Indolencia de la población ante la presencia del Crimen Organizado en el DF
Hace algunos meses leía un documento del CIES (que financiaba la SSP federal todavía de García Luna) y uno de sus apartados Carlos J. Vilalta realizaba una serie de correlaciones (relaciones matenáticas entre dos o más variables) entre “averiguaciones previas por delitos contra la salud” y factores sociales como “mujeres que encabezaban la familia” o “población católica” o “población ocupada en el sector informal de la economía” SALUD entonces me “acordé” de aquella correlación en que como conclusión resultaba la necesidad de dejar de vender paletas de hielo para evitar los actos violentos en Chicago y me reí mucho.
Pero en ese texto están otras cuestiones interesantes respecto de las causas estructurales de la violencia (pobreza, rezago, desigualdad, marginación) y la cobertura social (bases de cobertura) que se ofrece a la criminalidad.
Tras recuperar la información ahí contenida, descubro con verdadera sorpresa que de manera científica, a población con mayores niveles de escolaridad y limitadas oportunidades de desarrollo social(empleo, salud, vivienda) se presentan fenómenos de mimetismo entre las actividades criminales y la sociedad en su conjunto.
Me trato de explicar esto en el Distrito Federal (la población de la república con mayores niveles de escolaridad y [según estadísticas] niveles de criminalidad bajas), se trataría de demostrar no si existe o no el crimen organizado en el DF (pues sabemos que un mercado tan importante para todo tipo de actividades criminales) no puede estar al margen de la operación criminal y de la “organización” de esos grupos. Sino de la capacidad de filtración del crimen organizado a la sociedad (mimetismo social) o la “indiferencia” que esas actividades causa en la población.
Observamos con indiferencia la operación de actividades criminales (organizadas o desarticuladas) mientras no nos afecten directamente, hacemos como que no está pasando aunque lo tengamos a la vista, aunque vivamos en medio de ellas o (incluso) aunque seamos parte de la cadena delictiva (quizá al estar relacionados con elementos criminales [directa o indirectamente] no la consideramos tan grave)
Con una instrucción educativa alta, con la mayor población de jóvenes que han estudiado bachillerato o más, sin posibilidades de empleos remunerativos adecuados, el que un hijo, un sobrino o un conocido se dediquen a caminar por las calles de la ciudad y regrese a casa con unos cuantos pesos diariamente, nos parece normal.
El que un taxista nos “recomiende” tal o cual antro (cuando subimos a las 22 horas o después a un taxi en compañía del mismo o diferente sexo) nos parece como “una manera de hacer plática”
El que en las calles de diferentes barrios o colonias de la ciudad encontremos personas (solas o en grupitos) sentadas en las banquetas sin hacer (en apariencia) más que eso (nada) es como parte del paisaje urbano.
El que llegue a la calle (a la que vivimos o a la de atrás) un nuevo vecino que quiere poner cámaras en las casas contiguas y que de repente adquiera otra u otras casas y tenga estacionadas dos camionetas último modelo y apostados a dos individuos mal encarados, nos da miedo o nos parece “sospechoso” pero tolerable (incluso conozco algunas personas que dicen desde entonces “ya no hay vaguitos en la calle y tenemos luz en todos los postes y hasta en las casas”) SALUD.
Nos hemos vuelto tolerantes a esas raras actitudes de nuestros vecinos, pero además hemos incrementado nuestros niveles de tolerancia a actividades notoriamente antisociales, así soportamos el changarrito que tiene cortinas obscuras y vende drogas (pues hacemos de cuenta que está vendiendo cerveza o cualquier otra cosa) además pues “su dueño platica con los policías y hasta parece que tiene buenas relaciones con ellos”.
Así, el éxito individual (medido en razón del ingreso monetario personal) prevalece (se sobrepone) al apego a las normas, es más, entre más “éxito personal” tenemos más nos apartamos de la normativa, pues somos más inmunes a la aplicación de esta al ser más importantes.
Así nos hemos convertido en sus bases de apoyo, somos parte de ellos aunque no queramos serlo y nos sentimos tan vulnerables en eventos como los del Heaven y las secuelas que ahora presenta, pero no somos capaces de denunciar los actos delictivos (o presuntamente constitutivos de delito) ni de manera anónima, recuerden avisen a los teléfonos que para ello existen lo que les parezca sospechoso (de manera anónima) no se guarden información que puede ser de utilidad a la autoridad y cuando algo llegue a ocurrir digamos “porqué no se los dije a …”
En el Distrito Federal nos hemos acostumbrado a niveles de violencia tales como la que ejerce un hijo sobre su padre anciano que apenas camina, cuando lo jala para ascender a una unidad de trasporte público de esos todos destartalados que aun existen en nuestras calles; como la que “ejerce” una policía al detener Río Rhin durante tres semáforos para que avance Reforma (por que a ella le “parece” más importante eso); como la de un ciclista en la banqueta de Av. Juárez a las 11 de la mañana en sábado; como la de un “automovilista” que estaciona su vehículo en plena acera y el agente de tránsito que lejos de atender la situación voltea para otro lado o manifiesta absoluta indiferencia a la situación. Sin embargo, parece que NO PODEMOS soportar que 12 jóvenes (algunos de ellos vinculados a “bandas” criminales que operan en Tepito) desaparezca de un bar en la Zona Rosa un domingo en la mañana (tras una noche de juerga) pues vemos “amenazado” nuestro estatus quo.
En la ciudad opera el crimen organizado y nosotros nos hemos convertido en sus encubridores, pero nos parece tan grave que “desaparezcan” 12 jóvenes de Tepito mientras que en el mercado de la colonia pagamos la carne en 110 pesos el kilo o permitimos que el vecino coloque una pluma en el acceso a la calle. La simulación se nos da y reclamamos sólo cuando ya no hay remedio.
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