LA COLUMNA DE INDEPENDENCIA

AHORA, UNA CIUDAD DE PERROS

 

A las innumerables penurias diarias de los capitalinos, entre las que destacan los demenciales obstáculos diseñados por los responsables de la vialidad, se suman las incontables jaurías que invaden calles, plazas y jardines, sin que hasta el momento se avizore alguna medida sanitaria de control.

Cifras oficiales de la Secretaría de Salud revelan que existen más de 23 millones de perros y gatos, uno por cada habitante del Distrito Federal y la zona Metropolitana. Casi el triple del número de ancianos en el país.

Por razones que los expertos atribuyen a factores emocionales y económicos propios de la época actual, la organización familiar tradicional se ha modificado con una tendencia a disminuir el número de hijos, reemplazándolos con mascotas como objetos de ternura y atención. El resultado es un dramático incremento de perros, tanto en las viviendas como en parques y jardines. Y hasta en restaurantes, bares y centros comerciales.

Tal situación se puede convertir en un problema sanitario por la proliferación de insectos como pulgas y garrapatas, y de virus y bacterias producidos por la diseminación de alimentos, orina y excrementos. Por supuesto, ni el problema ni la solución dependen únicamente de las autoridades. La población en su conjunto comparte esa grave responsabilidad.

Enfermedades como la salmonella y la leptospirosis aparecen por ingestión directa de orina o tejidos de animales infectados, o bien de forma indirecta por contacto de la piel y las mucosas de ojos, nariz y boca con agua o tierra contaminadas. La antiguamente saludable costumbre de pasear por las veredas bordeadas de plantas y flores, o de disfrutar de la lectura en alguna banca a la sombra de los árboles, se ha convertido en un grave peligro para la salud.

El problema se agrava debido a que muchos propietarios, imposibilitados para atender personalmente a sus mascotas, recurren a cuidadores y entrenadores profesionales que no disponen de las instalaciones necesarias y utilizan los espacios públicos para su actividad. Decenas de animales invaden diariamente las zonas antes dedicadas al sano esparcimiento y a la recreación de niños y adultos.

Así que el catálogo de incomodidades y agresiones permanentes que le pueden dejar sordo, ciego, inválido o muerto, como las ruidosas bocinas con que se anuncian farmacias, roperías y tiendas de electrónica, las cegadoras luces y los frenéticos alaridos de ambulancias y autos policíacos, la rotura de calles y banquetas sin señalizaciones ni medidas de protección, o la falta de iluminación pública nocturna, se ha venido a incrementar con la invasión canina que, además de consumir toneladas de alimento y producir cantidades similares de excrementos, representa un riesgo para su salud.

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