.
Mamá amenaza con servir la mesa aunque mi padre no esté. La comida se enfría, alega. Pierdo unos minutos, organizo los libros en la mesita de la computadora y cuando voy para la cocina llega el viejo.
-El equipo perdió un juego increíble, dice incómodo.
-Siempre pierde un juego increíble, riposta mamá.
Mi padre está molesto, se lava las manos en el fregadero, retrocede, y cuando repara en la mesa, su enojo se desvanece. Entonces simula ignorar las protestas de mi madre y la toma por la cintura.
-Ricel, hijo, aprende de tu madre. Fíjate en esa mesa: una pierna de cerdo adobada, una ensalada de vegetales de colores y esos buñuelos. ¿De dónde esta señora habrá sacado maíz en este tiempo? ¡Dame una pierna de cerdo y moveré al mundo! Solo que esta piernecita parece de juguete.
-Suficiente para que muevas el mundo que tú tienes que mover: el de esta casa.
-Esta parte no es necesario que la aprendas, hijo… Bueno, vamos a comer: un almuerzo así estimula las ganas de seguir viviendo. Pensándolo bien, a lo mejor el equipo no perdió y solo fue una mala apreciación mía.
Al filo de las seis fui a buscar a la niña. Mi novia me abrió la puerta y en vez de darme un abrazo me recibió con un reproche. Olvidando su vocación por la impuntualidad me recriminó porque le dije que iría a las cinco y eran las seis, protestó enérgicamente porque ella ni siquiera se había bañado, pues no estaba segura de que yo fuera, porque últimamente, etc. Decididamente Amael tiene razón, entender a las mujeres es más difícil que comprender la política internacional.
– Mira, espérame en el salón de estar. Déjame buscarte un trabajo extra clase que tengo que entregar para que revises la redacción. Así me ayudas, y de paso te entretienes mientras yo me baño.
-Si quieres yo te baño y así nos entretenemos los dos.
-¡Mira!
El salón de estar está desierto: hay unas mesitas, unos asientos, un cartel con una consigna, una foto de un mártir y un aspirante a periodista que se sienta a leer, o más exactamente, lo intenta: porque el lector no logra pasar del primer párrafo. ¡Esta Ruby mía! ¡Cuántas veces se lo he dicho! : “El lenguaje científico tiene que ser claro. Si a los términos que empleas – que solo lo entienden ustedes, en el supuesto caso de que los entiendan- le sumas esa desorganización exquisita al escribir: ¿para qué escribes? Niña: la oración española es sujeto–verbo-predicado. Eso se llama sintaxis, SIN-TA-XIS. Frases breves, claras y punto”… Esta Ruby mía, esta niña; ¿cómo puede escribir tan mal y hablar tan bien, si hablar es más difícil que escribir ?….Deja que Ruby vuelva, una vez más tendré que…
Ruby regresa con el traje azul de los domingos y la piel perfumada de siempre. ¿Puedo hacer otra cosa que no se abrazarla?
-Rice, ¿revisaste la redacción?
-¿La redacción, qué redacción?.. Amor, hazme un favor, busca unas hojas en blanco; trae varias.
Lo mismito del año pasado. La misma operación: mi novia me lee un párrafo y me explica lo que quiso decir. Yo rescribo el párrafo para que diga lo que mi novia quiso decir. El procedimiento se repite una y otra vez, hasta llegar al final del texto…Gracias que el trabajo era breve, de lo contrario todavía estuviéramos en la revisadera.
Concluida la tortura, invité a Ruby a uno no de los nuevos restaurantes de la ciudad, uno cercano a la facultad de medicina. La invité a comer pizza. Si los italianos se enteran de que aquellos objetos que nos pusieron en la mesa se llaman pizzas, se rompen las relaciones diplomáticas. Si embargo, a Ruby le gustó el servicio y a mi también; pero me quejé de algunos detalles que conforman la calidad, sin aspavientos, pero me quejé. Existía el peligro de que a la niña se le ocurriera repetir y mis bolsillos estaban muy tristes. Además, estoy acostumbrado a la semiótica del mal trato.
Le pedí a mi novia regresar a la facultad. Necesitaba conversar con ella pero no hoy. La próxima semana, cuando cobrara el estipendio, la llevaría a un lugar mejor y le dedicaría todo el tiempo, hoy no podía ser: tenía una cita con Amael.
Retornamos y nos detuvimos en un parquecito. Había poca gente. Volví a la matemática y decidí que sí, que era posible y a pesar de las protestas de Ruby fui a comprar un bocadito para aprovechar que no había cola pues solo estaban el vendedor y un turista, un señor que dijo ser dueño de un restaurante en Marbella.
El extranjero se negaba a creer lo que veía. El parsimonioso lunchero sin otra arma que un cuchillo prehistórico daba una lección pública de eficacia. El artista tomaba el cuchillo, rebanaba un tubo de algo parecido al jamón, lo cortaba en lascas finísimas, como telas de mosquitero. Con el mismo cuchillo abría parcialmente un pan redondo y colocaba dentro algunas lasquitas, unas pocas, pero con tal maestría que cuando cerraba el pan, el jamón o lo que parecía serlo denotaba una abundancia incitante.
El lunchero levanta la vista, toma los cinco pesos, le entrega el pan al cliente, sonríe. El próximo, dice el lasqueador manual: el próximo soy yo. El extranjero también sonríe, mira su bocadillo. Con unos tíos así me hago rico piensa y no solo lo piensa, lo dice.
Lo que el dueño del restaurante español ignora es que el lunchero criollo conoce los resultados de una prolija investigación realizada por el Instituto Tropical de Marketing de San Pedrito, según la cual el 95% de los clientes comen con los ojos.
Ruby me escuchó con la calma de siempre.
-Yo creo que debes ir con Amael , no solo por amistad sino por disciplina. Si el quiere que lo acompañes, acompáñalo y quizás puedas ayudar a resolver este asunto. Pero, la decisión es asunto tuyo.
Dejé a Ruby en su beca y decidí regresar a pie: no solo los poetas necesitan caminar por las calles y, en este caso, la expresión no tiene nada de metafórica: es completamente exacta.
Deja un comentario