LOS AVATARES DEL PERIODO ESPECIAL – POR OSMAR ÁLVAREZ CLAVEL

En el sitio donde la gente tiene el corazón, Manuel tiene un problema; lo toca, lo vuelve a tocar y le nace una duda.

Anoche tuvo un sueño sin ventanas. Estaba de visita en el hospital donde pronto ingresarían a su hija y quiso cerciorarse de las condiciones de la instalación y de paso familiarizarse con su funcionamiento pues, tal vez podría escribir algo sobre la clínica, una de las obras remodeladas en saludo al nuevo aniversario de la Revolución.

Enseñó su carné y le abrieron paso. Se acercó a un cubículo. En su interior una mujer paría sin dificultades. El niño, ayudado por la enfermera, asomó la cabeza y dio un grito; la enfermera le cortó el cordón umbilical y le entregó el bebé al neonatólogo quien lo depositó en la pequeña cuna donde se realizan las pruebas a los recién nacidos. Inmediatamente el niño se convirtió en pez y empezó a saltar.

Los presentes quedaron atónitos; y como ninguno atinaba a hacer nada, Yamelia se abalanzó sobre la cuna, tomó al niño-pez, lo aseguró contra su regazo, corrió hacia la fuente de la entrada – pero el estanque estaba seco -, saltó sobre los bancos, llegó al tanque donde los albañiles lavan sus instrumentos y lanzó suavemente al recién nacido en el barril. El niño-pez quedó al pairo y empezó a boquear. Unos segundos después, comenzó a nadar.

Yamelia revisó su uniforme, comprobó que permanecía impoluto y regresó rauda al cubículo:

-El niño se llamará Marino, anunció categórica.

El ruido de los aplausos despertó a Manuel.

El primero de enero Manuel López se levantó al filo de las cinco. 30 minutos antes, al otro lado de la ciudad, un carpintero se lavó las ideas del día, ordenó sus instrumentos de trabajo y se dispuso a clavar la suerte.

15 minutos después, dos cuadras más arriba, la mujer del administrador de la tienda de comestibles situada en una esquina de la plaza vieja, se calzó el pie izquierdo y quedó pensativa al verificar la desnudez de su pie derecho.

A esa misma hora, tres manzanas más abajo, un taxista por cuenta propia terminó la jornada nocturna, alzó la vista hacia el lugar donde parpadearon las estrellas, sorbió un pedazo de cansancio y soñó con una mujer, con una cama y con un billete pomposamente verde.

Media hora después de levantarse, Manuel se afeita frente a un espejito colgado de la puerta de la cocina y de soslayo vigila la cafetera. El espejo le devuelve la imagen de un rostro de cincuenta años, de piel mulata y ojos cansados.

Todavía le duele la experiencia nocturna, la ineficaz búsqueda del sueño. Tras ver el noticiero estelar – donde le informaron que el mundo está al revés en todas partes menos aquí-, comenzó a desandar por los canales. Se detuvo en uno, al azar. En el programa la conductora se realizaba una auto-entrevista: preguntaba y se respondía. El invitado – cuando lo dejaban hablar- afirmaba que todo había sido muy lindo, muy lindo. La televisión debe tener algún convenio con el programa de ahorro de electricidad, piensa Manuel.

Apaga el televisor y se refugia en la cocina; destapa una botella de ron a granel, se sirve un trago y le surge una sospecha.

Prueba con los periódicos, o mejor, con el periódico. Toma uno: todos dicen más o menos lo mismo. Choca con títulos demacrados que aluden a una mezcolanza de sismos, planes cumplidos, avances productivos, muertes y todo género de locuras y dislates. Tropieza con inicios anodinos y frases descoyuntadas. Y después nos quejamos de los recalcitrantes de siempre quienes sugieren que el periódico se confeccione con un papel más suave, dice.

Observa inquisitivamente al equipo de música, presiona una tecla y se arrepiente. ¿Y si ponen un programa de reagguetón? ¡Qué si los reagguetones fueran instrumentales!… Mira sus discos. Pero, del equipo solo funciona la radio.

Se sirve otro trago y la sospecha deviene certidumbre. El compra ron ocasionalmente y, como norma, adquiere rones cubanos de marca. Pero, como en estos últimos meses las finanzas – como las maravillas de Silvio- , están algo lentas, ayer decidió inmolarse y ahora comprende lo inexplicable.

