EL LIBRO DE LOS PRESAGIOS – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

Nos fuimos a mi casa a festejar. Mi padre no tenía nada especial que celebrar, pero de todas formas celebramos.

Amael apenas había visitado mi casa, la que nos dieron cuando vinimos para la ciudad, una vivienda que pertenecía a una familia que abandonó el país. No es nada del otro jueves, pero tiene patio. Mi padre defendió cabalmente esa necesidad y colmó el patio de plantas y vegetales. Es el mejor sitio de mi casa.

El barrio también es bueno, porque es tranquilo. Hay más casas convertidas en oficinas que viviendas y el clima interno es satisfactorio, nos llevamos como si fuéramos familias. Los únicos que desentonan, de cuando en cuando, son los negritos del segundo piso del edifico de enfrente, construido más que para aprovechar el espacio para democratizar el reparto. En ocasiones, especialmente en las festivas, los negritos del segundo piso empiezan la recholata temprano, en la calle y la terminan en la noche, en su apartamento donde comienzan por insultarse con palabras irrepetibles, se lanzan alguno que otro objeto y al otro día se abrazan para que no queden dudas de la solidez de la paz reinstaurada.

Cuando vivíamos en el campo esperábamos el fin de año en el patio de la casona de madera que construyó mi abuelo. Asábamos un cerdo en púa y jugábamos dominó. Casi siempre venían nuestros familiares y cuando bajábamos el macho, lo colocábamos sobre una larga mesa de madera, comíamos a plenitud y le brindábamos a quienes acertaran a pasar: los demás vecinos hacían lo mismo.

Ahora nos conformamos con asar una pierna de cerdo comprada con los ahorros del trimestre. No sabe igual que en púa, pero sabe bien. Tú la mandas a la panadería y te devuelven otra, pero te la devuelven. Así que no hay razones para quejarse.

Al principio de vivir aquí, los fines de año nos íbamos a la casona de mi tío Mongo, para mantener la tradición. Pero desde hace algún tiempo mi tío, sobre todo cuando toma, se pone belicoso en los análisis y empieza con la preguntadera. Mi padre es su blanco favorito. Y cuando el viejo intenta evadir el tema político, mi tío reacciona agresivo porque según él a papá siempre le ha gustado la política y en la política los enemigos son coyunturales. Nada que a mi tío dice todo tipo de barbaridades.

Por eso el año pasado preferimos quedarnos y comernos una pierna asada. Ojalá se convierta en la nueva tradición y dure eternamente. No solo para complacer a los estómagos, sino porque es una fecha en que todos nos ponemos contentos y hasta los negritos del segundo piso vienen a saludarnos. La única frustración que mi viejo rememora este día es la ausencia de un perro al cual acariciar el lomo y hacerle cosquillas en las orejas. Mi madre, con su concepción bipolar del mundo, no transige. Según ella el mundo esta constituido por opuestos. Hay sol porque hay luna, hay tierra porque hay cielo, hay lluvia porque hay seca. Por tanto donde haya perros…

Amael y mi padre han compartido muy poco, porque el flaco no es afecto a las visitas y porque ambos, si uno los deja, solo practican el laconismo. Pero hoy el viejo está alegre y dispuesto a conversar; en más, cuando llegamos, nos empuja para el patio donde mi madre fríe unos chicharrones en un fogón improvisado y su marido apenas la deja trabajar con reiteradas invitaciones a bailar un son. Papá está efusivo y deseoso de hacer confidencias.
– A tu padre lo recuerdo con cariño, le confiesa a Amael, casi con ternura, e inmediatamente cambia de tema.

Hay algo raro en mi viejo. Desdé hace unos meses anda de un encabronamiento a otro, sale de un libro y se mete en otro. Está así desde que lo promovieron a un cargo muy interesante donde tiene que ocuparse de la comunicación y de la prensa, de la propaganda, la divulgación y todas esas cosas bellas, pero a pie. Primero le quitaron el carro y ahora, la moto. Es parte del reordenamiento de la economía, de la producción y todo eso, explica. Me dejaron a pie, a pesar de que en los últimos tiempos mis informes agradaban; mientras más se alejaban de la realidad más crédito recibían. Sucede que en eso de informar somos buenos, sabemos inventar y la invención puede sustituir a la realidad; puede hacerla más atractiva, más efectiva y eficiente, como se dice ahora, apunta.
– Algún día alguien reconocerá este aporte nuestro a la globalización. Globalización viene de globo ¿no?, dice el viejo.
Nosotros callamos.
-Habrá que averiguar que me quitarán cuando me den el nuevo cargo, porque este trabajo con intelectuales no hay quien lo resista; tal vez me quieten la secretaria, agrega; se sirve un trago enorme, el tan parco en los beberes, y sale hacia el baño.

