Ucrania: el fascismo de pacotilla
Moscú (PL) ¿Quién es responsable de la sangrienta guerra en Donetsk y Lugansk, las mayores regiones industriales de Ucrania? Los medios monopolizados del mundo capitalista nos imponen una sola respuesta:Âíla culpa es de Rusia!
De hecho, la actitud de Moscú hacia el conflicto ha sido orientada exclusivamente a la búsqueda de una solución política negociada, lo que acaba de ser confirmado por un endeble cese al fuego, alcanzado con su papel mediador, mientras la conducta de Kiev ha sido la más provocadora y violenta.
Para resolver el problema de la responsabilidad, hay que partir del análisis del golpe de Estado, el 22 de febrero, y del quid del régimen instalado en Ucrania desde entonces.
Ya ninguna persona sensata puede tomar en serio la leyenda mediática sobre la supuesta «revolución democrática». Lo echa por tierra la evidente repartición del poder estatal, desde febrero pasado, entre los mismos clanes de la oligarquía financiera que han dominado la decadente economía ucraniana desde los años 90 del pasado siglo.
El «rey del chocolate» Piotr Poroshenko, el mayor financista del golpe, es el presidente actual de Ucrania; el tristemente célebre banquero Igor Kolomoyski fue nombrado por los golpistas al cargo de gobernador de Dniepropetrovsk, donde él es el mayor propietario industrial y el amo de su ejército privado de mercenarios.
A esa nómina cabe agregar a Serguey Taruta, el oligarca carbonífero, nombrado igualmente por Kiev gobernador de Donetsk, aunque rechazado por su «propia» región.
El flagrante carácter clasista del nuevo poder, así como sus métodos de mando altamente represivos y violentos, inclinan a muchos observadores y analistas a la convicción de su carácter fascista.
Es indudable que los golpistas se han apoyado sobre los destacamentos armados de la extrema derecha, imbuidos por la ideología nítidamente fascista. Sin embargo, a mi juicio, no se trata del régimen fascista como tal.
Históricamente, el fascismo clásico surgía cada vez ante el reto de una revolución popular antimperialista, que había sido inminente o ya derrotada aunque no vencida. Por esta razón, el mecanismo de la democracia burguesa dejaba de servir a la oligarquía financiera, y ésta última tenía que romperla para recurrir a su dictadura irrestricta.
Nada de esto es el caso de la Ucrania actual, donde no existe ni un movimiento obrero pujante ni un partido de izquierda capaz de disputar el poder. Tampoco el mecanismo parlamentario ha perdido su funcionalidad y cierta confiabilidad ante la población, lo que es confirmado por el mismo golpe arropado de «anticorrupción» y hasta «antioligárquico», así como por las elecciones del 25 de mayo, en las cuales la mayoría supuestamente votó por Poroshenko, quizás como un «mal menor».
El poder del flamante presidente es muy limitado por la Rada (parlamento) con su mayoría derechista y nacionalista.
¿Entonces, por qué un golpe de Estado y hasta una guerra civil? El pretexto inicial del golpe no era sino el acuerdo con la Unión Europea (UE), y el apoyo decisivo a los golpistas se lo brindaron los sectores gobernantes estadounidenses y europeos.
Finalmente, casi todas las facciones de la oligarquía financiera de Ucrania, así como un sector de las capas medias, optaron a favor de Estados Unidos, la UE y la OTAN.
Así se inclinaron al lado de Occidente hasta los sectores «orientales» de la oligarquía que habían apoyado al defenestrado mandatario Víktor Yanukóvich. O sea, los responsables del golpe y de la guerra son la oligarquía ucraniana en su conjunto, y ante todo sus patronos en Washington y en la UE.
Por otro lado, los sectores populares de Donetsk y Lugansk que resisten al régimen de Kiev, tratan de defender sus derechos nacionales y sociales.
Se dan cuenta de que el acuerdo con la UE y la eventual entrada en la OTAN significa el rompimiento de los vínculos económicos con Rusia, que son vitales para esta región. Además, les amenaza la nueva ola de las reformas neoliberales que eliminarían casi toda la industria, quizás con excepción de la extracción del gas de esquisto, altamente nocivo para el ambiente natural y la salud humana.
Para imponer su rumbo, el régimen tiene que reprimir o «exiliar» a la mayor parte de la población de Donetsk y Lugansk. Para ello, hace falta una dictadura de la oligarquía financiera, totalmente subordinada al imperialismo extranjero.
La esencia del golpe de Estado del 22 de febrero fue proimperialista y antirrusa. Los fascistas como tales no son sino los peones mercenarios de la oligarquía, que cumplen el «trabajo sucio» por su encargo.
Es poco conocido que el centro actual de la extrema derecha no es tanto el occidente rural de Ucrania, siempre imbuido por el nacionalismo, como Kiev y Dniepropetrovsk, o sea, las grandes ciudades mayormente ruso parlantes.
Hasta los mismos cabecillas de la extrema derecha hablan ruso e inglés mucho mejor que ucraniano. Su ideología y política no son sino la imitación falsa y vende patria del fascismo clásico.
Carlos Marx escribió que las tragedias históricas suelen repetirse como una farsa. Tenemos razón para llamarlo este nacionalismo títere del «fascismo de pacotilla».
Con esto, no es menos peligroso. No abre al pueblo ucraniano ninguna otra perspectiva que la de la mano de obra barata y la carne de cañón para los sectores más agresivos de la OTAN.
Es una necesidad común que todas las fuerzas antimperialistas se unan en el combate al «fascismo de pacotilla».
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