Sin embargo, es aceptado socialmente
Tenía que venir una activista a Saltillo, Coahuila, para darles una recordada a las autoridades sobre los derechos que merece el trabajo doméstico en donde en éste predominan las mujeres, siendo ésta una de las labores en donde la injusticia y los abusos abundan en todos los sentidos.
En México desafortunadamente se ve éste oficio, no se ve como un trabajo sino en su mayoría es visto como una obligación de la mujer en donde se le desconoce cualquier tipo de mérito. Ni a quién echarle la culpa porque por años ha sido una parte de la ideología mexicana en donde desde niñas se les enseña los quehaceres de las mujeres por el simple hecho de ser una nena se le impone “son obligaciones de toda una mujer”. Todavía en la actualidad éste tipo de cultura se les es impuesta en donde tal parece que la misión en la vida se trata el procrear hijos, atender a tu esposo, limpiar la casa, comida y todo aquel trabajo doméstico sin ninguna remuneración.
El caso de una niña oaxaqueña que trabajó a los 14 años de edad, durante 21 años, como empleada del hogar en donde, Marcelina Bautista Bautista, sufrió abusos, violencia y discriminaciones fundó el Centro de Apoyo y Capacitación para Empleadas del Hogar.
Su situación no es diferente a la de cualquier ama de casa, sin importar nivel social, pues a todas aquellas que se dedican a las labores del hogar pocas veces se les reconoce su trabajo, pero nunca gozan de sus derechos laborales, ya que para muchos maridos es ridículo el pensar en inscribir al Seguro Social y pago de nómina a la que es tu esposa.
Hay otros casos que son hasta las mismas mujeres que menosprecian y humillan éste trabajo, sin considerarlo como tal, siendo muy frecuente en aquellas profesionistas que prefieren contratar una “chacha” para que haga éste trabajo. Tan discriminatorio se considera el trabajo doméstico en donde la incongruencia está en que prefieren buscar un empleo con tanto afán, para trabajar y poder pagarles a las nominadas “chachas” de la casa, sin importarles la merma de su sueldo pero bien orgullosas dicen: “Yo prefiero mil veces pagar que ponerme a hacer los quehaceres de la casa”.
Se ve en muchas familias mexicanas y en todos los niveles que ni siquiera los hijos aprecien uno de los trabajos más temidos por lo duro que es, prefiriendo en el mejor de los casos a manera de gratificación llevar a su esposa o pareja a cenar unos tacos.
Eso en las situaciones dentro de las ciudades, sin embargo, el caso de la oaxaqueña es algo que se da en los poblados rurales de la sierra de distintos Estados, que sobreviven en donde prevalece la explotación infantil. Los padres alquilan a sus hijas que a veces apenas rebasan los siete años como servicio doméstico, las patronas no las quieren de más edad porque dicen que se hacen mañosas, dizque las roban o de plano abandonan a quien le tiende la mano para irse por la vida fácil en la ciudad.
Entre los derechos de los niños a la educación, la salud y todo eso que se lee en los folletos de Derechos Humanos y del DIF y la realidad que las agobia, hay años luz de distancia.
Llegan con sus pertenencias abrazadas en el regazo que la mayoría de las veces cabe en una caja de cartón y con el tiempo heredarán las ropas que van dejando los niños de la familia, también calzarán sus desnudos pies con zapatos que preferirán no usar para que no se les gasten.
Aceptarán cualquier prenda que les den aunque no les quede porque a la abundante prole que hay en la casa paterna a la que regresarán una o dos veces por año puede que le sirvan.
Y las señoras que las emplean se quejan de que no saben nada del quehacer, ni siquiera agarrar la escoba, argumentando que vivían en piso de tierra. Saben lavar, pero en el río y la lavadora, es un misterio indescifrable, que al cabo para eso están, para tallar y tallar.
Aprenden a comer con tenedor y cuchillo y son objeto de burlas cuando pretendiendo dar un elegante giro, la comida sale disparada del plato, pero la dignidad indígena es inmutable y el rostro permanece sereno.
Y aunque se siente sola, arrancada del seno paterno lo que le ofrecen va más allá de lo imaginable, televisión con cable, radio, abundante agua, los placeres del baño diario terminan por desdibujar cualquier añoranza con la familia. La curiosidad le gana a la nostalgia, por primera vez no están cuidando a los hermanos o ayudando en la labor y hasta cuidando al ganado, no son golpeadas y tras las faenas domésticas se quedan mirando la televisión junto a la patrona. ¡Eso!, en el mejor de los casos.
Ese tipo de trabajo doméstico no se da a través de una agencia de colocaciones ni mucho menos, sino lo peor del caso el tipo de red hereditaria que lo hace aún más frágiles y pasan de generación en generación. Ir a buscar una muchacha para el servicio es toda una aventura que inicia en la carretera y termina en intrincados caminos de tierra y lodo en el mundo huasteco o al pie de una cuesta intransitable donde hay que seguir a pie hasta el jacal.
Ocupados en erradicar las “peores formas de trabajo infantil” como lo son la explotación sexual y trabajos de alto riesgo, la Convenciónde Derechos de los Niños ha omitido la parte del trabajo doméstico aun cuando ello implica el renunciar a todos los derechos como el de la educación en tanto el Fondo Internacional de la Naciones Unidaspara la Ayudaa la Infancia(Unicef) reconoce que si bien el 80 por ciento de los menores que trabajan son sustento de su familia, la tendencia internacional “debe ser” desalentar toda forma de trabajo infantil, incluido éste que es socialmente aceptable. (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013) www.intersip.org
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