El flaco me mira fijo y con esa ingenuidad admirable me pregunta por la secretaria del viejo. Le explicó que tiene una enfermedad muy peculiar, solo la contrae los viernes de las semanas cortas.
-¿Y es bonita?
-¿Bonita?. Vamos hermano, ni siquiera eso: su cuerpo es como un paisaje desolado, debe ser por las secuelas de la enfermedad que la ataca los fines de semana.

Amael que tampoco toma con frecuencia, bebe en forma. El dolor de cabeza será la única secuela. Porque al otro día estará igual que antes, será básicamente el mismo individuo y la realidad que lo rodea o el entorno, como dicen los comunicadores, será básicamente el mismo.

Mi padre retorna, hoy está de ánimos para contar.
-Perdí una hora de mi vida en la lectura del periódico provincial, pero pude suspirar aliviado. Acostumbro a ir al baño solo en las mañanas. Mi estómago es muy claro en sus indicaciones y hoy ha sido pródigo. He ido dos veces. En la tarde entré al baño y me senté el la taza. Abrí el periódico, miré el reloj, faltaban cinco para las seis, y empecé a defecar. Me entretuve en las noticias. Me enteré de que el país está mucho mejor de lo que yo pensaba y el mundo tan mal como yo suponía. A las seis en punto corté cuidadosamente el papel, me limpié con la primera página, tiré el ovillo de papel al cesto, deposité el resto del periódico en la parte superior del tanque de la taza y me pregunté una vez más por qué hay tantos desagradecidos que se pasan la vida hablando mal de los periódicos a pesar de que estos tienen tantos usos gratificantes.
Pueden probar, pero tienen que apurarse: cualquier día de estos mi mujer les advierte que no se puede ir al bañó porque no han llegado los periódicos.

Ahora nos habla de las leyes del periodismo que son, según él.
La ley de la repetición.
La ley del esfuerzo mínimo.
Y la ley de ausencia de confrontación.
– La combinación de estas leyes convierte a los periódicos en instrumentos de servicio. Si, de servicio. Y lo más asombroso, estas leyes se cumplen a pesar de que en el periodismo no hay leyes que cumplir. Nada que buena parte de nuestro periodismo es simplemente literatura, con la desventaja de que la literatura es menos aburrida

Como estamos en mi tema, no puedo callar:
– El periodismo y la literatura se parecen tanto que hay un tipo de prensa y de libros que cumplen incluso funciones análogas, la función somnífera, por ejemplo.

Para darle descanso a mi padre retomo la palabra y le sugiero estudiar algunos temas de semiótica vinculados con sus preocupaciones comunicativas. Pero, como el viejo protesta porque, según él, cumplidos los 50 años el saber sí ocupa espacio y las pocas veces que se ha acercado por casualidad a la semiótica no ha entendido ni jota, retiro la sugerencia. Y a pesar de que Amael conoce la anécdota y tal vez por ello me mira con indiferencia, a pesar de los pesares cuento la historia de la investigadora mexicana.

Sucedió que como el profesor de semiótica fue a España a un entrenamiento y olvidó volver. Y como la profesora Guerra, quien también ha impartido la materia, fue a cumplir misión en Venezuela; el departamento estaba al borde de cancelar la asignatura, pero el grupo no estaba de acuerdo. Unos queríamos ampliar los conocimientos, pues de las ciencias de los signos sabemos bastante poco; otros querían averiguar de qué diablos se ocupaba la semiótica y para que nos serviría, en caso de que sirviera para algo; y otros simplemente ejercitaban su derecho al desacuerdo o su propensión a la queja.

En medio de la crisis apareció una investigadora mexicana que preparaba su doctorado sobre la obra de un narrador cubano y había sido invitada por la facultad como parte del intercambio con una universidad de Veracruz. Como era discípula de Renato Prada, si ella aceptaba, podía ser la solución, y la mexicana aceptó:
-El próximo lunes, nos comunicó muy orondo el jefe de departamento, tendrán a una profesora mexicana de semiótica. Haremos un horario especial. Hay que concentrar las clases. La profesora debe terminar antes que concluya el semestre. El lunes vendré a presentársela. Espero que el grupo la reciba con el mismo entusiasmo con que defendió a toda costa la necesidad de impartir la asignatura.

Sobraban las expectativas. Nunca habíamos dado clases con un docente extranjero, solo habíamos recibido conferencias aisladas de algunas personalidades internacionales. Además, pensábamos algunos, la profesora debe ser una persona difícil, probablemente de mal carácter, pues no le basta con dedicarse a la semiótica; con tantos narradores excelentes con que cuenta México, se le ocurre trabajar a un narrador cubano cuya obra sobresale por sus complicaciones y como si todo esto fuera poco, en vez de entrenarse en la capital vino a parar acá. Nada, hay que prepararse para la batalla.

