Nos enseñaron a ser corruptos

De acuerdo al Índice de Percepción de la Corrupción (IPC) 2014 dado a conocer la semana pasada, pone a los mexicanos en el lugar 103 del ranking, es decir, sacó la calificación 35 de 100 puntos en donde más cercano esté en el cero, es mayor la percepción de corrupción entre sus ciudadanos y más cercano al 100 es menor.

De los 175 países calificados el honoroso lugar 103 empatado con Bolivia, Moldova, y Níger, ha hecho de México un posesamente de más de una década en donde sus cambios al tratar de mejorar el nivel de corrupción han sido nulo y cualquiera pudiera pensar que se trata nada más algo que se ve en el sistema de gobierno de todos sus niveles, pero no es así ya que todos participamos en alguna parte en ello.

Lo que vemos como algo cotidiano, sin pensarlo lo hacemos parte de nuestra vida aun cuando sea algo malo. Posiblemente con el correr diario porque cada día nos ocupamos más en trabajar en uno o dos oficios o profesiones en distintos turnos para tener un mejor modo de vida aunque en realidad por más que se esfuerce uno, ganamos lo mismo, y la constante preocupante de salir adelante no nos permite detenernos en lo que ahora denominamos pequeñeces.

Uno de los grandes problemas es que la corrupción la vemos como algo normal habitual y parte de nuestra sociedad por lo tanto lo hemos adaptado en la vida cotidiana. Equivocadamente, pero es una realidad que nadie se ha escapado en practicarla en algún momento de nuestras vidas.

Su práctica comienza desde muy temprana edad cuando somos niños, pues desde el momento en que estamos en la educación básica no falta el típico intercambio de premiar ya sea con un juguete o dinero para sacar una buena calificación o quién no ha escuchado: “Si te portas bien, te doy tu domingo.”

Si el significado de corrupción es la acción y efecto de corromper, y su acción es sobornar a alguien con dádivas o de otra manera, esto quiere decir que desde la niñez se nos enseña a ser sobornados, haciendo parte de nuestras vidas y educación.

Esto es simplemente un ejemplo como parte de la iniciación de soborno en el país; y conforme vamos creciendo lo vemos durante la secundaria o preparatoria que no falta quién le ofrezca al maestro el famoso “bebe”, o sea la botellita de brandy para aprobar la materia.

Todo esto me hizo reflexionar gracias a un amigo originario de Cuba que se quedó a vivir en la ciudad de Monterrey y por fortuna tuvo la oportunidad de conocer varios municipios de Coahuila, como Saltillo, Torreón, Monclova, Piedras Negras, Arteaga y Ramos Arizpe, así como otras ciudades, como Chihuahua, Toluca, y Ciudad de México.

Con su muy peculiar sonsonete cubano siempre me “atacaba” con preguntas del por qué los mexicanos actuaban de una manera u otra, pero aprendió muy rápido ésta cuestión del sistema de la corrupción en el país, adoptándolo rápidamente en su vida cuando adquirió su primer vehículo.

Entendió muy bien la dinámica que hasta la estadística de probabilidades no le falló porque llegó a la conclusión que nueve de cada diez personas que son detenidas por un agente de tránsito o policíaco éste intenta sobornarlo; cuatro de cada cinco carecen de licencia para manejar actualizada y sólo cinco de cada cien quejas contra gendarmes resultan tener elementos serios.

Mi amigo, el cubano, también aprendió a identificarlos de manera fácil, pues una de sus preguntas más frecuentes que me hacía era: “Oye mi hermano… yo no me explico por qué todos los policías en éste país cargan con el morral en la panza y ahora me explico por qué los delincuentes siempre se les escapan, pues con esa barrigota que tienen es natural que no lleguen a ningún lado más que a las taquerías y gorditas.”

Pero cuál fue su sorpresa cuando quiso poner en práctica el estilo mexicano de sobornar a los agentes de tránsito cuando fue detenido por primera vez, llevándose una sorpresa al momento que se acercó el agente y diciéndole el cubano con justa razón al gendarme que él no pertenecía a ninguna corporación policíaca, y obviamente la autoridad molesta, le preguntó por qué le aseguraba dicha declaración. El cubano le respondió, que era muy sencillo, ya que era el primer policía de tránsito que conocía sin tremenda panza y por lo tanto él no podía ser compañero de sus colegas. Esto le causó tanta gracia al agente que lo dejó ir, y el cubano nunca supo el motivo por el cual lo había detenido.

Esta mezcla caldosa de corrupción ciudadana y policíaca ha ocasionado un terrible dolor de cabeza a las autoridades municipales coahuilenses que no encuentran una cura que resuelva a corto plazo el problema de vialidad, por un lado, la pobre cultura del conductor, por otra parte, la dudosa ética policíaca.

El rezago en cantidad de elementos policíacos porque muchos de ellos no han pasado la prueba de confiabilidad, cada vez hay menos motivación para entrar a la academia policíaca por sentirse amedrentados por el crimen organizado y su baja calidad por la renuencia de capacitación para ser más y mejores elementos policíacos son una cruda realidad.

Pero la verdadera culpa la tenemos nosotros mismos porque inculcamos el chantaje, el soborno como parte de la educación de nuestros menores que ya se ha convertido algo tan normal o cotidiano que no le damos importancia y ante la falta de una explicación lógica del porqué, también se lo enseñamos a los extranjeros con nuestros actos. (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013) www.intersip.org

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