Líbano, a las puertas de un diálogo indispensable, pero esquivo

Beirut, 29 nov (PL) Cada vez son más quienes demandan armonía y entendimiento en la política de El Líbano, pero nada garantiza que un proyectado diálogo entre Hizbulah y Mustaqbal, si bien puede destrabar la elección del presidente, aporte estabilidad.
Las pláticas las encabezarían los líderes de los dos bloques mayoritarios en el parlamento, el chiita Sayyed Hassan Nasrallah, a nombre de Hizbulah (Partido de Dios, en árabe) y de la coalición 8 de Marzo, y el sunnita Saad Hariri, por Mustaqbal (Futuro) y la alianza prooccidental 14 de Marzo.
Ambos tienen mucho que decirse y, sobre todo, que recriminarse, pero habrán de converger en un hecho impostergable que los libaneses aguardan con ansias: propiciar un entendimiento entre la comunidad cristiano-maronita para que aporte un candidato de consenso a la Presidencia de la nación.
En virtud de un pacto para la repartición de poderes en El Líbano, la jefatura del Estado corresponde a un cristiano, el cargo de primer ministro -que ya ocupó Hariri (2009-2011)- a un musulmán sunnita, y la presidencia de la Asamblea de Representantes (parlamento) a un chiita.
Los políticos del 14 de Marzo postularon como candidato a la primera magistratura al líder del partido Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, una figura con mucha sangre a sus espaldas durante la guerra civil (1975-1990), según le reprochan sus adversarios del 8 de Marzo.
La alianza encabezada por Hizbulah avala al también cristiano Michel Aoun, jefe de la Corriente Patriótica Libre y del bloque Cambio y Reforma, pero, además de rivalidades ideológicas domésticas, los diputados están separados por temas foráneos con gran incidencia en la política nacional.
Siria y su crisis armada divide a sunnitas y chiitas libaneses, los primeros en contra y los segundos a favor del presidente Bashar Al-Assad, mientras el Irán chiita y su estrecha relación con Hizbulah, y la Arabia Saudita wahabita y la cercanía con Mustaqbal, generan también escisiones.
Aunque todavía no hay fecha específica para el diálogo, el ministro de Estado para el Desarrollo Administrativo, Nabil de Freij, afín al bloque Futuro, da por hecho que la elección presidencial sería un tema prioritario.
La agenda, entretanto, la preparan a cuatro manos el movimiento chiita Amal, aliado de Hizbulah y dirigido por el presidente del parlamento, Nabih Berri, y el druso Walid Jumblatt, líder del Partido Socialista Progresista, de tendencia centrista, al menos nominalmente en el hemiciclo.
Para el legislador por Fuerzas Libanesas Chant Janjanian, será «un paso avanzado» que su partido apoyá incluso con la promesa de Samir Geagea de retirar su candidatura, si se hallara a una figura de consenso.
El diputado Walid Khoury, partidario de Aoun, abogó por un diálogo entre todas las facciones, pero auguró que la plática Hariri-Nasrallah «eliminará la disputa entre las dos mayores sectas de El Líbano y arrojará resultados».
Todo optimismo, sin embargo, languidece si se toman en cuenta las declaraciones de Hariri al canal televisivo LBC, cargadas de ambigüedades y no pocas incoherencias cuando favorece el diálogo para aliviar tensiones entre sunnitas y chiitas, pero ratifica condicionamientos a la contraparte.
Admitió que su antagonismo con Hizbulah va desde rechazar la intervención en Siria de la agrupación líder de la Resistencia chiita hasta el caso del tribunal internacional que dirime la muerte de su padre en un atentado aquí en 2005, del que culpa a hombres del Partido de Dios.
El exjefe de gobierno ensalzó la cercanía de Arabia Saudita a su partido y a El Líbano a raíz de un reciente acuerdo millonario para suministrar armas al Ejército y las Fuerzas de Seguridad Interna, denigrando de plano un ofrecimiento en ese sentido hecho meses atrás por Irán.
«El mayor donativo que Irán puede ofrecer al Ejército sería pedir a Hizbulah que se retire de Siria», apuntó Hariri al reprobar que su adversario continúe como una fuerza política con milicias armadas.
Según Hariri, «Bashar Al-Assad no tiene lugar en el futuro de Siria» y espera que la estabilidad de la zona pase porque Teherán cambie su política hacia Damasco, pues a su juicio «Irán debe entender que no puede tener control de El Líbano, Siria y la región».
Como discreto resquicio de esperanza aseveró que, aunque no cambiará su criterio sobre esos temas, «proteger al país es más importante que Saad Hariri», por lo que -en principio- estaría dispuesto a mostrarse flexible en aras de un arreglo sólido y duradero

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