Llegó el lunes, se acabaron las especulaciones y empezaron los asombros. Los varones quedamos hechizados. La profesora no solo era joven y hermosa, aunque de pocas carnes, sobre todo de la cintura hacia el sur: era todo dulzura. Hablaba de su ciencia con una ternura tan especial que facilitaba la comprensión de los códigos más complejos. Todos los varones o casi todos nos enamoramos de la profe y pasamos de compañeros a rivales.

Yo evalué mis posibilidades y decidí preparar científicamente el asedio. Después de un gran esfuerzo conseguí terminar la lectura de un par de libros del narrador cuya obra la profesora investigada; acudí al profe Cabrera para que me hablara de Xalapa , ciudad donde vivía la mexicana y donde el profe trabajó un semestre y , para completar la información, busqué datos sobre el norte de México donde la profe proyecta vivir cuando termine el doctorado. Me enteré de cosas espeluznantes relacionadas con la violencia, el femenicidio y los récords de ciudad Juárez. Desde luego que jamás comenté con la profe las informaciones con las cuales construí mi base de datos.

En el aula nos deslumbraba con el trabalenguas semiótico y con su capacidad para traducirlo. Cuando concluían las clases hablaba con cualquiera que se le acercara y todos nos acercábamos. Yo logré cierta ventaja en el diálogo y un buen día cuando la noté eufórica, le fui arriba, con respeto pero con decisión. La mexicana ni siquiera se enteró del mensaje y entonces retrocedí con prudencia y cedí el espacio a mis rivales porque comprendí que a la profe lo único que le interesaba era su ciencia.

No vale la pena agregar que la mexicana escapó indemne de nuestras ansias. Sin embargo, y lo supe de buena tinta, la profe fue a terminar su entrenamiento en la capital y allí se encontró con un matancero y ya no va a mudarse para el norte, se queda en su Xalapa, con el matancero, desde luego.

Hoy el viejo no admite competencia.
-Nada, el mundo está loco. Hay gente más loca que nosotros, por ejemplo, los que le dieron el premio Nóbel de la Paz a un chino nombrado…
-Se llama Liu Xiaobo, aclaro.
-Ese mismo. Lo condenaron a 11 años por agitación contra el gobierno.
-Viejo, hay Nóbeles de la Paz peores que el chino.
-Eso queda claro, al presidente de la esperanza de muchos, se lo dieron sin hacer nada en concreto. Fue un premio a las buenas intenciones y sobre todo a los bien elaborados anuncios. Este tipo es: o un defecto de fabricación de la política o alguien que tiene conciencia de la necesidad de acolchonar el desastre del sistema. O tal vez no. A lo mejor los equivocados somos nosotros. A lo mejor resulta que no, que la academia no fue injusta y solo se equivocó de materia: en vez de darle el premio que le dieron, para ser coherentes, debían haberle dado otro: el Nóbel de literatura

Nosotros callamos y papá anuncia que cuando coma se va a dormir porque debe levantarme con la cabeza fresca, tiene que revisar el informe del cumplimiento del plan del delito, así se llama dice y añade:
-. El anterior era muy interesante. Tenía los siguientes acápites:
Delitos planificados, ilegalidades.
De ellos cumplidos o cometidos.
Medidas tomadas.
Valoración política.
El día tres viene un gran jefe. El día dos es el consejo y tengo que dar mi opinión. A lo mejor hago algunas proposiciones para debatir una idea. Por ejemplo:
Para debatir una idea primero se realiza una aproximación temática. Luego una teorización mínima. Después se le toma por algunas de sus partes menos filosas. Más tarde se la bate y todo resulta muy interesante.
O puedo ofrecer mi criterio según el cual los problemas del sistema se clasifican en tres:
Estructurales
Coyunturales
Y estomacales.
A la hora de la verdad los últimos son los primeros: de ellos depende que podamos pensar sobre los otros.

-Y si lo sacan del cargo, dice el mudo Amael: usted no parece muy optimista que digamos.
-Nada, tendrán que darme otro puesto, y difícilmente hallen alguno peor. El optimismo, muchacho, es una combinación de entusiasmo y racionalidad.

-Bueno, muchachos vamos a afrontar la realidad con entereza y sin complejos. Ricel, llama a tu madre, dile que sirva la comida y que, por favor, por lo menos hoy y ante la visita, disimule un poco su mentalidad ahorrista. No basta con tener el alma sana, hay que alimentar el cuerpo.

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