Tanasia

Dobló cuidadosamente el andrajo de su cobija, dentro de la cual guardaba, a guisa de veliz, una vieja falda dominguera, un peine desdentado y un girón de trapo que fuera pañal del recién nacido. Las demás mujeres -tratantes de blancas, cruzadoras, traficantes de drogas, homicidas-, se agolpaban impacientes a la entrada de la galera.

Esperaban el transporte que las habría de conducir a la penitenciaría.

Algunas fumaban con desenfado, otras masticaban chicle de manera ruidosa, y las más, en amena parla, relataban anteriores ingresos. Solo tanasia parecía ajena. Las circunstancias; con el hatillo bajo el brazo habíase refugiado en uno de los rincones.

Sus ojos, de córneas amarillas, lanzaban miradas a diestro y siniestro. De vez en vez, con una de sus manos, agrietadas por la sosa del jabón, se rascaba un costado. Todavía ahora, ante el ineludible castigo, su cerebro tardó permanecía sin los hechos. ¿Qué había ocurrido…?

¿Por qué la policía la trataba con tanta crueldad? … De su enmarañada memoria empezaron a surgir recuerdos, atropellados recuerdos semejantes a visiones de una horrible pesadilla… volvía a verse en el jacal de su pueblo, era niña… en las mañanas salía con su madre y su hermano menor a cortar leña a un bosque cercano.

En las tardes, después de las faenas agobiadoras, su mamá le hacía dos trenzas en cuyos extremos ataba unas cintas de colores. “¡Andale, Tanasia – le decía-, ponte a desgranar las mazorcas…” Cuando quedó huérfana, una señora compadecida se la llevó a Pachuca disque para que fuera la escuela. Lo único cierto fue que de sol a sol se la pasó tortillas y lavando trastes.

Así un año, y otro año… hasta que conoció a aquel hombre que trabajaba en la carretera: “¡Vámonos pa México, chula!”… Yo la quito asté de criada: “Y ella ingenuamente, había tragado el anzuelo. Al poco tiempo por irse de bracero, la abandonaba en la gran ciudad. Carente de recursos solicitó ayuda en la primera casa. De esta manera conoció la matrimonio  González, que habitaba en un populoso edificio de apartamentos. Debido quizás a que estaba próxima a dar a luz, la señora era irritable y déspota:

-¿Cómo te llamas?

-Tanasia

-¿Tanasia?… ¿Qué clase de nombre es ese?… ¿Te burlas de mí?…

-No, siñora: Mi mamá ansina me decía.

Poco a poco, Tanasia comenzó a sentirse menguada y torpe para los quehaceres. Una laxitud creciente maniatabale las fuerzas, obligándola a descansar a cada rato.

-¡Muévete, mujer, muévete! -le gritaba la ama.

En ocasiones, al estar moliendo el tomate para los guisos, Tanasia era presa de violentos mareos. Por fin, al observarse la insuficiente pretina de sus enaguas, comprendió azorada: “¡Dios mío, igual que la señora!” … Toy igual que la siñora…

Nas, a la esposa del señor González la atendía un caballero elegante, -finos anteojos de carey y petaquilla de cuero en la diestra-, el cual acudió solícito a vigilar su estado, hasta que ya convaleciente, la dama regresó del sanatorio con un bebé de cabellos dorados.

Para entonces Tanasia pasabase el tiempo lava que lava montones de pañales que parecía no acabarse jamás. Pero, un día antes de terminar sus labores sintió el aletazo de la agonía… Oprimiendo las rudas quijadas subió a rastras los escalones de la azotea. Con ayuda de otra sirvienta y de la portera del edificio, Tanasia dio a luz…

Todavía con la faz desencajada y las piernas como de trapo tuvo que descender a continuar su trabajo. De cuando en cuando se escapaba al cuchitril para amamantar al recién nacido. ¡Su hijo! ¡Fuerza nueva que haciale sentirse al nivel de la patrona!, … ¿Cómo era posible que le creyeran semejante infamia, si al contemplar los ojitos hinchados, la naricita chata y los hisurtos y abundosos cabellos se extasiaba horas y horas!… Y acudía a su mente el recuerdo nefasto, aquella noche al retornar a su cuarto, las escaleras le parecieron interminablemente crueles, y el llanto de su hijo, lastimero, infinito, llanto transido en las desolaciones de su raza vejada… ¡En admiración llanto hecho con el llanto de todos los llantos!…

Alimentaba al niño con las más puras esencias, cuando la fatiga, y acaso también el pulque -tomando a hurtadillas para mitigar sus penas-, la traicionaron… ¡Y el peso de su cuerpo asfixió al pequeño!

Salvaje empujó la volvió al presente. Un gendarme de rostro cuadrado le ordenaba: -¡Andele, camine, que ya llegó la “Julia”!

Colaboración de Latitud Megalópolis

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