Reconvertir la imago filosófica del tábano socrático al Gps de la actualidad
Por Francisco Tomás González Cabañas
Urge reconfigurar la imágen interna que tenemos quiénes nos dedicamos a la filosofía y por lo que a partir de la misma la hacemos interactuar en sociedad. Resguardados, o escondidos, en la histórica consideración elucubrada por Platón en la «Apología de Sócrates», de la mosca que pica al caballo lento, como metáfora del obrar filosófico en su vínculo con lo político, no hacemos más que hesitar en la protección (que deviene en opresión) de la apelación de la autoridad de no comprender que los tiempos actuales, tras siglos transcurridos, modificaron, sustancialmente, las condiciones materiales para el ejercicio filosófico (y su consabida interacción con lo social) y por tanto sus posibles fines, intenciones y dinámicas.
El mundo griego antiguo, tanto el político como el ontológico, se constituyó tras hilaciones de una racionalidad que devino en ciencia (la célebre frase conceptual del origen filosófico «del mito al logos» con la síntesis aristotélica). La política, desde sus propias entrañas o actores, tenían muy en claro, líneas de acción para ir en un sentido u otro. La filosofía debía interponer, una interpelación final, ante la toma de decisiones, que escindiera la discreción de lo bárbaro o irracional (el poder expresado y llevado a cabo sin más) con lo racional o normativo (el nacimiento del espíritu democrático y no la democracia como sistema). Platón entre tantos diálogos, fue precisamente quién fue, por brindar ajustadamente lo sustancial de una epocalidad y su proyección al futuro.
En todas y cada uno de los ámbitos en dónde se filosofe es imprescindible tener acabado conocimiento del «tábano socrático» como imago de lo filosófico. Esto no implica, que tal cómo lo sostenemos, por acción u omisión, no sea una tarea urgente del aquí y ahora de nuestro filosofar, que reconsideremos esta imagen de la filosofía y la podamos definir simbólicamente bajo otra figura metafórica.
Estas décadas del imperio conceptual de lo democrático, cómo una suerte de fantasma ideológico, de categoría de significante amo, que significa todo y nada a la vez, nos deposita, a decir del político e intelectual Álvaro García Linera en un «caos cognitivo» donde reina la incertidumbre y se extiende como un desierto yermo, sin posibilidades de fuga ni de imaginarios de oasis.
La política, es decir sus integrantes, condicionados por esta diáspora de las condiciones mínimas de entendimiento, actúan impelidos por una inercia estertórica, dotada de impulsos ciegos, basados supuestamente en consultas, sondeos, encuestas, a mayorías, ciudadanías, pueblos u hordas, que saben aún menos que quieren o desean, más que la necesidad instintiva de supervivencia.
El quiebre, la ruptura o el disloque está expuesto hace tiempo, continuar con la consideración (sacralizada por la enseñanza académica cuando no presurización del pensar) de la filosofía como tábano socrático no sólo que es inoficioso, torpe e inútil, sino también risible, escandaloso y antifilosófico.
No podemos presentarnos quiénes nos dedicamos a la filosofía (por el temor culposo de no llamarnos filósofos) ante los administradores de la cosa pública, cómo bichos molestos y desagradables dispuestos a picar, a molestar, a insidiar, fundamentalmente porque ellos mismos no saben para dónde ir ni qué decisión tomar. Generando, cómo sí fuese poco una obvia predisposición negativa para quién pregunte ¿a que refiere lo filosófico? ¿qué representa? ¿Podemos seguir siendo tan idiotas (en el sentido originario griego) de responderles a quiénes precisamos cautivar (sea para que destinen fondos públicos o privados para el ejercicio filosófico, o se eduquen y formen en filosofía) que la práctica filosófica sigue significando el que los molestemos, les piquemos, y perdón por el exabrupto, les toquemos los huevos o los pechos?
Está es una de las razones, por las cuáles el accionar filosófico, tiene cada vez menos predicamento o incidencia en lo social o en lo cotidiano. Salvo que se cosifique y prostituya al punto de quedar solamente cómo un ejercicio o una práctica más para el mundo del entretenimiento, o la disposición anti filosófica de ser una historia novelada de hombres y mujeres extrovertidas con posiciones raras, la filosofía debe asumir el rol de brindar un aporte a su comunidad dada. Tener una incidencia clara ante la posibilidad de lo común.
Se propone en estas líneas, una redefinición del imago filosófico, para de la imágen histórica el tábano socrático, presentarla como el Gps, la brújula o el dispositivo que bajo métodos acendrados en la dinámica de los conceptos, brinde un cuadro de situación, la composición de lugar, el plano de la obra, el proyecto trazado para a partir de tales, se tomen las decisiones que se crean convenientes a consideración incluso del voto de las mayorías.
En el entre, de la vida y la muerte, en el transcurrir que fuga de los absolutos, el dotar de sentido, al «ápeiron» a entender de Anaximandro del que venimos y volveremos, le debemos aportar significaciones, conjeturas, versatilidades, verdades relativas, narrativas, conceptos, que trasciendan nuestras individualidades y que excedan las herencias que ocluyen nuestras posibilidades de identidad ante un tiempo y lugar dado.
Reconvirtamos la histórica imágen de la filosofía, presentada incluso como arma, en la herramienta, necesaria e imprescindible para la toma de decisiones en tiempos desnortados, inciertos, caóticos y aciagos.
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