El Sendero de los Iluminados: Criaturas Frágiles

Por Alan Prado

(Primera parte)

El ser humano, esa entidad obsesionada con hallar significado donde no lo hay, ha invertido milenios en proyectar su angustia existencial en la idea de un Dios omnipotente. 

La idea de un creador que todo lo sabe no es más que una respuesta primitiva al terror que ocasiona el vacío. Incapaz de afrontar la inmensidad de un universo que no lo necesita, creó a Dios para sentirse acompañado. Sin embargo, esta figura divina no es más que un reflejo distorsionado de las inseguridades humanas. ¿Qué otro ser supremo podría ser tan diminuto, tan mezquino, como el que describen los textos sagrados? No. Dios no existe, al menos no el que proclaman los templos ni el que ha sido presentado como juez y verdugo. Lo que existe es el todo. Un entramado infinito de fuerzas indiferentes que gobiernan el cosmos sin intenciones. Sin juicio. Sin un propósito predefinido. La existencia de estas fuerzas no es un consuelo, sino una verdad dura y liberadora. Porque, en su indiferencia, estas energías no te exigen nada. Si decides conectarte con ellas, es tu elección. Si no lo haces, seguirán fluyendo, inalterables ante tu presencia o ausencia. 

La religión, por otro lado, no es más que un teatro edificado sobre el miedo. ¿De verdad, alguien piensa que un creador del universo, con toda su grandeza, necesitaría templos, oraciones y rituales?

Esa idea es patética. Las religiones no se ocupan de Dios, se ocupan de poder, de control. Los textos sagrados son reflejos de la psique humana, repletos de contradicciones y prejuicios. Fueron escritos por hombres con agendas muy humanas, no de eras iluminadas. 

¿Y qué decir de las promesas de la religión? Un paraíso para los justos, un infierno para los malvados, todo envuelto en un sistema de chantaje emocional.

Si Dios existiera y necesitara imponer tales normas, no sería un ser digno de reverencia, sino un tirano. La humanidad, en su temor al vacío, ha aceptado estas cadenas porque enfrentarse a la incertidumbre le resulta insoportable. Prefiere la comodidad de una falsedad a la rigidez de la verdad. 

La verdadera pregunta no es si Dios existe, sino por qué sientes la necesidad de creer en él. Esa necesidad no proviene de una conexión espiritual genuina, sino del ego.

El hombre se aferra a la noción de que es especial, de que hay un plan maestro diseñado para él. Pero el universo no gira en torno a ti. Tus logros, tus fracasos y tus pequeñas tragedias no afectan la inmensidad del cosmos. Quizás ninguna frase resuma mejor esta verdad que la reflexión de Arthur Schopenhauer. El ser humano puede hacer lo que quiera, pero no puede querer lo que quiera. 

Alan Prado (AMEP 11:11).

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