DICHO SEA DE PASO: AL BORDE DEL ABISMO
“El mejor modo de resolver una dificultad – decía Noel Clarasó – es no tratar de soslayarla”. De ahí atendiendo al pensamiento del gran escritor español, es que me parece muy inquietante la actitud que ha tomado el presidente Enrique Peña Nieto, al creer que al minimizar los problemas, estos dejarán de existir.
El presidente de la república ha mostrado su peor cara, como político y como persona, al reaccionar a las dificultades de los últimos meses con torpeza y con cobardía.
La respuesta de Peña Nieto a la tragedia de Iguala no sólo preocupa, sino que indigna y con razón. Es increíble que lejos de tomar medidas determinantes, de reconocer errores y partir de ahí para iniciar un replanteamiento de la estrategia, el presidente se limita a un decálogo de buenas intenciones, una colección de más leyes y poco importa que las existentes no se apliquen ni se respeten.
Es un insulto que el presidente nos pida “superar” los eventos de Iguala, pretendiendo comprar el olvido con una serie de medidas fiscales en beneficio de los guerrerenses. El presidente no entiende que Iguala fue el detonante del estallido social que se fue gestando durante años, los años en que el dinero del crimen fue corrompiendo a la política; los años en que se declaró una inútil guerra que ha desangrado al país; los años en que los gobiernos subastaron las plazas y desaparecieron a miles de mexicanos. Iguala fue una consecuencia del actuar de varios sexenios, pero Peña Nieto carga con la responsabilidad, porque su procurador sabía los vínculos de Abarca con el crimen y no hizo nada. Jesús Murillo Karam recibió, personalmente, la denuncia de que el exalcalde perredista era un asesino y simplemente no hizo nada. La responsabilidad es suya, porque no investigaron una denuncia y por su desidia pasó lo que pasó, la causa de la causa, es causa de todo lo causado.
Es una bajeza el pedir que se supere la tragedia, así, sin más, sin justicia, sin una verdad legal, sin responsables y sobretodo, sin un cambio político y estratégico que garantice que la matanza no se va a repetir.
Enrique Peña Nieto nos pide superar la tragedia de Iguala cerrando los ojos a sus propios yerros, sin entender que está condenándonos a los mexicanos a seguir sufriendo violencia, porque él está condenado a repetir sus errores, pues no ha aprendido nada de ellos.
El presidente sólo podrá hablar de superar una tragedia, cuando haya garantías de que no habrá nuevas, cuando exista una rectificación de la estrategia y Peña Nieto comience a hacer ajustes en su equipo, pues es evidente que el haberlo conformado a partir de los que lo acompañaron como gobernador del Estado de México, fue quizá su principal error. El comisionado en Michoacán es la muestra más evidente de esta necesidad de cambio, pues ha sido una imposición inútil en las tierras purépechas, se ha mostrado como un hombre incompetente y presume la característica principal del equipo presidencial, la soberbia. A más de un año de su inexplicable gestión, “La tuta” continúa prófugo y los homicidios aumentaron 15% en lo que va del año, con respecto al mismo periodo del año anterior, según datos del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Y es que ha quedado muy claro que al haber integrado su equipo conforme a lazos afectivos y de amistad, el presidente de la república pretendió replicar sus logros como gobernador en unas circunstancias totalmente diferentes… y falló.
No solo es el aspecto de seguridad, pues también la economía ha sido mal manejada. El gabinete económico no ha estado a la altura de las exigencias del puesto y no ha dado los pasos necesarios para blindar al país de las turbulencias internacionales, impulsando el crecimiento a partir de favorecer el consumo interno, favoreciendo la mejora de la economía familiar y de la industria nacional, como punta de lanza del desarrollo del país.
Los planes presidenciales pudieron ser consensuados con la clase política e incluso con un sector de la población, pero nunca contemplaron el riesgo de las impredecibles fuerzas del mercado y la tan cambiante economía del mundo, que ha demostrado una y otra vez, que no tiene palabra de honor y ahí es donde, en la forma de reaccionar a las turbulencias, el presidente y su equipo han evidenciado su incompetencia. Las tan ansiadas y cacareadas reformas, han llegado tarde y parece una posición obstinada y absurda del ejecutivo, el pretender que éstas serán la calve del éxito de su gestión. Una incorrecta y corrupta implementación de las mismas puede sr, por el contrario, la causa del fracaso del sexenio.
Y es que, al iniciar el tercer año del periodo del presidente Peña Nieto, vemos un espejismo que comienza a desvanecerse. México, en realidad, tiende a dejar de ser atractivo al inversionista extranjero. El clima de inseguridad, las evidencias de la ausencia de un Estado de Derecho y una extraña conjunción con eventos político-financieros internacionales, comienzan a hacer mella en una economía nacional que quedó muy mal herida a partir de una política fiscal que exprimió al que trabaja, quitándole dinero que después le dio a los que no trabajan.
