Rehenes
Por Francisco Tomás González Cabañas
“Las democracias no pueden luchar por su propia supervivencia como democracias si no luchan al mismo tiempo por los derechos humanos de sus enemigos; en última instancia, por los derechos humanos de todos”. (Derechos humanos y democracia”. Van Garcum. Ámsterdam. Spinoza Lecturas. 1998).
El problema conceptual es que nos hemos concentrado en la definición de gobierno (krátos) y no de pueblo (demos). Por diferentes razones, desde los dispositivos de acumulación enciclopédica, curricular o del copiar y pegar del supuesto saber, las correas de transmisión mediáticas, el campo de las redes y los formadores de la institucionalidad política, la dinámica pasa sencilla y complejamente, en tal oxímoron, afín a la conveniencia de la zona de confort, por planteos jurídico-legales para definir prioridades (de gobierno o gestión) o en el mejor de los casos de mayor aceptación de legitimidades que de considerar, efectivamente la cuestión sustancial.
Hablamos, como tal vez en muy pocos otros lugares, de lo que nos define cómo pueblo, y a partir de esto, de las necesidades, problemas a resolver, deseos, posibilidades, en definitiva de latencias y tensiones que evidencien precisamente al soberano como piedra basal y primordial de lo colectivo, de lo común, del demos, del pueblo gobernando.
Caemos siempre, sistemáticamente en pretender observar el fenómeno de nuestros egoísmos políticos, bajo las inútiles etiquetas de derecha e izquierda, que siempre han sido únicamente funcionales a los privilegiados de turno que administraron poder, en razón de una u otra bandera que cada vez representa una ilusión menor para ya casi nadie.
En la definición de esgrimir lo que no se posee, alardear de lo que se carece, se tornasolan los conceptos de populismos de izquierda y derecha para significar precisamente la nada de la que hablábamos.
Las mayorías lejos de inscribirse en tales categoriales, testimonian en el desgraciado apostolado de sus vidas cotidianas, la complejidad de la alimentación diaria y de la supervivencia.
En una situación algo menos espeluznante, el otro gran bolsón de integrantes de la horda, otrora considerados de “clase media”, dejan jirones de sus corporalidades por derechos humanos básicos y elementales, como el poder trabajar, contar con una seguridad mínima de no ser violentados y educarse o educar a las generaciones venideras.
La pandemia, en su dinámica y administración, aceleró la caída libre, el maridaje necesario entre derechos humanos y democracia.
Los gobiernos temerosos, pasaron a tomar decisiones temerarias y las libertades civiles fueron conculcadas para evitar la viralización en escala de una problemática que la enfermedad sólo ayudó a hacerla más evidente.
En la alegoría del divorcio vincular entre derechos humanos y democracia, resultó como si dos padres de un hijo menor, resolvieran además de disolver el vínculo entre ambos, disolver, cada uno de ellos, la relación con el menor.
La mayoría disuelta, dispersa, no contemplada, los mansos, el pueblo no interpretado, puja entre la supervivencia y el poder dar testimonio de lo que se precisa para una integración que al menos mitigue tanta exclusión y sectarismo que deja en burbujas de privilegio a los gobernantes y a los que ofician de opositores circunstanciales.
Los países que tengan por delante elecciones en estas circunstancias pandémicas, en la crisis tendrán una oportunidad.
Las burbujas seguras o de privilegio, desde donde se administra el poder bajo estricto protocolo, deberán hacer ingresar a hombres y mujeres que estén en las hordas, deben integrarlos a las propuestas políticas y concretas, demostrando, al menos, que poseen un mínimo interés de que entre varios más, podamos redefinir la noción de pueblo y más luego de las prioridades que tengamos como tales.
Las necesidades mayoritarias, son harto conocidas y expresadas. Ahora bien, por parte de los integrantes de las burbujas de privilegios (los que se adueñaron de una democracia con menos contemplación de derechos humanos) precisamos la determinación manifiesta que en la próxima elección, incorporan personas que no hayan formado hasta entonces la plantilla de sus elencos estables para que sean candidatos planteados a las hordas que, con tal gesto, podrán empezar a confiar, que tal dirigencia o clase política, los piensa como ciudadanos, con derechos y obligaciones, en un estado de derecho y democrático deseable, posible y realizable.
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