Acerca de cómo los ciudadanos les mentimos a nuestros políticos
Por Francisco Tomas Gonzalez Cabañas
Vamos a volver, claro que sí, indefectiblemente. Vamos a volver a pedirles a los candidatos que se ofertan para las próximas elecciones, todo aquello que ninguno de nosotros, puede ni siquiera brindar a nuestros seres, que decimos o sentimos como queridos. Sí se puede, ninguna duda. Sí no se pudo, se podrá. Vamos a señalarles a ellos, con el gesto adusto, con la investidura de quién emite el veredicto, lo pecaminoso de que hubieran de cambiar de opinión o de posición, cómo si pretendiésemos, ser gobernados o representados, por psicóticos que creyesen y por ende nos llevasen, a la locura infinita, como totalitaria, de certezas absolutas, ineluctables, y por sobre todo, incuestionables.
Con el apoyo irrestricto, de los instrumentos que proyectan lo que no somos y lo que pretendemos ser, disparamos gruesa munición, transformando, travistiendo, la pluma por el plomo, y descargando todo el arsenal, sobre la humanidad de nuestros políticos, a quiénes les exigimos que tengan dotes de superhéroes, para que sobrevivan a estos descarnados ataques, pero concomitantemente, les criticamos el uso de este poder especial, apuntando que se escudan en la superchería de privilegios, cuando en verdad, y producto del escarnio al que los sometemos, sólo están activando mecanismos de defensa para sobrevivir.
Sí tal como decimos creer y por lo cuál abonar en lo cotidiano, lo público es el espacio de todos, extraña o perversamente, sólo planteamos ante el político, que representa la generalidad de la política a la que ya estamos renunciando o de la que no somos parte al pararnos en un nosotros y ellos, nuestras inquietudes sectoriales o facciosas.
Queremos el asfalto, la cloaca, la iluminación, la sala de salud, la plaza o espacio de esparcimiento, el trabajo, las horas extras, las vacaciones pagas, la escuela cerca, la educación sexual en ella, o tal vez no, la parroquia o la sinagoga, el local comercial que tenga habilitado los registros, la música baja o tal vez alta para escucharla, la prostituta sea, mujer o que se auto-perciba como tal, para verla, para contratarla, o para rechazarla, en nombre del infantilismo de nuestros hijos o de nuestra religiosidad. Tal como lo habrá advertido, siquiera sabemos lo que queremos, pero pretendemos, aviesamente, que el político sepa fehacientemente no sólo lo que estamos queriendo, sino el momento preciso en que vamos a cambiar, y cómo si fuese poco, les exigimos también que hagan que nos pongamos de acuerdo, con el que vive a lado, y que se llama vecino, pero al que no saludamos y no queremos ni ver.
Finalmente queremos saber todo de ellos, en nombre de que lo público es de todos, sus vidas nos pertenecen. Les solicitamos la transparencia que nosotros no profesamos ni con nuestras almohadas ni con el espejo, y cuidado, sí nos enteramos qué cobran o perciben algo extra, que nos parece de más o fuera de la norma. Que no se les ocurra emplear parientes, amigos o amores reales o platónicos, saldremos a las calles, o mejor dicho al nuevo y moderno espacio público, que es el muro de nuestras redes sociales, para escracharlos, para insultarlos, para señalarlos, en nombre de la democracia y de las buenas costumbres, claro está.
No nos merecemos votarlos. En verdad no nos merecemos votar, pero cuando esto lo escuchemos de algún político, recién podremos conceptualizarlo y tal vez, recién en tal entonces, hacer algo en consecuencia.
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