Francisco Tomas Gonzalez

Maidán o el estado de indefensión

Por Francisco Tomás González Cabañas

La indefensión política, es una construcción conceptual, o un constructo teórico (no un sitio sino una situación) que nos puede ayudar a dimensionar lo que nos está ocurriendo, al que tenemos que acudir para describir la renovada experiencia de ser agredidos por grupos de otros en nombre de causas trascendentes o emancipatorias, y las reacciones que podemos tener al sentirnos violentados. Encontrarnos en estado o situación de indefensión, es aún más grave, doloroso y tortuoso que el haber sido dañados, cancelados o exterminados. 
Nuestra politeia en vilo, en zozobra, nos conmina a que volvamos a pensar, despojándonos del miedo, del terror y del horror, pero por sobre todo, de las caracterizaciones políticas que se hacen desde las élites y que son diseminadas, como bombas de racimo por los diferentes medios de comunicación, entre los que se incluyen las redes de diversas magnitudes que en vez de enhebrar y urdir la trama del nosotros, enredan los hilos y exacerban los ánimos de individuos en su individuación desustancializados en su condición de sujetos. En nombre de lo empático, sitúan tal actitud ante el otro, cómo sí se tratase de una condición que excluye el razonar, el escuchar y por tanto dialogar con ese otro, para finalmente, intentar el entendimiento, que es precisamente el salir victorioso o con éxito de lo confrontacional agonal en la que se dispone harta repetidas veces lo dual. 
Desde hace mucho que incontables ciudadanos (devenidos en integrantes de hordas) de diversas comunidades de sitios varios de occidente, ven conculcados sus derechos básicos y elementales, como el de tener un trabajo digno, el acceso a la salud, a un sustento económico que no lo transforme en un marginal o en un producto residual del sistema imperante.
No conforme con esta carencia, con esta ausencia que perversamente se jacta de proporcionar la politeia, sea está occidental (democrática) o de más allá (cómo la quieran llamar) hombres y mujeres integrantes de estos espacios públicos, de estas plazas, encuentran como finalidad en sus vidas, el sentido unívoco de sobrevivir un día más, sin que tal experiencia les reporte o signifque mayor dolor del que padecen. 
Las fantasías semánticas que suenan a políticas públicas, se incineran al ritmo del cambio climático, se extinguen como tantas especies las esperanzas de encontrar un sentido de libertad común en la experiencia subjetiva. Los regímenes políticos brinden o no la opción, cada cierto tiempo de lo electoral, apenas se diferencian de esto, unos con otros, en la indisimulable continuidad del muro que creíamos haber derribado. Ni por asomo, calor alguno aportó dislocar el entumecimiento que produce que te digan que sos libre para decir, sin que te den las posibilidades de ser escuchado, cómo si fuese distinto a que te prohíban expresamente ingresar por un motor de búsqueda para tratar de encontrar, en las redes, algo.
Esta categoría jurídica, de indefensión política, deber ser asimilada normativamente, contemplada en la letra de los diferentes compendios legales de los distintos países que se precien de respetar irrestrictamente los derechos básicos universales, en el caso de que estos aún puedan ser demandados como tales (en el fondo la disputa política tiene que ver con la continuidad de un absoluto integrador o hegemonía ordenadora) . El estado de indefensión política, debe corresponderse, con que el ciudadano, o colectivo de ciudadanía afectado, no encuentre dentro de su estado de derecho (la segunda posta atacada es precisamente esta definición que desde hace dos siglos se utiliza sobre todo en Occidente para establecer las reglas de juegos de las pretensiones universales o generales) amparado por el  sistema político, del cual, obligadamente es parte, una posibilidad de respuesta concreta y efectiva. Sobre todo en tiempos de pánico, al sentirse varios de ellos agredidos, atacados o en peligro. Es decir, y como para que quede absolutamente claro, en ningún caso, puede ser variante o ariete, partidocrática, partidaria o ideológica, el alegar, esta situación de indefensión, sino que por definición, es precisamente la orfandad, clara, prístina, contundente y meridiana, en que o los, afectados, se ven o sienten sometidos, ante su estado rector, que paradójica o perversamente, fue creado y es sostenido, para resolverle los problemas que tuviere u otorgarle una mejor calidad de vida democrática.
Como nunca antes se vive en la nación democrática, en el occidente extenso y palmario, un estado de indefensión política-ciudadana, que no está únicamente vinculado a un mal que ataca por locura o maldad ínsita de algunas almas tiránicas al mando de hordas de bárbaros disfrazados de eslavos. 

