La romantización de la pobreza instalada como valor cultural
Por Francisco Tomás González Cabañas
En virtud del encuentro internacional de filosofía que desarrollaremos junto al Centro Desiderio Sosa y el Club Mundial de Filosofía, que iniciará en Barcelona, el próximo 6 de febrero, donde instamos a pensar la pobreza como el tema central o prioritario de nuestras democracias actuales, brindamos una de nuestras investigaciones que serán parte del mismo, en relación al «Chamamé» declarado por la Unesco como patrimonio intangible de la humanidad.
Si el chamamé representa fidedignamente lo que siente y vivencia el hombre del litoral de las Indias, sus características están concentradas, convertidas en música, en un compendio de valoraciones que tienen que ver con la valentía, las ansias de libertad (lo que denota un punto de partida donde se padece de opresión) y la condición “poriahú” o de pobreza material, de la que el chamamé hace un culto a la resignación a la misma. Creemos, consideramos y sostenemos que la interpretación musical abandona los acordes costumbristas, meramente descriptivos de los paisajes característicos, sobrevuela las desventuras del amor y las lágrimas vertidas por la añoranza, para acendrar un mensaje de unidad resignada, fidelizando el lazo sistémico entre amo y esclavo que, entre recitados y sapucay, poéticamente sostiene.
“Que importa si a la larga es de otros la cosecha” ( Carli y Rosese, Mujer del litoral, fundación memoria del chamamé). “Cumple su deber, chingolito fiel…recién florece su vida, dura y áspera será, anda jugando al trabajo y rinde como el que más” ( Cardozo, Peoncito de estancia, fundación memoria del chamamé). “Y casi al final del camino tengo las manos vacías…Aceptando mi destino, sin rencores ni reproches (Miqueri, Sin rencores ni reproches, fundación memoria del chamamé).
Son muy pocas las letras que tratan de cuestiones políticas o sociales, o de personalidades que tengan que ver con tales mundos. Los pocos casos son abordados muy lateralmente, por ejemplo en “Poncho celeste y vincha punzó” (Sosa Cordero, fundación memoria del chamamé) apenas se desliza el derramamiento de sangre, entre dos facciones políticas que surcaron decenas de años la realidad correntina, pero que en el chamamé se lo retrata como una versión local de Capuletos y Montescos. Otro tanto ocurre con “Antonio Gil” a quién se lo denomina “soldado” y “seguidor del camino de San Martín”. Relatándose su particular historia, expresa la canción “la inocencia de los pobres se llama necesidad” (Zini, fundación memoria del chamamé), que más allá de su leyenda posterior, lo cierto es que fue ultimado o ajusticiado, precisamente por rebelarse a la autoridad o no encajar dentro de lo establecido, el chamamé en este caso hablando de un tema del que no canta o canta poco, lo hace para recordar lo mal que le fue al transgresor, al menos en la vida terrena. Con “Andresito” la letra dice así: “Para nosotros, en cambio, tu nombre seguirá siendo la sagrada rebeldía de una dignidad sin precio, que se aguanta la pobreza y sobrevive al saqueo.” (Zini, Bofill, fundación memoria del chamamé).
En la generalidad del cancionero del chamamé sobreabundan los retratos topográficos, de cada uno de los pueblos y de los parajes litoraleños, de los amores, malos y buenos, de los vínculos familiares y de la añoranza o del que está lejos. El rancho como objeto que interviene en la naturaleza, en el paisaje, lo simbólico de la pobreza bien entendida, excelsamente cantada. El alma guaraní, presente en sus leyendas, como en letra, pero conceptualmente dependiente de esa otra mundanidad, como la acontecida con Antonio Gil, acá en la tierra pierden siempre o no tienen nunca, pero en el más allá, sea celestial o en el reencarnar en un pájaro u otro animal, reinan en un futuro prometedor, en la esperanza, previa y necesaria resignación, de la que hace uso y abuso el político, que entiende que la democracia es precisamente, prometer lo que nunca será cumplido, para seguir prometiendo y haciendo desear lo que nunca se conseguirá.
A diferencia del género musical “canción de protesta”, el chamamé se ubica en las antípodas, podríamos afirmar que adquiere características, desde la perspectiva política, de un cancionero oficial o de la oficialidad, galvaniza, sedimenta y fortalece lo establecido, otorgándole el impagable servicio de haberse convertido en el narcótico más adictivo, en la
anestesia más contundente para los sectores más desposeídos, marginales, para los pobres o “poriahú” a quienes les entrega, poéticamente y al ritmo musical, la resignación necesaria para que sigan siendo lo que son, sin que en la vida terrena o política hagan algo para intentar cambiarlo.
“El chamamé honra la cultura estética de todo un pueblo que debe sentirlo como parte de su identidad, puesto que encontrar un sonido musical es encontrar el sentido de una comunidad. Sonido y sentido se corresponden en tanto y en cuanto una comunidad haya sido capaz de localizar su raíz y de prolongar la misma en tallo, ramas, hojas, fruto y númenes vegetales, es por eso que este arte se transforma en el solvente en el que los correntinos, en su condición de solutos, quedamos involuntariamente disueltos en su legado. Pero como ya sabemos, no todos los solutos se mezclan en el solvente al mismo tiempo, cada uno lleva un proceso distinto de saturación, y a su vez, deben darse las condiciones necesarias para que se lleve a cabo dicho proceso. En las personas sucede algo parecido, como ya advertimos, no en todos los correntinos se manifiesta el mismo sentimiento de pertenencia al escuchar un chamamé, ni es necesario que esto suceda, puesto que las estructuras ya están dadas, y por más que en un acto voluntario no se dé la adhesión a este legado habría que ver si con el paso del tiempo o la distancia se manifiesta y se arraiga un sentimiento superior” (Duarte y Tayar, 2003, p.20)…
Definimos como sujeto histórico de nuestros tiempos al pobre, al marginal, al habitante de las indignidades materiales y políticas, que sentencian y condenan a millones de seres humanos en el mundo, a que deambulen intentando sobrevivir, bajo la mirada cómplice, por acción u omisión, cuando no perversa, de millones de otros que declaman preceptos y principios, libertarios y democráticos, que siempre anteponen un pero o una excusa, antes de entronizar esta máxima o principio: ningún sistema político, de gobierno o ideológico, llamare como se llamase, tendría que evitar, por la razón que fuese, tener como prioridad que en el menor tiempo posible, la mayor cantidad de gente, salga de su condición de pobre…
En cada una de las letras de nuestros distintos chamamés se encuentra la esencia de las vivencias de lo que hemos sido, somos y seremos. Proponemos a partir de estas palabras encorsetadas en una investigación que el chamamé también sea pensado y analizado, como occidente lo hace con sus textos clásicos y académicos. En nuestra poética chamamecera anida la potencia exultante como tímida, valiente y temerosa a la vez, de lo insondable de nuestra esencia de sujeto y de pueblo.
El chamamé significa y representa la tierra sin mal hasta el día en que a ella volvamos, para constituirnos en la memoria inacabada de un transitar sin destino ni regreso. (Extractos de » La filosofía correntina anida en la poética chamamecera». )
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