La ciudad más limpia, no es la que más se barre

Por Guillermo Robles Ramírez

Los chicles que consumimos o masticamos los mexicanos, deja a sus fabricantes la friolera cantidad de más de 450 millones de dólares cada año, pues se producen y consumen una cantidad superior a las 92 mil toneladas anuales convirtiéndonos en el segundo país a nivel mundial, es decir, medalla de plata, abajo de los Estados Unidos.

Retirar o despegar de las banquetas los chicles, cuesta a los gobiernos municipales o estatales, según sea el caso, cinco veces de acuerdo a su costo unitario de cada chicle.

Representan, a lo que muchos mexicanos hacemos oídos sordos, que son potenciales transmisores de múltiples enfermedades, bacterias, virus de todo tipo incluyendo el Covid-19 y si nada de eso importa a todo aquel que le gusta “chiclear” o sea andar como “Juana” con su chiclote en la boca sin importar lo feo que se ve el rostro, especialmente tratándose de una dama, aunque no sea de buen ver y peor si tiene esa cualidad, debemos verlo desde el punto de vista cultural.

No es nada grato que, al caminar por las calles se tenga que lidiar con un chicle que se embarró en la suela del zapato que en muchas de las ocasiones al no encontrar algo con que apoyarse para desprenderlo, lo hacemos con nuestras manos y dedos, lo que para nada es recomendable por antihigiénico.

Hay en el mundo, países que sancionan económicamente al, o los y las que arrojan un chicle sobre una banqueta; en particular en Europa, donde hay que cuidarse dónde escupir o arrojar un chicle porque la multa no es nada benigna, aunque esa dureza a permitido que sus habitantes se alejen de “chiclear”.

Toda esta historia viene a colación porque en la Cámara de Diputados, sus integrantes han propuesto en diferentes legislaturas poner un alto a todas aquellas personas que andan haciendo globos, globotes o globitos con el chicle; o andar abriendo todas las quijadas para exhibir el chicle y luego, tras cansarnos o fastidiarnos de andar con el chicle de un lado a otro, tirarlo o arrojarlo a la o las banquetas de las calles, y para solucionarlo es imponer un impuesto especial en la producción y consumo de chicles.

El tema de ese impuesto fue algo que se discutió fuertemente durante el año 2012, y posteriormente se incluyó dentro de los impuestos especiales siendo que dos años después los fabricantes de chicles en México resintieron un poco el gravamen y aunque su producción bajó un porcentaje mínimo, el consumo del mismo siguió aumentando.

Un impuesto que en lo personal considero muy poco si tomamos en cuenta el costo que representa a las autoridades locales, es decir, a los municipios las brigadas y los insumos para quitar los chicles pegados en las banquetas y sino solo hay que pedirle a la Presidencia Municipal de Saltillo que constantemente desvía recursos que bien podrían servir y aplicarse a la construcción de escuelas, parques recreativos o en fin otras obras de beneficio social.

Las brigadas que utiliza la autoridad saltillense para desprender los cientos de chicles que los adictos a “chiclear” por el Centro Histórico, está compuesta por no menos de ocho a diez personas, además de cientos y cientos de metros cúbicos de agua, pues mientras un chofer conduce el camión pipa, otro dirige los trabajos con el chorro de agua que arroja la manguera conectada con la motobomba del camión cisterna, mientras que de cuatro y hasta cinco empleados de Servicios Primarios, a escobazos tratan de desprender los chicles.

En diferentes Administraciones de la Presidencia Municipal de Saltillo, así como en otras cabeceras municipales de Coahuila, y entidades federativas han hecho varios intentos de culturizar a la población con anuncios o muros pidiendo de no arrojar los chicles al piso, pero los ciudadanos no hacen caso.

Es una carga muy pesada para las autoridades locales enseñarles a los ciudadanos que no sean sucios, aunque no es una obligación, pero sí hay que ser buenos coahuilenses, y poner nuestro granito de arena para en vez de hacer gastar a las autoridades en quitar todo el “chiclerío” con esos recursos mejor se construya una obra de beneficio común.

Dicen que la ciudad más limpia no es la que más se barre, sino la que menos se ensucia. ¿Por qué no poner el ejemplo los coahuilenses como orgullosamente se ha hecho en otras cosas, que el centro histórico más “chicloso”, no es el de la ciudad que más gasta en retirarlos o desprenderlos del piso, sino donde sus habitantes son menos “chiclosos” aunque den rienda suelta a su uso, pero por cultura y salud, guárdalos en un papel, tu ropa o donde tú ya sabes, para no transmitir a la población tus enfermedades y microbios? (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013, Presea Trayectoria Antonio Estrada Salazar 2018, finalista en Excelencia Periodística 2018 representando a México) www.intersip.org

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