
El Sendero de los Iluminados: El silencio del cielo… final
Por Alan Prado
No como un dios, sino con una esencia más elemental y primitiva, una entidad que no podría calificarse como dios, ya que los dioses, al menos, tienen un propósito. Esto era algo diferente, un ser que existía más allá del concepto de creación, que contemplaba nuestra realidad como un ser irrelevante, observando el polvo que se encontraba bajo sus pies. Su mirada, si así se le podía denominar, fue suficiente para despojarme de toda ilusión de propósito. Comprendí que la fe no era más que un velo, una ilusión que nos mantenía en la ignorancia del verdadero horror del cosmos. Dios no nos abandonó por negligencia o crueldad, nos dejó porque lo que temía finalmente lo encontró. Las sombras se cerraron a mi alrededor y supe que ya era demasiado tarde. La humanidad había conseguido escapar de su prisión, pero la libertad resultaba ser mucho más aterradora que el cautiverio. La última súplica se extinguió en la garganta del último creyente y el universo emitió un susurro eterno, de desesperación absoluta.
En un momento determinado, se me presentó un obsequio que contenía un conocimiento oculto, uno que revelaba que era posible alcanzar la unidad con lo divino. Visité numerosos lugares para difundir las enseñanzas que me había impartido el padre, y muchos decidieron seguirme, ansiosos por absorber mis lecciones. Con el transcurso del tiempo, habría de concluir mi travesía, retirándome con la creencia de que lo que había enseñado estaba en manos responsables. Esta fue una grave equivocación.
Porque al momento de mi ausencia, muchos comenzaron a distorsionar mis palabras a su conveniencia, mientras que otros las conservaban sin cambios; sin embargo, cuando estos últimos desaparecieron, otros también tomarían estas enseñanzas y las emplearían a su antojo. La esencia de lo impartido se había desvanecido, y escasas eran las personas que aún buscaban a dios; todo se había convertido en una fachada, una ideología cargada de numerosos idealismos y principios dogmáticos.
Lo que en su momento fue hermoso y un camino digno de seguir se había perdido. Solo quedaban algunos recuerdos grabados en textos que serían consultados por ojos adormecidos.
¿Cuántas veces se repetiría esto?
¿Cuántas ocasiones un mensaje de unidad sería aplastado por la separación, el rechazo y la intolerancia?
¿Cuanto tiempo más seguiremos dormidos, creyendo que al final obtendremos una recompensa si nos portamos decentemente?
Alan Prado (AMEP 11:11).
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