No hay misión imposible para una mujer

Moscú, (PL) Única mujer rusa en una expedición internacional después de casi 20 años de ausencia, Elena Seróva dejó probada fe de la capacidad femenina para cumplir misiones complicadas en la ingravidez.
Casi una década en la brigada de cosmonautas y dos de entrenamiento como ingeniero de vuelo de la futura tripulación 41/42 a la Estación Espacial Internacional (EEI) no pasaron en vano.
Seróva, de 38 años, oriunda del Lejano Oriente ruso, pasó a formar parte de la historia de la cosmonáutica y del selecto grupo de leyendas femeninas, tras convertirse en la cuarta cosmonauta de este país, desde la hazaña protagonizada por la soviética Valentina Tereshkova.
Primera en el mundo, Tereshkova voló el 16 de junio de 1963, en la nave tripulada Vostok-6, luego que su compatriota Yuri Gagarin (1961) tendiera a la humanidad la estera hacia las estrellas.    Hasta la tripulación 41, todavía en la EEI, el predominio masculino en el segmento ruso por la agencia Roscosmos era absoluto. La piloto de prueba y candidata a cosmonauta Nadezhda Kuzhelnaya se preparó durante 10 años para una misión espacial, sin conseguirlo.
Así, en más de medio siglo solo tres, dos soviéticas y una rusa aparecían en los anales de la epopeya estelar. Svetlana Savitskaya realizó dos vuelos orbitales, en 1982 y 1984, y fue la primera mujer en salir al espacio abierto, en una caminata el 25 de julio de ese año.
Una década después, Elena Kondakova integró la misión a la estación Mir (1994-1995) y en 1997 formó parte de la tripulación estadounidense en la nave Atlantis, como especialista invitada. Fue dueña absoluta, hasta ese entonces, del récord mundial por la duración de vuelo entre las mujeres, al permanecer 178 días en la ingravidez.
Luego vendría un período de prolongado vacío y de escasas posibilidades para quienes se inclinaban por las profesiones de riesgos y de exigente integralidad, en un período de profundas transformaciones, a nivel de país, y de mentalidad.
Entre 2006 y 2011, Seróva era la única mujer en la brigada de cosmonautas, a la que se incorporó un año después Anna Kikina, como miembro pleno y candidata a ingeniero de vuelo.
Mientras entrenaba para su viaje en la nave Soyuz TMA-14M, programado para septiembre de 2014, pasó por todas las pruebas que requería un ingeniero de vuelo, en «igualdad con los hombres», según declaró en una de las entrevistas.
Debió demostrar habilidades para sobrevivir en el agua, un virtual aterrizaje de emergencia o esperar un rescate en la gélida taigá.
Luchó no solo contra los obstáculos físicos que las severas pruebas imponían, sino contra prejuicios, estereotipos preconcebidos en la cuestión de género y supuestos fatalismos atribuidos al mal llamado sexo débil.
Cuando llegué al Destacamento de Cosmonautas no pude presumir que era una deportista desarrollada, tuve que demostrar fortaleza e integralidad. Nos tocaba (a las mujeres) trabajar dos veces más que los hombres, para demostrar «que estaba en forma», evocó Seróva.
SUEÑO HECHO REALIDAD

El disparo del cohete portador Soyuz-FG a las 00:25 hora de Moscú, del 26 de septiembre, con la nave TMA-14M, desde la plataforma de lanzamiento Gagarin, en el cosmódromo de Baikonur, en Kazajstán, puso fin a un sueño y a una espera de casi una década.
Seróva era ya la cuarta cosmonauta y piloto de prueba rusa, como parte de la expedición 42, para una misión de 170 días en la órbita junto a su compatriota y comandante de vuelo Alexandr Samokutiáev, por Roscosmos, y el astronauta norteamericano Barry Wilmore.
Tras un vuelo «express», denominado así porque consiste en circunvolar solo cuatro veces la Tierra, la nave acopló seis horas después con el módulo Poisk (MIM-2) de la EEI.
Los imprevistos técnicos surgidos con una de las baterías solares, que no se desplegó a tiempo para el acoplamiento en régimen automático, no eclipsaron en modo alguno el protagonismo de la presencia de una mujer rusa, en un viaje al exterior de la Tierra, después de un lapso de casi 20 años.
En una misión de poco más de cinco meses, los tripulantes de la expedición 42 realizarán un amplio programa de investigaciones aplicadas y unos 40 experimentos, así como trabajos con tres cargueros rusos Progreso y la nave europea ATV.
El programa ruso de la EEI incluye una caminata espacial de Samokutyaev y su colega de la tripulación 41 Maxim Suraev.
Con ese vuelo, ascienden a 58 las mujeres en viajar al cosmos, de las cuales 45 son estadounidenses, y cuatro soviéticas y rusas ; además de Canadá (2), China (2) , Japón (2), Francia (1), Reino Unido (1) y República de Corea (1).
De todas, solo 11 se adjudicaron otra hazaña con una caminata espacial, incluida la soviética Svetlana Savitskaya y 10 astronautas norteamericanas.
Susan Helms realizó una salida de ocho horas y 56 minutos (2000), mientras su compatriota de la Nasa Sunita Williams (2006) permaneció 50 horas y 40 minutos a espacio abierto en siete excursiones fuera de la nave.
De momento, el récord de permanencia en la EEI recae en la estadounidense Peggy Whitson (2008), con más de 376 días en dos misiones, mientras que el vuelo más prolongado de una mujer sigue siendo el de Williams, de 194 días y 18 horas.
Sin embargo, aun cuando esté a la zaga, en la promoción femenina para las misiones espaciales, Rusia es el único país que coloca en órbita a los tripulantes de la EEI y  transporta hacia ese laboratorio orbital el mayor volumen de cargamentos, con lo cual confirma la hegemonía de los misiles impulsores rusos.
Un nuevo enfoque visualizado al profesionalismo,  la tenacidad y dedicación, más que en mitos y estereotipos sexistas regeneran las esperanzas de un futuro destacamento de mujeres cosmonautas rusas, una asignatura pendiente desde la primera brigada, la de los discípulos de Gagarin.

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