Un gobierno que pretendió, con sus reformas, atraer inversiones al país, queda en entredicho cuando la inversión extranjera directa en los primeros nueve meses del 2014, apenas alcanza los 15,310 millones de dólares, un 46% menos que en el mismo periodo de 2013. El último dato trimestral, corresponde al periodo Julio-Septiembre de 2014, indica únicamente la captación de 3110 millones de dólares, 8% menos que el 3er trimestre de 2013.
Los datos son preocupantes, pues el gobierno hizo su gran apuesta en las inversiones en el sector energético a partir de una apertura del mismo, pero con la drástica caída en los precios del crudo se pone en riesgo el desarrollo de proyectos energéticos, ya que con los precios del hidrocarburo rondando los 60 dólares, deja de ser un negocio para las grandes petroleras transnacionales, pues la inversión es mucha y los tiempos de recuperación se alargan.
En el tema petrolero, las políticas presupuestarias también se ven afectadas, en particular por lo que hace al ingreso de los estados y de los municipios, favoreciendo, para el 2015, el uso electoral del dinero público, sello característico de los gobiernos priístas.
El gobierno se empecinó en fijar un precio estimado de venta del barril de petróleo demasiado alto para la realidad del mercado. Esto implicó la contratación de coberturas a un costo muy elevado y que solo garantizan un precio de venta de 76.4 dólares por barril, los 2.6 dólares que restan para cubrir el precio presupuestado de 79 dólares, saldrán del fondo de estabilización de los Ingresos Petroleros, es decir, con un dinero que ya es del gobierno. Quizá lo más conveniente era que se fijara un precio más realista y se recortara tanto gasto inútil del gobierno federal. Un aspecto curioso y absurdo de este gobierno, que hace de la incongruencia su distintivo, es que mientras el petróleo baja, las gasolinas suben. Ahora son más caras que en los Estados Unidos, y no poco, pues respecto al precio de la gasolina en la costa del golfo, en México son un 36% más caras, pero comparado con otras entidades de la unión americana, la diferencia es mayor, por ejemplo, comparado con la ciudad de Oklahoma, en México es 73.3% más costosa.
Ahora bien, el manejo de la información acerca de las coberturas petroleras lleva trampas del gobierno de la república. El precio de 79 dólares que se garantizó con el sistema de coberturas mencionado, solo se contrató para 228 millones de barriles, lo cual es apenas superior al 58% de la producción exportable considerada por el gobierno, de 397.85 millones de barriles, es decir, 169.85 millones de barriles se venderán a precios de mercado, lo que afectará las finanzas de PEMEX y sus proyectos de inversión.
El punto más preocupante es, sin duda, el manejo que le dará el ejecutivo a los ingresos por las coberturas, pues del ingreso por la venta del petróleo, una parte se encuentra destinada a los estados y los municipios, quienes los integran a sus presupuestos locales, sin embargo, el diferencial entre el precio de venta y el de garantía, no se considera dentro de la recaudación federal participable, sino que se contabilizan dentro de los ingresos por aprovechamientos y sobre su destino manda únicamente el gobierno federal, quien no es difícil que los destine a proyectos de beneficio electoral, o se dirijan a proyectos en entidades donde el partido del presidente tenga especial interés, además de que pueden ser un buen instrumento para negociar con los gobernadores el apoyo a las iniciativas del presidente Peña Nieto.
No cabe duda que estamos viendo que, con impecables formas, está renaciendo lo más rancio del viejo PRI. La desgracia que se avecina es que desde la situación actual de la política nacional, el desprestigio de los partidos, la guerra sucia desatada contra el PAN y el PRD, los vínculos de este último con el crimen organizado y el manejo de la estructura del priísmo, le dan a este una gran ventaja en el proceso electoral del año que viene, dejando sólo como alternativa, el fanatismo infáme de López Obrador y su negocio personal, MORENA.
El momento que vive la nación requiere de la reconstrucción del liderazgo de nuestro presidente. Enrique Peña Nieto debe de dejar de ser el cobarde que mandó a su esposa a aclarar el asunto de la mansión, cuando urgió su explicación, por el conflicto de intereses que surgió; debe dejar de ser el soberbio que repartió culpas respecto a Iguala, pero que no aceptó, ni reconoció sus errores; ya no puede actuar como un operador electoral , sino como un hombre de estado, dejando y vigilando un desarrollo impecable de las elecciones, que legitímen su gestión o permitan el cambio de rumbo de la política nacional; no puede ser más el gran recaudador, debe ser un buen administrador.
Es urgente un replanteamiento de nuestro sistema político, el descontento social lo exige y la nobleza de nuestro pueblo lo merece. Hoy estamos parados al borde del precipicio y sería una canallada que al “mover a México”, nos haga dar un paso al frente.
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