Si bien los protestantes más iracundos eran los capitaneados por la compañera Fela, quien amenazaba con una especie de huelga seca y reiteraba a voz en cuello la misma pregunta: con qué se iba a lavar esto y aquello, y se ponía la mano en los sitios conflictivos. Si bien los más analíticos, aunque no menos belicosos, liderados por el profesor Fernando, se pronunciaban por buscar a los culpables de esta sequía artificial; los más alarmados por la escasez de agua eran los dependientes de la cafetería de la esquina – aunque ninguno de ellos vivía en el barrio- ; los acongojados dependientes se preguntaban alicaídos, cómo harían para cuadrar el inventario del producto denominado ron a granel si faltaba el agua.

En el preciso instante cuando termina de afeitarse, suena la cafetera y Manuel corre a apagar la cocina. En esta casa hace falta una mujer, piensa. Se sirve una taza de café, prende un cigarro y se viste.

Cuando el reloj digital de la ciudad anuncia que son las 6 de la mañana, Manuel recoge unos papeles, organiza el portafolio y sale hacia el parqueo. Unos minutos más tarde arranca el carro. Nota que el bombillo de la gasolina está en rojo y organiza mentalmente el trayecto hacia la delegación.

Presiona el acelerador. Detiene el auto en una esquina: la vida tiene muchas. Hay una señal de pare: la vida tiene muchos pare. Realiza una breve parada. Avanza un par de metros porque a la izquierda, en los días festivos, colocan un kiosco que dificulta la visibilidad. Se cerciora de que no viene ningún carro, dobla a la derecha, y ahí mismo aparece el agente.

El policía de tránsito lo saluda militarmente y le pide los documentos. Manuel explica y el agente escribe. El policía le devuelve los papeles, lo insta a firmar y lo despide con un gesto. Ya le he explicado lo suficiente, afirma. Lo mira de arriba abajo y se apresta a detener a otro auto. Así debe ser tratado el enemigo, piensa el corresponsal jefe.

Manuel observa el retrovisor, confirma que el agente ya no existe y acelera en forma hasta la gasolinera. Se incorpora al grupo de esperantes. Cuando considera haber aguardado lo necesario apremia a los pisteros para que le sirvan. Los pisteros ni se enteran, continúan ocupados en sus conteos y mediciones.

Por fin le corresponde su turno, consulta el reloj y sonríe. Qué inteligente es el mundo, le dice al pistero y le pide que de los diez litros anotados, le eche nueve, que deje uno para la casa. El dependiente es varón, si fuera hembra le daba un abrazo: lo ha hecho esperar el tiempo exacto para llegar tarde a la oficina.

Manuel debe atender a un insistente estudiante de periodismo y lo citó para la siete. Y como el estudiante sabe que el jefe es un siervo de la puntualidad, lo más probable es que cuando llegue a la delegación el muchacho se haya ido. Ojala, porque en la última semana despierta cada día sobre una amalgama de recelos pertinaces. Su olfato entrenado en premoniciones y zancadillas lo mantiene en un estado de alarma permanente.

-No estoy para estudiantes, ni para nadie, ni siquiera para mí, le dice bajito Manuel López a Manuel.

En efecto, cuando el coche de la delegación se detiene frente a la oficina la calle está desierta. Manuel desciende del auto, cierra las ventanillas, cruza la acera, abre la puerta de cristal, desconecta la alarma, observa el metro contador, atraviesa el pasillo, pasa por las oficinas identificadas por cartelitos: Comercial, Departamento Periodístico, Economía; llega a la suya, introduce la llave en la cerradura, enciende la luz y el aire acondicionado, anota en una libreta el consumo eléctrico del día anterior, lo adiciona al del 31, calcula el gasto del mes y sonríe.

Enciende la computadora, organiza algunos papeles y se sienta frente a la máquina. Abre el programa correo electrónico y espera. Hoy el país y él cumplen 50 años. El país tiene razones para celebrar; él está atiborrado de nostalgias. Revisa los correos, muchas informaciones de todas partes, borra la mayoría. Selecciona algunas para leerlas después. Ningún correo personal, salvo un par de felicitaciones extemporáneas. De todas formas las abre: en la primera sus compañeros de una provincia cercana le envían una carta con una hermosa flor roja de fondo; la segunda es anónima y solo tiene un cartel con la palabra FELICIDADES debajo del logotipo. Pero no, más abajo aparece un texto breve en arial 12. Manuel lo lee:

“Nos veremos varias veces este año, en alguna reunión o cuando vengas a la agencia. A quien si difícilmente veamos es a jf quien ha sido seleccionado para estar un par de años entre mariachis. Un abrazo”

El corresponsal jefe vuelve a leer el texto aunque el contendido es obvio. Nos veremos varias veces este año, eso quiere decir que te quedas y en tu lugar quien viaja es jf.

