Desafío: El Gatopardismo de AMLO

*El Gatopardismo de AMLO
*La Liga de la Impunidad
Por Rafael Loret de Mola


De mi libro, “El Gatopardo de Andrés”:

“Cada sexenio aporta un gato al Palacio Nacional. Van y vienen por los pasillos y no, pocas veces, se introducen a los despachos sin hacer ruido, solo para sentir el calorcito placentero del poder; me aseguran que ya son como dos docenas, de todos colores, inquietos y muy bien alimentados con las migajas que recogen por cada rincón. A veces los guardianes les obsequian residuos de cacahuates y, en otras ocasiones, los apresurados empleados –siempre corren sin dirección precisa-, les arrojan migajas de pan viejo acumuladas en sus pantalones. Por eso engordan rápido a medida que pasa el tiempo y las mentiras superan al clamor por la verdad.

Tiene su propio color el gatito de Andrés, quien afanoso ansió llegar a lo más lejos durante casi todo lo que va del tercer milenio, quizá antes, esto es cuando buscaba ser el mero bueno bajo el calor tropical de Macuspana para empapar de sudor sus camisetas o su carne viva quemada por el sol y refrescada por el airecillo que venía del río, y comenzaba a albergar inquietudes que revelaban su instinto por la superioridad casi como un sueño de hombres que no querían ser niños.

El gatito de aquel muchacho que no quiso ser niño pero tornó a la infancia en cuanto ganó la presidencia en diciembre de 2018, es pardo. Seria marrón en los callejones o en las azotehuelas y tejados de la cálida Tepetitán, la aldea de pescadores donde nació, pero no en la sede del Ejecutivo federal que debió construirse con los planos para edificar una cárcel en Perú, salvo porque una tormenta desvió a los barcos y arrojó a las playas de Nueva España los dibujos de lo que sería un cadalso y no la cereza en el pastel del virreinato; y aquel país recibió otros, más glamurosos, destinados a nuestra tierra. Posiblemente también había gatos en las naves marineras; uno que otro pardo para sellar destinos.

Muchos años después, en 1954, uno exacto luego del nacimiento de nuestro personaje central, un intelectual Giuseppe Tomasi di Lampedusa, escribió una novela que, sin saberlo él, nos cambiaría el futuro: “El Gato Pardo”, rechazada por editoriales tan célebres como Mondadori, y acaso premonitoria de cuanto nos alcanzaría. ¿Fue acaso una visión? ¿Habrá intuido el tufo de los malos gobiernos del porvenir, más devastadores que los azotes de los huracanes y los ciclones? Pero el caso es que lo supo… y lo plasmó.

“Si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie”. Tal es el desenlace de una trama que coloca a Fabrizio Corbera, príncipe de Salina (s), ante la encrucijada del fin de sus privilegios, la caída de la aristocracia y al advenimiento de Garibaldi y la democracia en 1860. Y así fue momentáneamente porque aquel movimiento devino en sucesivos fraudes electorales que invistieron a los favoritos de la nueva clase gobernante, incluso sugiriendo a Fabrizio que aceptara ser senador; se trataba, le dijeron, de asegurar la unidad de Italia. No aceptó pero deambuló por los pueblos, despreciado en principio, hasta volver a sus añejas glorias terrenales.”

La Anécdota

¿Se acuerdan de la “Liga 23 de Septiembre”, una de las mayores células guerrillera-terrorista en México estructurada para poner en jaque a un sistema político en quiebra? Corría la década de los setenta –la de Echeverría y López Portillo-, cuando los secuestros crecieron y los asesinatos tuvieron un cariz de vendetta con la brutal caída de Don Eugenio Garza Sada, en 1973, el verdadero padre del Monterrey moderno y fundador del ITM.

Sobre estos hechos poco se ha ahondado salvo la obviedad de la amnistía dictada por el anterior presidente López (Portillo) que permitió salir a la palestra a personajes como José Luis Sierra (a) “El Perico”, encarcelado en el penal de Topochico durante algunos años lapso en el cual recibía la visita conyugal de su esposa, Dulce María Sauri, hoy presidenta de la mesa directiva de la Cámara Baja.

Con solo ahondar un poquito en esta historia entenderemos la manera cómo las mafias se apropiaron del poder, de los símbolos y de la patria ante una comunidad silente, sumisa y aguantadora.


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