Guillermo Robles Ramírez

Hay que preocuparse, más que dar pena

Por Guillermo Robles Ramírez

Se dice que los raterillos de la escuela vieja, eran de edad madura, comparativamente a los de estos tiempos modernos. Aunque para ser sinceros, cuando cursaba la secundaria en la ciudad de Torreón, en el Colegio Americano de ese municipio, ubicado anteriormente en la Colonia Torreón Jardín, existía una papelera a escasos unos metros del colegio en donde todos los papás y alumnos comprábamos todo el material para hacer tareas.

Recuerdo que una vez un compañero del salón, me platicó cuando unos niños de siete y diez años de edad lo asaltaron, en donde uno le brincó por la espalda poniéndole un objeto punzante en el cuello para despojarlo del dinero que le quedaba del cambio de la compra. Seguramente algo escandaloso en aquellos años y tampoco trato decir que pertenezco a una generación muy grande.

Pero lo que sí es un hecho es que, en la actualidad, diariamente a través de los medios de comunicación nos damos cuenta de que la edad de los malandros de estos tiempos, fluctúa de entre los 16 y 30 años, sin faltar más menores de 12 a 15 “abriles”.

La tendencia está generalizándose, dándonos cuenta de que se está haciendo común que los delincuentes de estos tiempos modernos, cada vez son más jóvenes.

Aparecen hasta ratas de dos patas, de 11 o 12 años de edad que, por cuestiones de nuestras magníficas leyes penales, no pueden ir a un penal o Centro de Rehabilitación Social, CERESO, porque ese “indefenso” y “pequeño” ladronzuelo, puede ser contaminado por los adultos que se encuentran en esas cárceles. ¿Será?

Quienes nos dedicamos a esta maravillosa profesión del periodismo o comunicación, tenemos la oportunidad precisamente por nuestro trabajo, de tener acceso a las ergástulas y platicar con los delincuentes calificados como empedernidos y mafiosos, que cuentan y aseguran que los “chavitos”, es decir, los nuevos rateros, llegan muy “instruidos” en materia de apropiarse de lo ajeno.

¿Dónde aprenden? La apertura de la comunicación, actualmente globalizada, ha permitido a esos cada vez más jóvenes delincuentes, a un aprendizaje desde tierna edad y no solo para cometer hurtos, sino para convertirse en verdaderos asesinos.

Es duro y lastimoso que en la vida real nos encontremos con “pequeños” criminales y avezados sinvergüenzas, siendo más dolorosos señalarlos directamente con estos calificativos para delincuentes menores de edad, pero no puede llamárseles de otra manera, además de que la sociedad debe de alguna forma mostrar su desacuerdo y rechazo de la cada vez mayor generación o nacimiento de estos pequeños “monstruos” del mal.

No hay, hasta el momento es lo que se ha demostrado, una línea, área o ramo de la delincuencia en la que no estén involucrados menores de edad y lo peor de todo es que ya no se trata de chamacos o jóvenes del sexo masculino, sino han surgido y de eso nos dan cuenta los medios impresos y electrónicos, una gran cantidad de mujeres como “jefas” de bandas de secuestradores, asaltantes de tiendas de conveniencia y comercio en general, así como metidas hasta más no poder en el medio de la delincuencia organizada como distribuidoras de drogas o “comandando” a un grupo de esos forajidos.

La pregunta predominante es ¿qué hacer? y entre el círculo gubernamental de procuración e impartición de la justicia, al igual que en los legislativos de inmediato se responde: Endurecer nuestras leyes penales.

Igualmente, no faltan los que proponen se modifique la edad para ser calificados menores y adultos, es decir, que la mayoría se fije a los 16 años para de esa forma encerrar en penales y ergástulas normales a todo mayor de 16 años que delinca en cualquiera de sus modalidades.

A esta idea o sugerencia, surge inmediatamente la respuesta, en el sentido de que se escapa de la memoria a muchos coahuilenses el hecho de que hasta hace unos años atrás, la constitución política de Coahuila, establecía la mayoría de edad, a partir de los 16 años, solo que los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, haciéndole un “favor” a los jovencitos delincuentes, cambió las reglas y emitió un dictamen para que constitucionalmente en todo México la mayoría de edad fuese a partir de los 18 años.

Correcto o incorrecto, pero en los tiempos actuales, un chavo no de 16 años, sino desde los 13 años, está más despierto que en el pasado uno de 18 años.

No por nada, los “jefes” de las bandas de delincuentes contratan a chavos menores de 18 años de edad, conscientes de que al ser sorprendidos en flagrancia delictiva será enviado a un centro de rehabilitación de menores de donde con toda facilidad se escapan quienes son enviados a esos lugares.

La otra opción es endurecer las penalidades, tema que ya sido tratado en distintos foros, sin llegarse a una conclusión, inclinándose algunos sectores oficiales a que, para reducir la delincuencia de jóvenes y adultos, hay que crear más centros recreativos en donde los chavos y chavas puedan dar rienda suelta a sus ímpetus.

Por otra parte, los hay que achacan tanta delincuencia entre menores y adultos, a la falta de trabajo, señalándose que la ociosidad trae malos consejos y malas compañías.

Mientras se encuentran los caminos para combatir este fenómeno social, la realidad es que ya cualquiera es ratero. (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013, Presea Trayectoria Antonio Estrada Salazar 2018, finalista en Excelencia Periodística 2018 representando a México) www.intersip.org

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