Desafío: Entrar en Razón

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  • Cuatro del Día
    Por Rafael Loret de Mola

Andrés, en la etapa central de su administración, asume otro tono, un poco más adusto y con visos de sumisión cuando se trata de analizar la posición de México ante las asechanzas poco corteses de la Casa Blanca. Incluso llegó a decir, textualmente y cuando andaba en campaña, que se comprometía al llegar a la Presidencia a “hacer entrar en razón” a Trump y sus asesores en comercio y política exterior. Tres años después fue especialmente considerado con la vicepresidenta Kamala Harris a quien recibió cual si se tratase de una jefa de Estado que no lo es aunque ejerza como tal.

Y lo anterior quedó evidenciado, desde hace tres años, en el pequeño círculo del G/7, que aglutina a las economías líderes del universo, en donde el entonces jefe de la Casa Blanca casi rompe con sus socios comerciales creando conflictos diplomáticos con Francia, primero, y Canadá, después, porque no se quedaron con la boca callada ante las altanerías del estadounidense más vergonzoso del que tengamos memoria; era la era de Trump todavía.

En México, la soberbia de AMLO sólo sería comparable con la execrable “Alteza Serenísima”, Antonio López de Santa Anna, en el siglo XIX. Más de ciento cincuenta años separan a los dos personajes pero sus similitudes no dejan dudas. El interés por exaltar su mitomanía exacerbada –los enfermos de mentiras suelen creer, a pie juntillas, que son verdades porque ellos las proclaman-, y su ausencia de escrúpulos para observar a sus adversarios como simplemente humanos, retratan con fidelidad el orden que impone el mandatario mexicano. ¡Y dice, además, que está luchando por la paz y la democracia cuando no tolera, siquiera, a sus secretarios y usa a la Guardia Nacional para reprimir a los manifestantes –hay vándalos pero la mayoría son pacíficos- contra la brutalidad policiaca.

En estas condiciones es bastante audaz insistir en que, sólo con palabras, Andrés podrá hacer “entrar en razón” al nuevo presidente de USA, Joe Biden, un potentado que se cree político y, a partir de entonces, lograr hacer fluir las relaciones bilaterales sin el menor conflicto. Más bien ha sido lo contrario: el mandatario mexicano está a los pies del estadounidense y su vicepresidenta, Kamala, de quien algunos dicen que es “la morena, esperanza de México” si la atroz sumisión se consolida aún más.

El ominoso entreguismo se sale del guion habitual y es, sin duda, un enjambre de fantasías demagógicas que revela la urgencia del presidente López por mantenerse a flote sin entrar, de lleno, a la discusión con los operadores del señor Biden. Casi parece como un alumno más de la Universidad de Harvard cuando apenas cruzó la frontera una vez para argüir que su entonces par nunca había hollado nuestra soberanía. Una patraña con vista al muro de la ignominia.

Por eso se inventa los “complós” y demás tonterías que se le ocurren a su mancebo, por llamarlo de alguna manera, Jesús Ramírez Cuevas.

La Anécdota

Cuando aún despachaba en la jefatura de gobierno del entonces Distrito Federal, conversé largo con Andrés sobre sus pretensiones presidenciales. Corría el año de 2003 y ya estaba el funcionario engolosinado con la “silla grande” en donde también se sentaron Villa y Zapata.

–Lástima que no serás presidente –me adelanté a sugerir bajo la evidente extrañeza del dirigente.

–¿Por qué dices eso? –saltó casi de su sillón el aludido-.

–Porque no hablas inglés y esto, en el mundo moderno, es casi obligación de los estadistas.

Reviró Andrés, claro:

–Pero no tengo tiempo para estudiarlo; me levanto a las cinco de la mañana y no paro.

–Pues, entonces, levántate a las cuatro y ponte al día con sesenta minutos dedicados al aprendizaje.

–¡No, hombre! ¿Por qué no lo haces tú? –me preguntó, provocativo-.

–Por una simple razón: no pretendo ser presidente de la República.

Y luego llegó el silencio salvador.


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