¿Mujeres en el altar?
La Habana (PL) Febes, Pérsida, Priscila, Trifena, María, Eunice y Loida fueron algunas de las mujeres que según sagradas escrituras resultaron las mejores aliadas de San Pablo en labores misioneras y a la hora de predicar la palabra de Dios.
Siglos después, la propia Iglesia católica cuestiona el derecho de las mujeres a desempeñar un rol importante en los actos litúrgicos, e incluso niegan la posibilidad de que alguna llegue a ordenarse como sacerdote o cardenal, función exclusiva de los hombres.
Sin embargo, el papa Francisco sabe que para poner en marcha los cambios que tiene en mente necesita «escuchar» a la Iglesia, no solo a la de arriba, sino también a la de abajo, donde hoy las mujeres protagonizan las «construcciones profundas».
Epístolas escritas por el apóstol San Pablo y recogidas en pasajes bíblicos o el Nuevo Testamento dan fe del cariño, respeto y reconocimiento que sentía este hombre por las mujeres que conoció y le ayudaron en su ministerio.
«Saludad a María, la cual ha trabajado mucho entre vosotros» (Romanos 16:6). «Os recomiendo además a nuestra hermana Febes, diaconisa de la Iglesia en Cencrea», puerto de Corinto (Romanos 16:1), y «es digno de los santos que la ayuden en lo que se le ofrezca ya que ella, no tan solo ha ayudado a muchos sino a Pablo mismo». (Romanos 16:2).
Considerado el mejor exponente de la intelectualidad judía de su tiempo, y acostumbrado a ver el desempeño de las féminas en la atención de su marido e hijos en el hogar, no resulta casual que Pablo les otorgara un papel preponderante.
Actitud que por demás constituía un asunto social y cultural, más que místico. De hecho la historia religiosa de Israel muestra numerosas mujeres heroínas de la fe (María, la hermana De Aarón) y profetizas (Débora).
En este contexto resulta significativo destacar que ya en época de Pablo, las féminas ejercieron funciones de ministerio en la Iglesia, además de participar en la construcción de las primeras comunidades cristianas. Pero, ¿cuál fue su papel?
Uno de los más conocidos es el de profetas, persona que tiene una clara función en la asamblea litúrgica y que San Pablo situó entre el apóstol y el maestro, además de colocar al mismo nivel la predicción realizada por una mujer y un hombre.
El otro papel, tema de análisis actualmente dentro de la Curia Romana, es el de ejercer como diaconisas, cuyas mujeres al igual que los diáconos hombres deben «ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo», tal y como expresara Pablo en la primera carta a Timoteo.
Lo cierto es que el ministerio de las Diaconisas tiene una larga data en la historia de la Iglesia. En la Carta a los Romanos 16:1, San Pablo menciona a Febes y la llama diácona. Este es el único lugar en la Biblia en que dicho título es aplicado directamente a una mujer.
En los siglos III y IV, el ministerio de las diaconisas se expandió debido al gran número de nuevos miembros femeninos que acogió la Iglesia Católica, fenómeno que en el caso de la Iglesia Bizantina tuvo su desarrollo durante los siglos VIII y IX. Pero, con el tiempo las cosas cambiaron para las féminas, al punto de ser relegadas a cargos y funciones inferiores.
Según documentos históricos, el declive del diaconado femenino se atribuye a dos causas principales: el miedo a la impureza ritual debido al período menstrual y el descenso en el número de bautismos en adultos, lo cual mermó la necesidad de la ayuda femenina.
Rechazo que en la iglesia latina también se debe a la influencia del derecho romano, según el cual la mujer no podía ocupar ningún puesto de autoridad.
El crecimiento del movimiento monástico empezó a cambiar las necesidades y el carácter de la Iglesia, así como el ministerio de las diaconisas, quienes cada vez más eran asignadas solo a las ceremonias relacionadas con el catecismo en las comunidades femeninas.
Por varios siglos el ministerio de las diaconisas eclipsó para Occidente hasta que en el siglo XIX revivió con la creación en 1837 de una orden de diaconisas-enfermeras por el reverendo Theodor Flierner de la iglesia Luterana Alemana.
Posteriormente, en 1871, la Iglesia Anglicana creó la Orden de las Diaconisas, y nueve años después elaboró los formularios canónicos para ordenar y consagrar a las féminas en ese ministerio en resolución firmada por 19 obispos.
De esta manera, el rol de la mujer como diaconisa se convirtió en un instrumento eficiente para las diócesis, parroquias y congregaciones.
CAMBIOS VS TABÚES
Recientemente el presidente de los obispos alemanes, el arzobispo de Friburgo, Robert Zollitsch, aseguró que el diaconado femenino «ya no es un tabú».
La apertura hacia el ordenamiento diaconado femenino fue expresada en su momento por el cardenal Carlo María Martini (1927-2012), luego que Juan Pablo II (1920-2005), en la carta Ordinatio sacerdotalis, excluyera a las mujeres de recibir el sacerdocio.
