Medellín: Capital de la montaña, las flores y la cultura paisa

Medellín, Colombia (PL) Abrazada a Los Andes, Medellín late en las alturas, entre poblados que intentan tocar las cimas de la majestuosa cordillera, plantíos de flores y el arraigo de la cultura paisa, asociada a la tradición cafetalera.
Luego de admirar las estatuas de grandes dimensiones creadas por el escultor Fernando Botero, y expuestas al aire libre en el centro de esta capital, muchos prefieren llegar hasta el pueblito paisa, de calles adoquinadas y edificaciones construidas a la usanza de la época colonial.
En la cima del cerro Nutibara, el asentamiento-museo fue levantado en 1977 para evocar una comunidad original de la región antioqueña, que resulta casi intransitable por lo concurrido de sus pasajes.
Lugareños y viajeros ascienden en auto o caminando hasta el pico de la montaña, situada en el Valle de Aburrá, con el deseo de visitar las viviendas, la iglesia y otros inmuebles del lugar, cuyo encuentro supone un acercamiento a las tradiciones de este paraje serrano.
Aunque se trata de una imitación para reverenciar la vida de los habitantes de la zona, conocidos como paisas -apócope de paisano-, en la conformación de cada espacio sus artífices utilizaron elementos auténticos, que datan del siglo XIX y principios del XX.
Puertas, ventanas y enseres pertenecientes a antiguas familias, fueron adquiridos con esos fines.
De modo que caminar por el turístico pueblo permite tocar y respirar el pasado del departamento de Antioquia a través de sus pasadizos, su colegio, restaurantes y un pequeño altar, donde los visitantes hacen votos por la salud, la seguridad de sus seres queridos y la prosperidad.
Como toda localidad que se respete, tiene también plaza central, fuente y un monumento a un personaje célebre.
Antes o al finalizar el recorrido por el pueblito, los paseantes se asoman al mirador, desde donde es posible apreciar deslumbrantes panorámicas de Medellín -capital departamental-, una ciudad surcada por caminos zigzagueantes que bordean las elevaciones.
El vocablo paisa identifica a los residentes en Antioquia, Caldas, Risaralda, Tolima y Quindío, tierras de cafetales donde experimentados labriegos cultivan la variedad suave o arábiga.
Aunque nadie vive en la réplica del asentamiento, sus calles, portales y exteriores permanecen ocupados por una multitud que arriba tanto de día como de noche, en su mayoría a bordo de las emblemáticas «chivas», autobuses reconocidos por su amplitud y colorido.
A sólo 12 kilómetros de allí, Santa Elena reluce con sus sembrados de flores, plantas que animan el tradicional desfile de silleteros cada agosto.
Esa práctica fue declarada Patrimonio Cultural de Colombia con el fin de realzar su huella y contribuir a la conservación de la costumbre, que data de mediados del siglo pasado.
En cada rincón del apacible sitio es posible admirar las delicadas faenas de los floricultores y los olorosos frutos de esa tierra, donde no faltan orquídeas, agapantos, siemprevivas y otras vistosas variedades.
Durante todo el año hombres y mujeres de ese escenario rural se preparan para la gran exhibición de flores en silletas, atractivos arreglos que los propios sembradores cargan a sus espaldas.
Con anterioridad los canastos eran utilizados por los lugareños para transportar a sus hijos o enfermos, hasta que decidieron usarlos para exhibir lo mejor de la cosecha local.
Pero una vez en Medellín es casi obligada la visita al monolito El Peñol, gran masa de piedra de 200 metros de altura, distante 80 kilómetros del centro de la urbe.
Según los vecinos de la demarcación, tocar el enorme bloque en forma de loma llama a la suerte, así que casi todos acarician o besan la roca, antes o después de fotografiarla.
Adorado por los indígenas desde tiempos prehispánicos, quienes según leyendas lo protegieron del diablo, El Peñol es una de las joyas naturales de Antioquia.
Millares de personas viajan a diario al intrincado punto, desde donde contemplan las vistas más hermosas del embalse circundante, extendido hasta la limítrofe localidad de Guatapé.
De color gris intenso, el peñasco es uno de los principales atractivos del turismo en la región, distinguida también por los zócalos de sus viviendas y por la sui géneris apariencia de la iglesia de Nuestra Señora de Chiquinquirá, edificada a semejanza de una piedra, para evocar la majestuosidad del cercano Peñol.
Tiendas de artesanías y expendios de alimentos rodean el promontorio, ideal para pasar parte del día, luego de sortear el complicado tráfico por una estrecha carretera.
Sentados en los alrededores con la mirada fija en la elevación y su entorno, como para no olvidar en mucho tiempo esa asombrosa imagen, los paseantes observan extasiados ese lugar, sin par en el país.
Muy cerca de allí, Guatapé sorprende por lo frecuentado de sus vías y plazas, las cuales bordean a la represa homónima.
Además de proveer de electricidad a ciudades aledañas, es un sitio de recreación navegado en pequeñas embarcaciones.
En los alrededores las casas relucen por sus llamativos zócalos, pero entre la uniformidad del diseño general, asoman las peculiaridades de los motivos pictóricos los cuales reflejan escenas de la vida pueblerina. Animales, árboles y figuras humanas aparecen en los dibujos, dispuestos en la parte inferior de las fachadas, cada uno con colores distintos pero predominantemente alegres, que armonizan con los balcones tapiados de vegetación.
Acogedores restaurantes ofrecen allí a los caminantes platos típicos, entre ellos la famosa bandeja paisa, peculiar mezcla de sabores y sensaciones, orgullo de los colombianos.

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