Tirar la piedra y esconder la mano

Por Walter Fernando Vallejo Romero

Se equivocan quienes afirman que “el 17 de octubre, en Culiacán, el gobierno federal y las fuerzas armadas fueron arrodillados ante la delincuencia”. Aunque impresionante, el armamento de los delincuentes no es, ni de lejos, comparable con el de las fuerzas armadas. Habría bastado una orden para que, con un bazucazo, la camioneta artillada con ametralladora fuera reventada, los jets y bombarderos borrasen las guaridas del narco en la serranía, los tanques embistieran los vehículos de los delincuentes y los helicópteros artillados remataran hasta al último de los malandrines.

Claro que entonces habrían ocurrido muchas muertes civiles, destrucción de viviendas, asesinato de inocentes, bajas en las fuerzas armadas y consecuencias económicas inconmensurables: desmantelamiento del comercio, el turismo y la industria.

Y todo ¿Para qué? Para atrapar a un delincuente sin erradicar las raíces profundas de la delincuencia ni las causas originarias del narcotráfico, léase narcoconsumo estadounidense, ausencia de educación en valores, baja industrialización del estado, escasa inversión productiva, ausencia de control de armas traídas de Estados Unidos y demás factores tradicionalmente desatendidos. Consecuentemente, se generaría un rápido renacer de una delincuencia todavía más agresiva y pujante que la actual.

¿Quién dio la orden de ejecutar este abominable zipizape?

Ahora se sabe que el gabinete de seguridad del gobierno federal ni estaba enterado ni habría autorizado semejante desatino. El general Luis Crescencio Sandoval declaró contundente que el operativo fue ejecutado por mandos locales “de manera precipitada, sin la debida consideración de consecuencias y sin coordinación con mandos superiores”, por lo que éstos nunca estuvieron en posibilidades de resguardar a la población ni a las familias de los militares.

Todos los indicadores apuntan a que la orden provino del gobernador priista de Sinaloa, el mismo que días antes, a escondidas del gobierno federal, se reunió con personeros de la DEA, que la semana anterior “dio por muerto” a López Obrador, colocando un mensaje mafioso, en forma de corona mortuoria, en la entrada del Palacio Nacional y que, previamente, el día de los hechos había decretado suspensión de clases en el estado.

Si consideramos las declaraciones de Fox, “Vamos a darle en la madre a la 4T”, y de Calderón, “el cargo le quedó grande a AMLO”, y agregamos la conformación del llamado “Frente AntiAMLO”, que incluye hasta la ridícula figura de Gabriel Quadri, se confirma la tesis de Alfredo Jalife-Rahme de que se le “tendió un cuatro” al presidente, preconfigurando un escenario en el que, si el gobierno respondía violentamente, sería acusado de “masacrador” y, si no lo hacía, sería acusado de “contubernio con delincuentes”. La trampa fue perfectamente planeada, tendida y ejecutada.

Complementariamente, en TV y algunas redes sociales aparecieron escenas espeluznantes: muchas de ellas falsas: la explosión de una camioneta, que en realidad ocurrió días antes en Sudamérica, y soldados disparando contra civiles, tomada de series brasileñas de televisión.

A nadie deben sorprender entonces los destemplados plañidos de los diputados panistas que tomaron la tribuna gritando “renuncia, renuncia”. Tampoco las respuestas de Fox, Calderón, Diego, los Chuchos y Maynez en el mismo sentido. La orquesta reaccionaria hace ruido en el mismo tono.

Sin embargo, hubo factores no incluidos en sus planes, mismos que, al final, fueron determinantes: La sagacidad política de AMLO, que le posibilitó eludir un enfrentamiento sangriento, y el enorme apoyo popular generado al priorizar la vida de los ciudadanos por encima de la retención del delincuente. Ante la ruidosa campaña de medios señalando la “rendición del gobierno frente a los narcos” se impuso el clamor popular apoyando las medidas presidenciales acertadamente adoptadas.

Sin aceptar su fracaso, los panistas todavía se atrevieron a denunciar penalmente a AMLO por “poner en riesgo la vida de TODOS los mexicanos” (sic) y Fox se lanzó a resucitar la ridícula propuesta con la que fracasó hace diecinueve años: exigir el desafuero del presidente. Con esto cayeron en un terreno en el que AMLO es experto y ellos son un fracaso: el del debate racional, con pruebas y argumentos sólidos, en vez de los gritos desafinados. No es de extrañar, por tanto, que en la conferencia mañanera del lunes 21, cuatro días después de los acontecimientos de Culiacán, el presidente señalase contundente: “Estoy dispuesto a comparecer ante las autoridades competentes para responder por las decisiones tomadas respecto a Culiacán”.

El resultado es evidente. Fracasó el intento reaccionario de “tirar la piedra y esconder la mano”.

Como cereza del pastel, diversos cuerpos de élite han llegado a Culiacán y sus alrededores para blindar la seguridad de la población  civil. Ahora sí que no habrá sorpresas y los delincuentes, que no son tontos, lo saben muy bien.

La popularidad de AMLO, mientras tanto, sigue en ascenso, ahora también en Sinaloa y entre los militares.P.D. Mi pésame a los familiares de quienes fallecieron.

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