En pocas palabras, la Iglesia no tiene autoridad para ordenar a las mujeres para el presbiterado porque Cristo no escogió a ninguna para integrar el grupo de los 12 apóstoles.
Este documento del Papa fue publicado en 1994, tras la decisión de la Iglesia Anglicana de abrirse al sacerdocio femenino.
Pese a lo escabroso del tema, la teóloga Phyllis Zagano considera posible la restauración de lo que durante muchos siglos fue una función oficial de la mujer en la Iglesia, en tanto rechaza la idea de quienes opinan que con el tiempo las diaconisas llegarán a ser sacerdotes.
«El diaconado es una vocación en sí mismo y no implica necesariamente el presbiterado», precisó.
Amén de las buenas voluntades y deseos, lo cierto es que en el actual derecho canónico las mujeres no pueden ser ordenadas como nada, de ahí que el mayor obstáculo para lograr cualquier cambio sea la inercia y quizá la mala comprensión de lo que es el diaconado, agregó Zagano.
Solo en Estados Unidos existen unos 35 mil ministros laicos, de los cuales cerca del 80 por ciento son mujeres; sin embargo, de las que tienen un ministerio en la Iglesia, ninguna posee una especial relación entre ella, su ministerio y el obispo.
Pero de esta contrastante realidad nadie se dará cuenta hasta que no haya una diaconisa en el presbiterio al lado del Papa proclamando el Evangelio, sostienen algunos especialistas en temas religiosos.
Tal vez por ello, uno de los primeros pensamientos de Francisco tras su asunción al cargo en marzo de 2013 está dirigido al sector femenino, donde a juicio de muchos expertos pudiera generarse una de las transformaciones más innovadoras del Santo Padre, al nombrar como cardenal a una fémina.
¿Imposible? Tal vez no, pues según el derecho canónico puede haber cardenales que no sean sacerdotes, en tanto sean diáconos, una categoría que le fue reservada a la mujer hace 800 años durante las primeras comunidades cristianas.
De acuerdo con Zagano, experta en ese tema en la Universidad Loyola de Chicago, «el diaconado femenino no es una idea para el futuro, sino un tema para hoy», que con anterioridad fue abordado por Jorge Bergoglio con el cardenal Joseph Ratzinger antes de convertirse en Benedicto XVI, y a quien este asunto le quedó pendiente en el tintero.
Baste señalar que actualmente la Iglesia Apostólica Armenia y la Ortodoxa Griega, ambas unidas a Roma, cuentan con diaconisas, para darse cuenta que esta cuestión es solo puro trámite en el Vaticano.
Un jesuita me decía: «Conociendo a este Papa, no le temblaría la mano haciendo cardenal a una mujer y hasta le encantaría ser el primero que permitiese que la mujer pudiera participar en la elección de un nuevo Papa», refirió Zagano.
En una larga entrevista concedida a la revista jesuita La Civiltá Católica, el Sumo Pontífice aseguró que resulta necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia, en tanto «el genio femenino es necesario en los lugares donde se toman decisiones importantes».
Durante su diálogo con la publicación, Francisco también abogó por la elaboración de una teología profunda de la mujer, que implicaría una reforma en la que podrían ser consultadas las bases católicas, formadas en su mayoría por féminas religiosas y laicas.
Para la prestigiosa teóloga italiana Lucetta Scaraffia, la designación de una mujer en el Sagrado Colegio de Cardenales, representaría un «gesto fuerte, significativo, similar a los que el papa Francisco está cumpliendo».
Ese gesto sacudiría al mundo eclesiástico, solo de hombres pese a que dos tercios de los religiosos en el mundo son mujeres, de las cuales tres ocupan altos cargos en la Curia Romana, pero ninguna en un puesto de responsabilidad, acotó.
Lo cierto es que las reformas impulsadas por Francisco, incluso desde su discurso, gozan de consenso tanto entre los seguidores de la Iglesia Católica como entre representantes de otros credos, y muestra de ello es que el 60 por ciento aprueba la ordenación sacerdotal de mujeres.
Justamente quienes conocen a Bergoglio dentro y fuera de la Iglesia aseguran que para el primer Papa jesuita nombrar cardenal a una mujer no resulta una broma, pues es una idea que ya le pasó por la cabeza.
Con este plan, el sucesor de Pedro podría resolver el tema femenino, un asunto de vieja data que no puede esperar y que dejó bien claro con dos frases lapidarias en su entrevista a Civiltá Católica: «La Iglesia no puede ser ella misma sin la mujer» y «Necesitamos de una teología profunda de la mujer».
Escolástica que según Bergoglio no puede ser construida en el laboratorio del Vaticano, ni mucho menos apadrinada por el poder porque «la mujer está formulando construcciones profundas que debemos afrontar».
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