LA GRANDEZA DE MÉXICO

Para Don Luis H. Álvarez,

Con un abrazo solidario.

​Alexander Pope decía que «No hay cristales de más aumento que los propios ojos del hombre cuando mira su propia persona.

No es difícil darle la razón al autor del Ensayo sobre la crítica (Essay on criticism), sobre todo cuando escuchamos al presidente Enrique Peña Nieto presumir, como grandes logros, lo que hasta ahora no son más que evidencias de la angustiante mediocridad en que se encuentra sumido el país.

El Presidente está sobrado de sí mismo y su mirada es tan corta que no puede ver la realidad, más allá de lo que él cree que es la realidad.

Su tendencia discursiva tiene un optimismo que raya en la soberbia y la autocomplacencia, con diagnósticos que distan mucho de referirse a lo que estamos viviendo y padeciendo los mexicanos.

El principal problema surge cuando vemos que, basados en erróneas percepciones del país, es como el gobierno va determinando diversas políticas y estrategias que, por obvia consecuencia, dejan de atender la necesidad nacional y, en el mejor de los casos, mejoran la fachada dejando sólo la apariencia de la mejora, aún cuando el fondo permanezca inamovible.

El fracaso del gobierno se aprecia en la mayoría de las áreas que requieren la atención de éste, en las que luce sin idea y sin estrategia y en las que muestra que su idea de incrementar el gasto no viene acompañada de una innovación y un cambio de ruta.

Así, mientras se presume una nueva estrategia en seguridad, lo que se puede ver es precisamente la ausencia de una estrategia en la materia. Tanto miedo tiene este gobierno de parecerse al anterior que termina haciendo lo mismo que el gobierno anterior.

Ante la incapacidad de esta administración, la delincuencia tiene un avance que va sembrando el miedo en el país. La Encuesta Nacional de Victimización del INEGI arroja que en 2014, del total de los delitos que se cometieron, 23.6 por ciento fueron extorsiones, las que tienen un relativo éxito ante la percepción ciudadana de la alta inseguridad y de la colusión de las autoridades con la delincuencia; en el sentir de la población es más probable que ayuden al criminal a que auxilien al ciudadano.

Por otra parte la notoria incapacidad actual de las fuerzas de seguridad en el país hacen evidente la urgencia de una recomposición de las mismas, pues los informes internacionales emitidos recientemente por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas dejan ver el alarmante nivel de desprecio a estas por parte del Estado Mexicano.

Así, es evidente un punto clave en el fracaso de la nación la elevada injusticia que reina en México. Por ello, es banal, a mi percepción, el hecho de que el gobierno presuma un alto número de detenidos en el caso Iguala, pues a algunos, como al exalcalde, no se les han podido fincar cargos por la desaparición y homicidio de los estudiantes de Ayotzinapa, mientras que las consignaciones realizadas contra otros por estos hechos, que están basadas fundamentalmente en sus supuestas confesiones, podrían no llevar a ninguna sentencia condenatoria, pues los resultados de la investigación realizada por el grupo de expertos independientes, que destroza la verdad histórica difundida por el exprocurador Jesús Murillo Karam, abre la puerta para que dentro del proceso penal se ofrezcan nuevos argumentos que cuando menos generen una duda razonable en el juez de la causa que lo obligaría a decretar la libertad de los más de cien detenidos.

México se exhibe como un país cada día más seguro, pero del consenso de los organismos internacionales de derechos humanos se aprecia que el Estado se ha vuelto castigador, pero no más justo. Los más de 16 mil desaparecidos en los últimos años, las decenas de miles de muertos en lo que va del periodo de Enrique Peña Nieto y el infame aumento en las denuncias por tortura nos demuestran que este gobierno, con tal de presumir el imperio de la ley, está dispuesto a cualquier ilegalidad.

Inquieta el hecho de que la percepción social relacione la alta inseguridad con el desempleo cuando el gobierno no para de presumir la baja tasa de desocupación.

El gobierno federal no se ha preocupado por la creación de un número de empleos suficiente, pero sobre todo que sea adecuado en cuanto a la orientación profesional y a las necesidades de ingreso de las familias mexicanas. Nadie en su sano juicio puede presumir como un logro la homogeneización del salario mínimo en 70.10 pesos cuando el costo diario de la canasta alimentaria supera los 86 pesos o cuando lo que es urgente es la creación de empleos bien pagados.

Para efectos estadísticos sólo se considera el número de plazas creadas, pero en la realidad, es deprimente que médicos conduzcan taxis y que contadores sean vendedores al detalle. Entre tantas reformas, nadie ha considerado que se debe de fomentar la educación en áreas que la industria requiere y erradicar el mal de la informalidad en la que se encuentra el 60 por ciento de la Población Económicamente Activa, que lejos de participar en el crecimiento del país, es un verdadero lastre fiscal, tecnológico y económico.

La imagen del gobierno, más allá de la soberbia gubernamental, es de preocupar.

El Índice de Competitividad Global del Foro Económico Mundial ubica al país en el lugar 57 de 140 naciones evaluadas, pero si atendemos a apartados como el desvío de recursos públicos y la confianza en los políticos, México está en los lugares 125 y 124, respectivamente.

Es fácil apreciar que la falta de verdaderas estrategias que muevan a México son las que nos tienen en esta mediocridad que un gobierno ciego como el actual no podrá remediar.

Guillermo H. Cantú decía que «La inhibición del desarrollo sano y equilibrado de sus instituciones, es decir, de su organización política, de reglas de convivencia, de responsabilidad social, legal y económica así como la pauperización de la población, son prueba suprema de la ineficacia de un Estado y sus gobernantes”.

Mientras el gobierno no reconozca la realidad nacional seguirá confundiendo en su absurda vanidad lo poco que ha conseguido, pues como decía San Agustín de Hipona: «La soberbia no es grandeza sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande pero no está sano».

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