-¡Qué bien! Cabrones, dice en voz alta.

Él sabe quién es jf, un buen periodista que no tiene la menor idea de la administración. Lo envían en su lugar. Nada, la vida. Él sabe quién es el autor de la nota y se lo agradece. No se sorprende del todo. Desde hace días la posibilidad de que mandaran a otro en su lugar ronda su cabeza, lo que no entiende es por qué:

-Ya vendrán las explicaciones, que en eso de explicar somos de excelencia, dice.

Intenta hacer un recuento del asunto. El jefe anterior y el actual le dijeron lo mismo: prepara tu cuadro sustituto, ya es hora de que cumplas misión. Y, como estamos en enero, fecha en que se producen las rotaciones, él se preparó mentalmente para el viaje.

Ahora mismo tiene que terminar los informes del trabajo del año. Los tiene avanzados. Los resultados son excelentes, tanto en la parte comercial como en la labor periodística. Entonces: ¿por qué lo soslayan?

Mueve la cabeza de un lado a otro. Se pone de pie. Abre el pequeño refrigerador de la oficina, extrae una botella y se sirve un trago largo. El añejo ayuda a pensar, eso cree Manuel.

Prende un cigarro:

-Estos benditos cigarros Populares, los más populares si la popularidad se mide por las quejas de los consumidores; estos cigarros automáticos que se apagan solos…

En realidad no me voy a morir del corazón, pero me jode que estos cabrones empleen ese método. En realidad yo nunca he insistido en viajar, pero lo merezco y ellos lo saben y saben que lo necesito… ¡Al diablo con los viajes! Ya que no voy a viajar afuera, viajaré adentro. Voy a tomarme aunque sea una semana de vacaciones y desaparecer, le informa Manuel a Manuel López

Trata de ahuyentar el análisis, pero la memoria lo traiciona. Recuerda que cuando trabajaba en la Universidad lo enviaron a México de donde vino con la cabeza llena de experiencias y con los bolsillos vacíos, porque en aquel tiempo la divisa estaba proscrita; luego fue a España , trabajó en varias instituciones de comunicación y periodismo y trajo unos pesos. Los pocos objetos de valor que hay en su casa son frutos de ese viaje.

A él le gustaría caminar por el mundo, relacionarse con otros profesionales y ver cómo hacen las cosas en otras partes y si al mismo tiempo puede traer algún dinerito para asegurar la vejez, mejor, porque si cuenta con su salario…

-Al diablo los jefes y sus decisiones, al carajo los viajes, grita, y se toma otro trago, pero se abstiene de prender un nuevo cigarro.

Extrae del portafolio unos papeles y ordena las notas del nuevo libro. Hoy no pretende escribir para la agencia; el año que termina escribió mucho. Además no tiene nada interesante sobre lo cual notificar u opinar. Las actividades por el advenimiento de la Revolución las cubrió la otra periodista de la delegación. Y por si fuera poco, hoy es su cumpleaños. Realmente él nació diez días antes, pero su padre, cuando regresó de la clandestinidad, exigió que lo inscribieran el día primero y a él le gusta esa fecha aunque a veces siente aprehensión para celebrarla.

Cierra la máquina y se sienta en la mesa del despacho. Toma papel y bolígrafo. Pretende armar un libro de testimonio. Al principio pensó en convertir los hechos en cuentos o producir una novela. Pero desistió: se siente más cómodo en los géneros fronterizos entre la literatura y el periodismo. Le resulta muy difícil escribir sobre lo no visto: para escribir necesita ver y sentir las cosas.

El libro carece de título. Su autor piensa estructurarlo en tres partes. La primera versará sobre los que se fueron y a la vez se quedaron; la segunda, sobre los que se fueron y no volvieron y la tercera, sobre los que van y vienen. En sus notas Manuel comienza por rememorar a los desaparecidos.

“En diciembre, hace diez años se fue Carlos; hace un año y días, también en diciembre, murió el otro Carlos, el negro. Los dos Carlos, mis hermanos. En este período se fueron Guillermo y Jorge Luís, mis amigos, dos de los narradores que más he admirado, y murió mi padre.

