Desafío: Guerra de Letras
El “anaranjado” Donald Trump, quien lo mismo habla de Andrés Manuel López Obrador como “Juan Trump” o le elogia como un “apreciable caballero” en una síntesis perfecta de una complicidad en cierne pero desde la dependencia respecto al poderoso insolente, decidió combatir a la prensa, a toda, endilgándole la responsabilidad sobre su mala imagen considerando que, con ello, se vulnera incluso la seguridad del país en un símil, también exacto, de aquella sentencia sempiterna de Luis XIV: “El Estado soy yo”.
El “pato” Donald Trump aborrece no sólo a la crítica –me refiero a ésta como la que contrarresta la prepotencia oficial y cumple labores sociales para equilibrar al poder con la soberanía popular-, sino detesta a quienes, habiéndole servido, cuestionan sus maneras y fobias –incluyendo a Melanie, su bella esposa, quien merecía un destino mejor a la senda de un patán-, y señalan los defectos principales de un mandatario quien, acostumbrado al poderío del dinero, no tiene apuro en mostrarse como misógino, xenófobo… y fascista. Sólo falta que erija, junto al Memorial de Lincoln, un mausoleo para el fürher, acaso su álter ego.
Para México tal ejemplo, que cunde con enorme rapidez como cada una de las influencias anglosajonas –el odio a las tradiciones mexicanas a cambio de esconder la crueldad de las suyas como la brutal preparación a sus perros de caza-, se ha convertido en obsesión para cuantos apoyan, a pie juntillas, al nuevo régimen, mismo que inicia el primero de septiembre con la instalación de la LXIV Legislatura que sólo recibirá el último informe presidencial para que luego el presidencialismo priista dé cauce a un mensaje a la nación con sus esbirros en Palacio. Será vergonzoso observar a quiénes aplauden a cambio de una pretensa impunidad.
Mientras, los periodistas que lo son en serio –no los mercenarios tan bien acomodados sino los críticos independientes que somos muy pocos-, sufren los arrebatos de la masa deforme de incondicionales que pretenden borrar a la “mafia del poder” actuando con mayor intolerancia y armas tan sucias como las ofensas directas y las descalificaciones aviesas que NUNCA responden a las cuestiones a fondo sino usan criterios tan vanos como “dejen trabajar a nuestro futuro presidente”, suponiendo con ello la expansión de un silencio cómplice o, cuando menos, sumiso por la reverencial actitud ante el icono. Y, conste, éste comentario dista mucho de ser una crítica al presidente electo; lo subrayo para quienes NO saben leer y sólo entienden con el lenguaje de señas usado por los sordomudos.
Es justo, en esta línea, exigir que dejen trabajar, igualmente, a los periodistas, sin las diatribas como la de suponer que Andrés aún no es presidente… pero manda y da nota cada día, borrando, en los hechos, el pobre retiro del rufián peña nieto. Es por ello que el personaje ocupa nuestra mayor atención y obliga a exigirle el cumplimiento de sus propuestas de campaña sin caer en la demagogia extrema de evitar una seguridad acorde con su condición de mandatario en cierne que no llenan veinte activistas desarmados.
Por mi parte, respetuosamente solicito a Andrés que nos explique cómo entiende la relación con la prensa, de todos los niveles, antes de que nos sorprenda con seguimientos “al estilo Trump” fuera de toda concepción democrática.
La Anécdota
El ex presidente gustavo díaz ordaz, fallecido en julio de 1979 –menos de once años después de la matanza de Tlatelolco-, solía acotar a sus interlocutores cuando alguno se refería a una nota de prensa:
–Yo sólo leo los periódicos los días festivos… cuando no se imprimen.
Acaso aquella sentencia era una confesión personal a la tortura de saberse odiado y jamás vindicado al paso de los años, incluso cuando fue designado embajador en España –el primero después de la reanudación de relaciones diplomáticas-, en donde no duró por los desplantes desdeñosos a los que fue sometido. La terapia anti-prensa no le sirvió de mucho.
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