Malula: un símbolo cristiano que habla en arameo

Malula, Siria, (PL) Considerado uno de los símbolos del cristianismo
en el Levante y uno de los últimos rincones de la lengua aramea, el
pueblo de Malula es un ejemplo más de la guerra desatada contra Siria.
Llamada Seliócopolis durante la época romana, esta pequeña localidad, de casas levantadas con ladrillos de color arena, fue un símbolo de la coexistencia pacífica entre musulmanes y cristianos durante siglos en Siria.
Para llegar a Malula, a unos 55 kilómetros al norte de Damasco, es
necesario recorrer una carretera escarpada que atraviesa los montes Kalamun y custodiada en la actualidad por numerosos retenes militares.
Al igual que en las cercanas aldeas de Bakha y Jubbadin, aquí predomina el arameo, la lengua que habló el mítico Jesús (aunque no el mismo dialecto) y que fue predominante en el Levante durante siglos.
Para un viajero, salta a la vista la multitud de viviendas edificadas en las laderas de las montañas circundantes, superpuestas unas a las otras, y sus antiguas y estrechas calles, custodiadas por soldados que garantizan la seguridad.
Como las plagas bíblicas, la localidad de apenas tres mil habitantes
sufrió durante meses la ocupación de bandas armadas que destrozaron esta joya arquitectónica y provocaron un éxodo masivo de personas, del que aún no se ha recobrado.
Orgullosa de su historia, sus construcciones y su lengua, Malula es un
ejemplo de la barbarie de los grupos fundamentalistas, financiados y
armados por potencias occidentales y regionales.
Su relativa lejanía de grandes ciudades, y sobre todo su posición
geográfica (rodeada de montañas) permitió que esa lengua subsistiera en la región durante un milenio y medio, a diferencia del resto de Siria.
Precisamente, su población mayoritariamente cristiana y su
emplazamiento, la hizo un blanco de las formaciones extremistas sunitas
(takfíries), encabezadAs por el frente Al Nusra, brazo de la red Al Qaeda en Siria.
Al recorrer el lugar se observan los signos de la violencia de los
radicales armados: agujeros de balas en las fachadas de las casas, muros
y paredes derruidos, pintadas en las paredes, escombros por doquier, ventanas y puertas que no existen.
Vuestro día se acerca, esclavos de la cruz, reza uno de los graffitis de los extremistas sobre un muro, que amenaza con derrumbarse.
Aquí nunca tuvimos problemas, este era un sitio de paz. Por qué hicieron esto, es una barbarie, afirma Michael, uno de sus habitantes, mientras explica a Prensa Latina detalles de la ocupación y la destrucción causada.
Los daños fueron aún mayores en los templos cristianos saqueados por
los radicales, que con especial saña asaltaron el convento greco-ortodoxo de Santa Tecla y el monasterio greco-católico de San Sergio y San Baco (jefes militares romanos que fueron martirizados en el siglo IV al descubrirse que eran cristianos).
En esos lugares aún se observan cuadros de santos rasgados, frescos
ennegrecidos por las llamas o pintados con frases ofensivas y estatuas
cercenadas.
Muy afectado quedó el monasterio de San Sergio y San Baco, cuya cúpula, que data del siglo IV, fue dañada durante los combates por el aledaño hotel Safir, ubicado en el punto más alto del pueblo y del que ahora solo quedan ruinas.
De ese templo de estilo bizantino desaparecieron varios iconos, entre
ellos uno que representa «La última cena», y que tenía más de 900 años de antigüedad.
Allí Michael enseña un túnel antiquísimo por donde los terroristas
intentaron escapar ante el avance de las fuerzas armadas.
Por su posición geográfica, el hotel Safir fue el centro de operaciones y observatorio para la artillería de los extremistas, y el último lugar de su resistencia.
Al ingresar al vestíbulo destaca el alcance de la destrucción: cristales rotos por doquier, pedazos de techo en el suelo, restos de sillas y mesas de madera.
En lo que fue la recepción, aun se observa un diccionario árabe-inglés ennegrecido por el fuego y numerosos papeles esparcidos.    Cerca de allí, en la cima de la montaña, desde donde se divisa la región circundante, varios soldados montan guardia. Una escena que se repite por toda la localidad.
También el convento de Santa Tecla sufrió las consecuencias de la
ocupación. La puerta de metal fue arrancada de cuajo, mientras numerosos iconos y mosaicos fueron destruidos o dañados.
Se ha presentado un espectáculo apocalíptico. Otras iglesias han sido destruidas durante los combates en Siria, pero nunca he visto ese tipo de cosas. He llorado y traté en vano un momento de soledad para orar. Mi corazón está roto, señaló tras visitar el lugar Gregorio III Laham, patriarca griego-católico de Antioquia y Oriente Medio.

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