Carlos, el blanco, el historiador, el experto en hallar varias soluciones para un mismo problema, tenía el alma tan grande como su cuerpo enorme, el mismo cuerpo que no pudo resistir los embates de la mala suerte.

Un alumno extranjero, hermano de un gran jefe y a quien Carlos no invitó a su boda, lo denunció. Sin que nadie se lo pidiera declaró que el profesor le había pedido una serie de objetos – y mostró una lista- y agregó que lo había amenazado con desaprobarlo si no traía lo solicitado. Lo primero era cierto, lo segundo era mentira. No obstante lo sacaron de la universidad, lo separaron del Partido, contrajo una rara enfermedad y su mujer prefirió seguir la vida con un hombre sano. Todo eso ocurrió en un par de meses.

Recuerdo que, cuando la leucemia se lo llevaba, me hizo prometer que desaprobaría al estudiante a quien consideraba culpable de su cadena de males y, a fuerza de ser sincero, confieso que lo intenté, por primera y única vez lo intenté, pero no pude. Solo conseguí negarle la nota máxima en mi asignatura, la única que estudiaba con esmero.

Después me enteré que regresó a su país, le asignaron un cargo en la ONU y cuando la guerra civil llegó a su apogeo, retornó a su patria y los talibanes lo mataron junto al resto de la familia presidencial

Y Carlitos, el negro, quien murió de una forma ilógica. Era un hombre alegre y trabajador, no tenía ningún problema de salud y fue su corazón generoso quien dio el mal paso del que ni él ni nosotros pudimos recuperarnos.

Carlitos el hermano, el hombre, el amigo; el compañero en las labores más complicadas, el que prefería los puestos más riesgosos, el que sabía que somos importantes en la medida en que sabemos dar.

Se fueron Carlos, Carlitos, Guillermo, Jorge y mi padre. Y yo: ¿qué hago aquí?.. Será que alguien tiene que contar esta historia.

Se fueron ellos. Y cuánto asesino vivo; cuántos malandrines, maleantes, hipócritas y corruptos caminan por las calles; cuántos vagos, arribistas y HP de todo tipo y todas las nacionalidades continúan perfectamente vivos, aptos y dispuestos para el daño.

Cuando, en estos días, mi país y yo cumplamos 50 años, mi país estará de fiesta y yo estaré sacando cuentas sobre los vaivenes de la vida y las trampas de la mala suerte.

Definitivamente cada vez entiendo menos al mundo. Todavía no entiendo….”

Suena el timbre de la puerta principal. Es Felo, el vecino, quien insiste en que Manuel coja un diez, deje tranquilo el trabajo y suba a su casa donde hay carne de cerdo asada, la mejor, la que se calienta al otro día, y añejo de calidad.

Tú, Manuel, se lo agradeces y le prometes ir dentro de un rato, cuando termines con unos papeles. Y vuelve a tus notas.

“Todavía no entiendo a Ronald, mi ex compañero de aula quien se convirtió en escritor y al poco tiempo era jefe de los derechos humanos de no se sabe bien qué organización. Me negué a creerlo, porque Ronald era un infeliz que nunca había sido jefe ni en su casa. Después me enteré: logró irse, le dieron unos pesos y, de pronto, se declaró apolítico. Parecía bobo, pero consiguió su propósito: estar en un lugar donde mantener su estómago en paz, porque su hobby político es comer, comer hasta cansarse. Lo que pasa es que la historia está plagada de injusticias, que si los historiadores fueran justos lo hubiesen declarado el primer exiliado culinario del orbe.

Menos aun entiendo a Yamil, un muchacho humilde a quien formamos acá, se fue a la capital, tuvo algún éxito como escritor, le dieron una beca en Europa y se quedó. Cuando la guerra de los emails fue un protagonista, uno de los más iracundos, se quejaba de la etapa en que los religiosos y los homosexuales eran perseguidos. Se quejaba como si fuera la primera víctima de la debacle del quinquenio gris, período del cual tenía algunas noticias conseguida por la lectura o por el intercambio con informantes viciados por la parcialidad.

