El Sendero de los Iluminados: Criaturas Frágiles

Por Alan Prado

(Segunda parte).

El goce de los placeres y la satisfacción concluye donde inicia el dominio de dios, el ateísmo y la rebeldía ofrecen la posibilidad de volver a la inocencia, en la que no existen obligaciones con deidades, donde la salvación es un mito y se está libre de toda culpa, donde cada cosa representa un nuevo inicio; un sendero sin ataduras.

No seleccionas tus deseos ni tus temores, emergen de las fuerzas que te configuran. Sin embargo, esa comprensión, en lugar de someterte, te otorga libertad. 

Te revela que el propósito no proviene de afuera, sino de tu propia habilidad para crearlo. 

La moralidad, esa supuesta prueba de la necesidad de Dios, no es más que un constructo social. 

Lo que denominamos bien y mal, son convenios temporales que evolucionan con el tiempo y las circunstancias. 

Un Dios infinito no estaría interesado en las mínimas disputas humanas, ni en las normas éticas de una tribu o una nación. 

Sin embargo, el ser humano persiste en atribuir su moralidad a una fuente divina, perpetuando la falsedad de que necesita un guía supremo. 

Sin embargo, hay quienes intentan escapar de las religiones tradicionales para caer en las redes de corrientes espirituales modernas que promueven lo mismo con un lenguaje diferente.

Desde el misticismo superficial hasta las teorías de la energía positiva, todo está diseñado para alimentar la misma ilusión, que existe un propósito aguardando por ti, una fuerza benévola que cuida tu destino. 

Pero estas ideas, como las religiones, son cadenas disfrazadas de libertad. 

La verdadera libertad comienza cuando aceptas que no hay propósito, que el universo es indiferente y que cualquier significado debe ser forjado por ti. 

La mayoría no se encuentra lista para confrontar esta realidad. Prefiere habitar en la comodidad de sus mentiras, arrodillarse ante un Dios fabricado o seguir dogmas elaborados por hombres. 

《Pero quienes tienen el valor de contemplar el abismo sin pestañear hallan algo que pocos consiguen, la libertad absoluta》.

La obsesión por un propósito divino ha envenenado incluso los ámbitos que deberían liberarnos de tales ataduras, como la filosofía y la ciencia.

Muchos filósofos han intentado armonizar la noción de Dios con la lógica, pero han fracasado estrepitosamente, porque el problema no radica en demostrar si hay un creador, sino en la insistencia humana de necesitarlo. 

Incluso los progresos científicos, que deberían haber desmantelado estas ilusiones, han sido transformados en nuevos dogmas por mentes que no pueden despojarse del pensamiento tribal.

Tomemos a Pascal, por caso, con su famosa apuesta. (Argumentaba que creer en Dios era la opción más prudente, ya que si existe, ganarías la eternidad y si no, no perderías nada). 

Pero, ¿acaso no pierdes algo? Por supuesto que sí.

Pierdes tu autonomía, tu capacidad para aceptar la realidad tal como es. 

《Creer por temor al castigo o por esperanza de recompensa no es fe》. » Es cobardía». 

(Pascal no estaba resolviendo una duda, sino legitimando el sometimiento). 

La ciencia, por otro lado, ha caído en otro tipo de trampa, aunque su propósito no lo ha hecho. Muchos la han trasformado en un sustituto de Dios.

Alan Prado (AMEP 11:11).

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