Laberintos del Poder; un mensaje extraviado de un hombre perdido
La televisión no le ayudó. La imagen, con tomas alejadas, lo hacían ver chiquito. El patio del majestuoso Palacio Nacional, era demasiado grande para una figura que se encoge a sí misma. Andrés Manuel López Obrador estaba solo, sus colaboradores, si estaban -seguramente del otro lado-, lo dejaron ahí, en la lectura de un texto mal escrito, sin fondo, sin sustento, sin verdad, hueco.
En el inicio de su mensaje y sin decirlo, reconoció que fue equivocada, tonta y ofensiva la expresión del como anillo al dedo, y dio sus condolencias a los muertos y enfermos por el COVID-19.
A los empresarios, que los considera ladrones, saqueadores, explotadores -muchos lo son-, los aleja y castiga. A los pobres, los abandonados o marginados, les quiere seguir regalando dinero en lugar de apoyar la creación de empleos de esos ricos que alucina.
Dice que generará cientos de miles de empleos en menos de un año, cuando no hay forma de hacerlo por una economía estancada por la crisis y por la despiadada pandemia.
No entiende razones. No acepta sugerencias, recomendaciones o ideas de los expertos en materia financiera. Él es el poder, él es el “experto” hacendario. Lo que dice es y será verdad, su verdad, la que quiere que todos veamos como exitosa pero que a las luces de los resultados, es además de equivoca, muy peligrosa.
Prueba de su erróneo mensaje, fue que el dólar se disparó a más de 25 por uno, para darle nuevamente al peso una terrible sacudida y pisoteada.
Nada Bueno dijo. Nada de lo expresado motivó a una nación que esperaba mucho más de quién durante doce años fue noticia. Él marcaba la agenda. Obligaba a los gobernantes en turno o a responder o a hacer modificaciones en políticas públicas.
Hoy es un hombre desdibujado.
Su arrogancia, necedad, perseverancia y terquedad, nos han mostrado a un presidente sin liderazgo, tibio, titubeante, envuelto en ese discurso de culpar a los conservadores, neoliberales y corruptos de todos los males y calamidades que sufrimos.
En sus contradicciones cotidianas, dice que debemos hacer caso a los expertos en materia de salud, pero patea o aleja a los expertos en finanzas y economía en tiempos de zozobra nacional, por la caída del precio de petróleo, de nuestra moneda y del deterioro o estancamiento en el impulso de creación de empleos con quienes debería ir de la mano: los empresarios.
Sabe que muchos de sus colaboradores están muy por debajo de la expectativa y de la responsabilidad, pero esa necedad a no aceptar que se equivoca, no lo dejan hacer los ajustes necesarios en su gabinete. Hoy más que nunca debe exigirles resultados y si no, moverlos.
Todos sabemos que Olga Sánchez Cordero perdió la dignidad aceptando estar sentada en un sillón que le queda muy grande. Haría mucho más por México si se regresara al Senado.
Lo mismo Alfonso Durazo Montaño. Él no es policía y su fracaso para contener la inseguridad es más que evidente, se ve todos los días rebasado y sin verdadera estrategia en esta materia que ni por el Coronavirus ha disminuido. Sonora está en su futuro.
Ya ni que decir de los dos secretarios de Salud y Comunicaciones y Transportes, esos dan pena ajena.
Las críticas a su inconsistente exposición serán brutales pero seguirá pensando que va bien. Si su hombre de más confianza, Julio Scherer Ibarra fue el encargado de preparar esas líneas, se equivocó en todo, forma, contenido y fondo. O, como todos sabemos o imaginamos, el hijo del gran periodista prefiere darle por su lado y redactar lo que el jefe diga, así sean verdaderas tonterías.
Y mientras López Obrador siga creyendo que va muy bien y sus colaboradores como Scherer Ibarra, Cardenas Batell y Romo le sigan aplaudiendo, sin atreverse a decirle que se equivoca, el país irá a la deriva.
Pero para ellos no hay preocupación. Saldrán nuevos ricos. Esos cercanos, los de su círculo en el Palacio, que no están ahí por el miserable salario que les paga, están ahí porque hacen jugosos negocios en sus narices al amparo de sus cargos, pero eso no lo ve. La corrupción dice ya se acabó.
Qué equivocado.
Deja un comentario