El horario apuntaba mediodía, la gente poblaba con entusiasmo la avenida Parque Lira y calles aledañas a las inmediaciones de la casa presidencial Los Pinos. Pequeños contingentes, parejitas, estudiantes, familias, la sociedad en su máxima expresión se dejaba sentir.

En las esquinas de Constituyentes y General Músquiz, patrullas de la SSP cerraron la circulación a vehículos automotores, la reunión en esta fecha era imponderable… de allí hacia Reforma para dirigirse al Zócalo; en las grandes vías, calles, esquinas, la gente se incorporó a la marcha. Niños, adolescentes, gente de la tercera edad, todos, muchos, tantos… de veras un pueblo tan noble, tan inconforme, tan acostumbrado a soportar una clase política voraz y poco veraz.

Extraño ambiente de fiesta para conmemorar el primer aniversario de uno de los hechos más lamentables de nuestra historia actual; más allá de especulación, investigaciones, peroratas, excusas institucionales, verdades históricas, conductas histriónicas, hay evidencias irrenunciables: la complicidad de los gobiernos estatales y municipales en Guerrero, Iguala, Ayotzinapa, vía sus policías municipales y federales con grupos delincuentes y narcos de la entidad son, qué duda cabe, los autores materiales de este infortunio, de la desaparición de los 43.

A un año, después de las farragosas pláticas entre el ejecutivo y los padres de los normalistas, la gente, la población, el peladaje, las vilipendiadas víctimas de una política económica en debacle, los que están con el agua hasta los aparejos, tomaron las calles, subieron la voz. Ni la lluvia, ni el mal clima y los avatares cotidianos impidieron la marcha: paraguas, impermeables, hules, capas, periódicos, salieron a relucir…total: mucho tiempo nos ha llovido sobre mojado.

Ayotzinapa es el suceso, la realidad demediada que sufrimos es el motivo.