El bien jurídico mayor de cualquier ciudadano ante un derecho colectivo es que le sea garantizado una vida, en democracia o en la politeia que fuese, y cuando esto no ocurre, el mismo ciudadano debe agotar las instancias para llevar adelante este reclamo en todas las sedes y ante todas las instancias judiciales, de su país como de los diferentes países que conformen instituciones internacionales en defensa de los derechos universales del hombre en cuanto género (así esta conceptualización se encuentre siendo atacada o discutida). No podrían objetarse ante esto, cuestiones metodológicas o de fueros, la justicia en cuanto tal, debe preservar y hacer cumplir el precepto humano por antonomasia que es que la ciudadanía o el ciudadano afectado, vea en algún punto, o ante la falta o ausencia de que su tema no es abordado, de que no se encuentra en este estado de orfandad o tal como lo definimos para que esté contemplado, legalmente, de indefensión política.

Sí los ciudadanos no somos capaces de despojarnos de la servidumbre voluntaria y continuar sometidos a conceptos políticos, que vienen desde hace siglos atrás, y que ni siquiera pueden ser discutidos en los ámbitos académicos, será porque finalmente estamos dentro de la horda y en tal condición escópica, solo podemos ver tras tales anteojeras y por las cuáles ya dejamos de ser humanos al menos contemplados en valores prioritarios como el espacio a la palabra y la posibilidad de entendimiento entre mutuos.
Antes de justificar, sea la violencia como último reducto de la razón de las cosas, o incluso el derecho a la resistencia o la sedición (es decir el derecho a resistir la agresión, agrediendo), debemos establecer en nuestros organismos multilaterales de defensa de los derechos humanos (y en el caso de su improcedencia, crear otros que sirvan) que esta figura legal, sea establecida con claridad y facilidad de acceso, para todos aquellos ciudadanos del mundo, que crean y sientan que sus necesidades políticas, están a la intemperie de la incertidumbre más extensa y sideral, por parte de un sistema político, que les ha prometido, y le sigue prometiendo, como un abuso casi perverso de la expectativa, precisamente lo contrario. Cómo sí fuese poco, reina en las diversas latitudes cómo régimen, mientras la ciudadanía deviene en horda, extraviando sus resquicios de lo humano, crepitando en el terror y el pavor de la incertidumbre y la zozobra.

Este sistema que ha encontrado en la política, la forma menos problemática del día a día de la mentira necesaria de la humanidad, sintetizó, en un acontecer de lo histórico, en un estadío de una dialéctica hegeliana en curso,  a la democracia como alter ego de un sistema perfecto o de una politeia de lo posible. Todo lo que estuviera por fuera de lo democrático, o no existiría o se encontraría en proceso de disolverse en la imposibilidad de tal régimen estrafalario.
El quiebre se dió primero en lo semántico, en la tensión entre la palabra y su significado. Promesas incumplidas de lo democrático, inexistencia de lo otro del muro derribado, que supuestamente ya no existía, pero agenciaba un reordenamiento, que se fortalecía observando la fragilidad y volatilidad de las plazas y acampadas, que reclamaron y reclamaron.
En el mismo todos, que no eran tales, en las facciones separadas entre los que estaban en una plaza determinada en un día y horario, debemos decir, sin embargo, cómo traducir el sentir y trabajar en una igualdad inexistente, en una similitud de condiciones para la letra muerta de lo que llaman ley o letra del contrato, que luego será interpretada, por otro grupo de privilegiados que nos dicen cuánto les corresponderá de castigo al que hizo expresa la ruptura con el pacto social, con el que se salió del acuerdo tácito del que está todo bien entre ciudadanos o hermanos.

Así las cosas, ni los intelectuales pensaron,o en tal caso no fueron escuchados, por tanto lejos de cambiar la ecuación democrática, de facto, quedó arriba de la mesa, en las asambleas, paros, plazas y acampadas, en blanco sobre negro, que para tal concepto de lo democrático, para la clase dirigente la igualdad ante la ley y ante las oportunidades no era más que la estrofa de un bello canto. 
Tal vez nada se arbitró cambiar desde este lado del muro, creyendo que del otro estaba todo exterminado o que sólo de allí podían surgir fantasmas de lo acabado. 
Se escribió hasta el cansancio, se describieron los síntomas, se encendieron las alarmas, con tinta indeleble y con furtivo espanto literario. 
“Cualquier palabra es violencia, una violencia tanto más temible cuanto más secreta, es el centro secreto de la violencia, violencia que se ejerce sobre aquello que la palabra nombra y puede nombrar  sólo privándolo de la presencia;, esto significa que cuando hablo habla la muerte (esta muerte que es poder)…siempre orden, terror, seducción, resentimiento, adulación,  iniciativa;  la palabra siempre es violencia, y quien pretende ignorarlo y tiene la pretensión de dialogar añade la hipocresía liberal al optimismo dialéctico, según el cual la guerra es simplemente una forma de diálogo”. (M.Blanchot. “L`infinito intrattenimiento”).