También están los que se van y vienen como Denis, cuyo ideal es trabajar en la hotelería italiana para poner un negocio aquí; u Osviel, estrella de la coctelería , quien en Canadá hace cócteles y comida cubana solo para demostrar que se puede ; y Yamila, una muchachita que terminó de maître del mejor hotel de la ciudad, se fue a España, le pagó a un homosexual para que se casara con ella y luego para que se divorciara y al poco tiempo se convirtió en ciudadana española y dueña de una pizzería. La última vez que nos vimos me lo dijo con todas sus letras.

-Hace falta que esta crisis económica global sea eterna. Los clientes de la Costa del Sol, que preferían el solomillo, los carabineros y los lenguados, ahora quieren variar, comer pizzas, y de paso proteger su economía.

Denis, Osviel, Yamila, mis ex alumnos de los cursos de cuadros de la escuela de Manolo. Ojala les vaya bien, y no se olviden de su origen”

A Manuel le extraña que hoy nadie haya llamado, ni siquiera alguno de los que cada día confunden el número de la delegación con la dirección de gastronomía. Ojala todos los días fueran feriados, al menos oficialmente. Sucede que a la gente le pagan por trabajar y la mayoría no trabajan, si le pagaran por no trabajar, aumentarían sus salarios, piensa Manuel.

Vuelve a la computadora, pero se arrepiente, recuerda la invitación de Felo, va al baño y cuando retorna se toma un trago, enciende un cigarro y sonríe porque este Popular prende normalmente.

-Yo sabía que me faltaba algo, le dice Manuel a Manuel López.

Abre la máquina y empieza a planificar las vacaciones.

En eso suena el teléfono. Es Estela, tu mujer, Manuel.

-Sí, dime ¡no me digas, pero cómo!

-Ya, ya entiendo. Así que la ingresaron hace unas horas. Y, ¿por qué no me llamaste?…Cómo que en casa. Tú sabes perfectamente que yo trabajo todos los días del mundo y siempre estoy temprano en la oficina… Bueno, no discutamos por gusto. Ahora mismo voy para …

-Está bien. Sí. Si la niña salió de pre parto y la van a mandar para el cubículo, eso quiere decir que está al parir … Son las 9 y cuarenta. Ya, ya. Y : ¿qué tiempo tiene que estar en recuperación?, ¿ a qué hora puedo ver a mi hija y a mi nieto?

-Sí, entiendo. Entonces sigo tu consejo, iré al mediodía… Claro, voy en el carro…No hay problemas, tenía una reserva de gasolina para cuando se presentara el parto. Bien, descuida… Sí, voy a terminar de hacer unos papeles, de acabar de planificar. Estaré un rato con Felo, mi vecino, quien me invitó a comer algo… No te preocupes, tomaré solo unas copas. Tengo derecho a celebrar ¿No?.. Bien, bien. Nos vemos en un par de horas.

Manuel termina de pasar el plan de trabajo a la computadora.

Plan de trabajo para las vacaciones.

Objetivos principales.

1. Organizar las inquietudes.

2. Priorizar las reflexiones.

3. Dosificar las expectativas.

4. Sacrificar las emociones.

5. Economizar las reacciones.

6. Vaporizar las nostalgias.

7. Atemperar las dudas.

8. Adelgazar las imprecisiones.

9. Estimular las esperanzas.

10. Amortiguar los trancazos del destino.

Manuel López revisa el plan, se da una palmadita en la sien y le confiesa a Manuel.

-Tendré que ocuparme más de mi mujer, como ella se pasa la vida cuidando a mi hija y de paso escapa de la falta de estímulo de nuestra casa… Debí ocuparme más de mi hija. Como todos los días anunciaban que el parto sería al día siguiente, anoche ni siquiera fui a verla. No quería ambiente de fiesta y felicitaciones, y ahora va a parir.

Mira que ocurrírsele parir exactamente hoy. ¿Y si mi hija se adelanta y pare antes del mediodía? ¿Y si a alguien se le ocurre la insensatez de ponerle mi nombre al niño? ¡Mi madre!, como no pensé en esa posibilidad, cómo se me pasó ese detalle, cómo…

Apaga la máquina de cuajo, tira la puerta de la oficina, olvida apagar las luces y sale a la calle. Trepa al auto indiferente a los gritos de Felo, quien desde el segundo piso lo conmina a subir, le hace una seña sin sentido y hunde el pie en el acelerador.

-¡Qué estúpido soy! ¿Cómo no se me ocurrió alertar a Estela sobre lo del nombre? y, lo peor, ¿cómo no se me ocurrió mandarla a que comprobara si la dichosa fuente de la entrada de la clínica tiene agua?

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