La información también puede ser un virus muy peligroso

Por Arom Leamsi

Para muchos “generadores de información” de hoy, el mejor camino para llegar a la fama ha sido el transitar por el lodoso terreno de las falacias. Muchos de estos comunicólogos —que no comunicadores— han contribuido decididamente a defenestrar el arte de narrar. Estos nuevos pregoneros pretenden atraerse todos los reflectores convirtiendo en noticia cualquier hecho intranscendente, para ello bastará con ingeniárselas para convertirlo en titular sensacional, provenga de donde provenga, de lejos o de cerca, por encargo o sin él, eso no importa.

Pero también es justo reconocer que a esto contribuyen la calidad de los lectores-receptores de esas informaciones, que son altamente alienables a través de sus emociones y de la psicología individual de cada uno de ellos, y no siempre por el origen y la fuente de la información. La susceptibilidad a la alineación es consecuencia de esa perfecta relación “sado-masoquista”. En estos tiempos postmodernos, los lectores resultan más sensibles al tiempo que al espacio. Permea más la inmediatez de lo reciente en el tiempo, que lo cercano en espacio.

El contenido de lo inmediato ignora todas las distancias, todos los referentes, todas las fuentes, estas no importan, no importa saber quién o quienes han originado el dato, sólo basta “sentir” aquella emoción que se diseñó y pensó en un titular. Todo lo que se transmite está cargado de denuncias a resultas de trabajo de largas y “esforzadas investigaciones”. Cada investigador impone sus condiciones. Cada narrador impone sus explicaciones como si el lector-receptor no existiera; y en eso tienen mucho de razón, cada día el lector-receptor, que es el intérprete, se va desvaneciendo y se va convirtiendo en un simple reproductor de esa información, a semejanza de los virus.

Los comunicólogos de hoy, procuran hacer de su labor algo abreviado y simplificado. Son muchos los recursos que los informadores han ideado para “informar”. Los modernos comunicadores de información carecen de la conciencia de complejidad, de esa complejidad que las condiciones hoy reinantes en el mundo, exige cada vez con mayor fuerza para comprender el mundo, si es que no queremos perecer, si es que no queremos disolvernos en los elementos que conforman la complejidad que ignoran los modernos comunicólogos.

La simplificación con que pretenden “informar” a sus receptores —lo quieran o no los generadores de la información— es una forma de falsificación. Todo aquel que sólo escuche de manera pasiva una historia, está acompañando pasivamente al narrador, y al hacerlo así, no tiene más opción que sólo aceptar lo que recibe, salvo que renuncie a su condición de simple consumidor de esa pseudoinformación. El lenguaje que hoy emplean los comunicólogos, es la forma más egoísta, por no decir inhumana —después del interrogatorio judicial— que hay entre los seres humanos.

Por años, en nuestro país,  los medios masivos de información fueron inatacables, no se podían atacar entre sí, nunca se desprestigiaron a sí mismos. Con la llegada de las nuevas tecnologías de la información, muchos de las receptores de esa información y que si estaban bien informados, saben y sabían, que esas “verdades periodísticas”, viven de las mentiras. A diferencia del pasado, estos lectores de aquella información, se han convertido en intérpretes críticos, cerrando un ciclo de comunicación, tras del cual, muchos comunicólogos han quedado exhibidos como grandes mentirosos.Siempre que haya intención de engañar u ocultar información a una persona, se estará mintiendo; la mentira siempre será la representación de un engaño, es decir, la intención de hacer creer verdadero lo que es falso, pero también lo es su contraparte, empeñarse en hacer pasar como falso lo que es verdadero. La esencia de la mentira está en la voluntad de engañar, también se miente cuando se oculta la verdad o cuando se comunica la “ información por encargo”, “información de paga”, y peor cuando los recursos provienen del erario público, porque quien así lo hace, además de ser un mentiroso, es inmoral y carente de ética profesional, cuyas acciones resultan más peligrosos con un virus como el que hoy nos invade.

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