Las tribus digitales, y cómo la comunidad digital se reduce a mercancía
Por Salvador Hernández Velez
En el texto “Infocracia”, Byung-Chul Han es tajante en relación con el impacto que tienen las redes sociales digitales: “No son capaces de acción política alguna”.
Solidarizarse con las causas sociales, sólo a través de un like y desde la comodidad de la casa, manifestar nuestra inconformidad, no ejerce acción política. De esa forma no se puede confrontar al poder. A través del apoyo digital no es posible construir comunidad, no se construye fuerza política, ni fuerza social. Tampoco hay debate. Ni un programa de acción, no se cuenta con estrategias ni tácticas de acción. Los sujetos políticos y sociales se reducen a seres pasivos que desde su comodidad sólo suelen dar un like. La comodidad no construye fuerza política.
El autor de “Infocracia”, sostiene que las “communities” digitales son una forma de comunidad reducida a mercancía. Simple mercancía. Pues en realidad, son “commodities”, esto es, bienes destinados a uso comercial, que han sufrido poca elaboración y que se les ha añadido poco o nulo valor agregado.
Para formar opinión remitámonos a lo que plantea Hannah Arendt. Ella es muy directa, nos dice, sin la presencia del otro, mi opinión no es discursiva, no es representativa, sino autista, doctrinaria y dogmática. Y en las redes sociales digitales no existe la presencia del otro. El sujeto es digital, no interactúa, sólo “mensajea”, no sabe con quién esta interactuando por medio de un like. El otro, cualquiera que sea, es virtual. En la globalización los contextos culturales se disuelven y las tradiciones que nos anclan en un común mundo de la vida, desaparecen. Esto es, la globalización, la digitalización y la creación de redes, están acelerando la desintegración del mundo de la vida que llevábamos.
Así, los colectivos identitarios tribalistas rechazan todo discurso, todo diálogo; ejemplo de ello son los colectivos que defienden al presidente López Obrador, en donde el entendimiento ya no es posible y ni siquiera se busca. En palabras de Byung las opiniones expresadas no son discursivas, sino sagradas, por que coinciden plenamente con su identidad, algo a lo que no pueden renunciar. Por eso el Presidente sólo le habla a su público. Por otra parte, ningún público puede formarse a partir de “influencers” y de seguidores. Las tribus digitales son colectivos identitarios que carecen de racionalidad comunicativa. Por ello, fuera de su territorio tribal sólo hay enemigos. Sólo personas a las que hay que combatir, estas prácticas dividen y polarizan a la sociedad. Como bien lo interpreta el filósofo coreano-alemán, ello conduce a una dictadura tribalista de opinión e identidad que carece de toda racionalidad comunicativa. En otras palabras, la comunicación actual es cada vez menos discursiva, puesto que pierde cada vez más la dimensión del otro. La sociedad se está desintegrando en irreconciliables identidades sin alteridad.
Y es aquí donde la democracia es sólo una comunidad de oyentes, no hay interlocución, el otro no escucha, sólo “mensajea”, y de lo que se trata es de imponer, no de dialogar. La comunicación digital como comunicación sin comunidad, no existe, eso destruye la política basada en escuchar. Sólo hay racionalidad comunicativa si hay capacidad de razonar, que exista la disposición a aprender. Y ahora en la “comunicación” digital eso no importa. Sólo sígueme, es todo. No se practica la argumentación, se olvida o se pasa por alto que ella desempeña un papel importante en los procesos de aprendizaje.
Y aquí lo que plantea Shoshana Zuboff: “Si queremos renovar la democracia en las próximas décadas, necesitamos un sentimiento de indignación, una sensación de pérdida de lo que nos están quitando… Lo que aquí está en juego es la expectativa que cada ser humano abriga de ser dueño de su propia vida y autor de su propia experiencia. Lo que está en juego es la experiencia interior, con la cual conformamos nuestra voluntad de querer, y los espacios públicos en los que actuar de acuerdo con esa voluntad”. Las noticias falsas no son mentiras, más bien son indiferentes a la verdad de los hechos. Quien es ciego ante los hechos y la realidad, es un peligro mayor para la verdad, que el propio mentiroso. Y cuando las emociones y los afectos dominan el discurso político, la propia democracia está en peligro. La sociedad y la cultura se están mercantilizando.
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