De hombres y mujeres completas

Por: JAFET RODRIGO CORTÉS SOSA

Todo se volvió más difícil desde que comencé a reflexionar sobre lo que pasaba dentro; se complicó cuando abrí los ojos y vi aquel pensamiento que me costaba trabajo asimilar, pero que existía.

Tengo que confesarlo, de alguna forma deshacerme de él, expulsarlo de mí mismo; pero trastabilla mi pluma entre letras, dificultándome el encuentro con las palabras correctas para hacerlo; esta idea camina en procesión esperando que le haga caso, yo me limito a observar desde la cercanía esperando no caer.

Después de más de una lucha conmigo mismo creo tener la fuerza suficiente para confesar, quiero hacerlo; he hecho lo suficiente para dejar de callar; pero antes que las palabras surjan, siempre hay un momento en el que todo guarda un frío silencio que se hace cargo de la escena, mientras el palpitar del corazón impulsa a decidir.

Confieso haberme encaminado a una búsqueda sin sentido, pero fue tan dulce aquel anhelo que pareció una buena decisión seguir, por lo menos en un principio.

Todo pensamiento se volcó a perseguir un sueño, construido desde la utopía; buscar con todas las ansias una persona perfecta, que tuviera alas encarnadas en la espalda y que al aletear me llevara lejos, muy lejos de aquí, al otro lado del mundo. Alguien con quien compartir mi vida no era suficiente, debía forzosamente volar.

El devenir fue acumulando en mi espalda el dolor y la pena producto del fracaso, mientras la verdad se hizo cargo de consumir mi tiempo.

Las charlas se tornaban tan vacías cuando me daba cuenta que no podían volar, que nunca podrían hacerlo; terminaban siendo únicamente unos ojos, unos labios, un cabello; algunas marcas en la piel; una figura; pero siempre existía una ausencia de “algo” que gritaba que corriera, que me suplicaba huir despavorido; la prisa.

La prisa, producto de la sensación de insatisfacción, aquella que iba creciendo dentro de mí, me orillaba por momentos, a ver la realidad de lo que estaba pasando, a observar cómo aquellas expectativas estaban fuera de sí, que no se podía sostener con nada tangible. La verdad aparecía inminente, susurrándome al oído que, si mi meta era la perfección, al final mi destino era la soledad, el olvido.

A la humanidad le fascina soñar con la perfección, se empecina en buscarla. Hurga hasta en los cajones, metiendo la mano profundamente a la espera de encontrar siquiera algo que se le asemeje. Pero, ¿por qué buscamos la perfección si no la tenemos?, ¿por qué anhelar algo imposible?, no sé si por necedad o ceguera, vamos por la vida persiguiendo ese imposible, descartando toda opción que tengamos de frente.

El poeta Oliverio Girondo lo escribía en su poema, “espantapájaros”, una oda a aquella misión de buscar lo perfecto en una mujer que le hiciera volar, arrojando a la basura todo encuentro que no cumpliera esa máxima, de cierto modo egoísta. No le importaba más que ese requisito, siendo cualquier “imperfección” una nimiedad que pasaba desapercibida.

El padre del teatro mexicano, Rodolfo Usigli hablaba de ello de una forma más directa, construyendo desde el ideal de cada persona a “la mujer completa”, el viaje de buscarle, la nostalgia de no encontrarle, y la terrible agonía que significaba la prisa de tener cada vez menos tiempo con vida.

“Unos ojos, unos labios, pero no una persona completa”, pero, ¿cómo sería una mujer completa?, ¿cómo sería un hombre completo?, la respuesta varía desde la óptica de lo que cada quien considera como “completo”, pero en realidad podríamos decir que la vida humana se conduce desde la imperfección. Estamos cundidos de huecos existenciales que buscamos rellenar, hasta la búsqueda de amor es una búsqueda por saciar espacios vacíos en nuestra vida; hasta la búsqueda de trascender, se encuentra construida desde la ausencia de un “algo”; hasta la búsqueda de paz, se sostiene en la guerra por subsistir.

¿Cómo encontrar una perfección que no tenemos?, ¿cómo bajar una persona completa si ni siquiera nosotros mismos podemos cubrir algunos huecos?, sólo nos queda reconocer lo que es y avanzar sin aquella pesada carga que significa buscar lo que no tenemos.

Cortesía de Latitud Megalópolis

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