“El discurso, si es originariamente violento, no puede otra cosa que hacerse violencia, negarse para afirmarse, hacer la guerra a la guerra que lo instituye sin poder jamás, en tanto que discurso, volverse a apropiar de esa negatividad. Sin deber volvérsela a apropiar, pues si lo hiciese, desaparecería el horizonte de la paz en la noche (la peor violencia, en tanto pre violencia). Esta guerra segunda, en cuanto confesión, es la violencia menor posible, la única forma de reprimir la peor violencia, la del silencio primitivo y pre-lógico de una noche inimaginable que ni siquiera sería lo contrario del día, la de una violencia absoluta que ni siquiera sería lo contrario de la no violencia; la nada o el sinsentido.( “Derrida. Violencia y Metafísica).
Los tambores de la guerra, no llevan ni razones, ni desquicios tiránicos. Son el resultante, ajustado a ciclos que interactúan e interactuaron. 

Acceder a la posibilidad de justicia política, una justicia que de alguna manera, replique esa expresión tan deseada de una paz perpetua, a nivel político, tal vez sea, el último blasón en donde la democracia o como quiera llamarse la politeia que se redefina, tanto como idea, como sistema y como referencia, pueda ser sostenida, antes que la iracundia de los desposeídos, los desclasados, los marginales y todos aquellos, que lamentablemente, cada día son más, víctimas políticas de esto instituido, que les dice que reina para su beneficio, nos empujen a un estado de supervivencia del más apto, en donde la palabra no tenga mucho mayor sentido, que el de expresar ayuda, socorro o clemencia.
De estas ausencias, de estas falencias, de estas frustraciones, es que lo otro, que tanto nos cuesta asimilar en sentido y concepto, viene montado. En aquella «Maidán» cuando una acampada, como la que se apostó en la Puerta del Sol, destronó el régimen que tiene por excusa la intervención militar en curso, mediante la cúal se siente por vez primera la indefensión a la que hacemos referencia teórica, se dió inició a los juegos de engaño de la banalidad en la que hemos desustancializado a lo democrático. 
El electo presidente, del discutido estado (tal como expresábamos objetado en cuánto a que no reporta una incidencia en lo común, nominaciones semánticas para asociar ciudadanos que caen en situación de horda) fue antes, parte de un «reality» de un show televisivo con fines de lucro, donde ejerció ficticiamente de primer mandatario, y en tal desquicio colectivo de la experiencia ucraniana, lo ratificaron, como presidente real, confirmando el timo, el bluff, la burla y lo insensato de lo democrático. Esto no justifica nada, pero explica en sentido lato, que más allá de lo que estuviese enfrente, Maidán no era más que un hiato entre la legitimidad constituida y las formalidades de un poder que se va expresando, en su curso y decurso, con sus oleajes y marejadas, ahogando a los habitantes de las hordas, sean estas contempladas dentro de politeias o regímenes de lo democrático, lo autocrático o lo tiránico. 
La plaza o Maidán en Ucraniano, es el espacio de todos y de nadie, el intersticio, el sitio, en donde la dualidad se evapora, o debiera agenciarse la síntesis de los entrecruzamientos diversos, es el descampado, donde sucede la muerte, la violencia, el exterminio, como la belleza, el amor y el canto, lo único que debiéramos evitar, los que en tránsito vamos, a encontrarnos con los otros, es producir el desasosiego de no narrar lo que nos pasa o pensamos. 
Estar indefensos, como lo estamos, es no conceptualizar lo que nos ocurre, no ponerle palabras al horror, al espanto, al llanto. Y sí tales vocablos, pueden urdir la trama con otros, vincular lazos, como las arañas dibujan sus trazos, tendremos allí politeias, regímenes, entendimientos que alumbren el proceso de lo político, que en la mejor de sus expresiones irán por evitar la agresión y el dolor como forma de comunicarnos y manifestarnos. 

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