Siria: En tierras alauitas
Masyaf, Siria, (PL) Arropados por las llamadas Montañas de los Alauitas, decenas de pueblos desparramados entre campos de árboles de olivos e higos dan la bienvenida a los visitantes en el municipio de Masyaf, en la central provincia siria de Hama.
Con sus mausoleos, templos romanos y castillos, la zona destaca por sus numerosos sitios religiosos e históricos.
Imponente se alza la Ciudadela en medio de la localidad de Masyaf, construida por los bizantinos y célebre por ser uno de los centros de los Hashshashin, conocidos como la Secta de los Asesinos.
Ubicada en el valle del Orontes, en una elevación de 20 metros, la obra fue erigida por el Imperio Bizantino para proteger las caravanas que por allí pasaban y luego reformada por los nizaríes, los mamelucos y los otomanos.
El lugar es popular por ser un bastión de los nazaríes ismaelitas, un grupo religioso proveniente del Islam chíita, y cuyos detractores llamaron despectivamente y sin pruebas Hashshashin (fumadores de hachís).
Ante los ataques de los líderes sunitas, mayoritarios en la región, los nazaríes se especializaron en matar a sus oponentes mediante todo tipo de técnica, incluyendo el veneno, lo cual les otorgó una tenebrosa fama.
Por tal motivo el vocablo Hashshashin se popularizó en el Occidente latino y devino en la palabra asesino.
En la ciudad también sobresale su sencillo zoco o mercado tradicional, donde se venden todo tipo de productos.
A diferencia del resto el país, donde abundan las zonas desérticas, el municipio está pintado de verde por los numerosos árboles que se pierden más allá de la vista.
En lo alto de una colina, un cuartel de bomberos tiene la misión de combatir los habituales incendios de los bosques circundantes.
A unos pocos kilómetros de Masyaf, se haya el poblado de Deir Salib, que destaca por las ruinas de un templo romano, que aún conserva su cúpula casi intacta.
Cerca de allí se encuentra la humilde localidad de Rabu, famosa entre los alauitas por sus numerosos sepulcros dedicados a santos.
Entre ellos sobresalen los de Ahmed Salana, de San Juan Bautista, San Sergio y de Yusuf Rabu, quien le da nombre a la aldea, de apenas unos tres mil habitantes.
Este último es muy visitado por los alauitas de todos los rincones de Siria, Líbano y Turquía, quienes dejan un gran número de ofendas.
Tapizado con alfombras, el nicho que guarda el sarcófago de este santo está cubierto de versiones de El Corán, cuadros y fotos de shahids (mártires) que cayeron combatiendo a los grupos armados presentes en Siria.
Esta región ha pagado un alto precio por la guerra que libra el país contra las bandas extremistas patrocinadas por Estados Unidos y sus aliados.
Aquí las imágenes de los mártires cubren los postes de electricidad de las principales calles, en ocasiones sin asfaltar.
Rabu se debate entre el orgullo y el dolor por sus 73 jóvenes muertos en el frente.
Llenas de flores, fotos y banderas sirias, una veintena de tumbas a escasos 500 metros de la aldea son el recordatorio de la guerra contra el terrorismo.
Algunas familias prefieren enterrar a sus seres queridos en las tierras de sus antepasados, rodeados de árboles de olivos e higos.
Tal es el caso de Adib Mahfud, Hakim Razuk y Ahmad Musa, quienes murieron combatiendo durante la batalla de Qaddam, en las cercanías de Damasco en enero de 2014.
Al enterarse que sus amigos de la infancia estaban cercados, Musa, quien se recuperaba de una herida, volvió a Qaddam y allí cayó. Ahora los tres descansan juntos en unos sencillos sarcófagos, entre olivos.
Por encima de cristianos y drusos, los alauitas, un grupo religioso proveniente del Islam chií, son el principal blanco de los extremistas sunitas, que los consideran herejes y apóstatas y por tanto son asesinados sin misericordia.
Ante tal situación, no es de extrañar su masiva movilización en apoyo al gobierno y a las fuerzas armadas.
Al amanecer, mientras varias personas salen a trabajar la tierra, una anciana con el tradicional ishar (pañuelo que cubre la cabeza) visita una tumba acompañada de su nieta.
Por una calle sin asfaltar, un hombre con una chaqueta de camuflaje se traslada en una silla de ruedas automática debido a las lesiones sufridas en combate.
Ahmed Musa relata cómo fue herido en una pierna en los enfrentamientos en la oriental provincia de Deir Ezzor, y ahora, tras recuperarse, acaba de ser llamado nuevamente a las filas.
Con especial orgullo, los vecinos cuentan la historia de Saado Loulo, quien a sus 65 años se sumó al ejército tras perder a sus tres hijos. Cerca de allí, la situación es similar en el poblado de Deir Salib, conocido por su combatividad.
Casi 60 tumbas esparcidas en una ladera se han convertido de un lugar de peregrinaje y homenaje.
«Hay quienes se comprometieron a luchar y cumplieron su palabra» reza una de las lápidas de mármol, que abundan en ese camposanto, desde donde se divisa gran parte de Deir Salib.
En estas aldeas es difícil encontrar grupos de hombres jóvenes o adultos, solo quedan ancianos y niños, o heridos durante los combates. Aquellos aptos para empuñar un fusil están en el frente.
Pese a la pérdida de sus seres queridos y la situación económica que golpea la región, sus habitantes son optimistas. Estamos con el presidente Bashar al Assad, afirma llena de orgullo Hassibah, madre de siete hijos.
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