HOSPITAL JUAREZ, ETICA Y HUMANISMO
Por Rafael Maldonado T.
Ante la necesidad de contar con instalaciones para atender a los heridos causados por la invasión norteamericana de 1847, el antiguo colegio agustino de San Pablo fue habilitado como hospital. Las batallas de Churubusco y Padierna produjeron los primeros pacientes y para su servicio se construyeron camas con madera rescatada del ruedo y las gradas de una cercana y vieja plaza de toros.
La Guerra de Reforma, la Segunda Intervención Francesa, la Decena Trágica y otras tragedias que han ensangrentado a México forman parte del brillante historial de servicios brindados por el hospital de San Pablo, rebautizado con el nombre de Benito Juárez desde el día siguiente al de la muerte del Benemérito de las Américas.
Gravemente herido durante el terremoto de 1985, fue rescatado de entre sus propios escombros y, reproducido en nuevas instalaciones al norte de la ciudad, el Hospital Juárez continúa su labor médica, curativa y de investigación, que le ha permitido ser pionero en temas tan importantes como la radiografía, las transfusiones sanguíneas, o las técnicas quirúrgicas y de reconstrucción de huesos.
El Hospital Juárez, en sus propios documentos corporativos, se define como parte del aparato gubernamental para dar cumplimiento a lo que ordena el artículo cuarto constitucional, con criterios de universalidad y gratuidad, impulsando la participación ciudadana en el cuidado de la salud. Declara que parte de su misión es ofrecer asistencia médica con ética y humanismo, una concepción integradora de los valores humanos. Y entre los valores que rigen su trabajo sitúa el compromiso de aprovechar sus capacidades y recursos con respeto, lealtad y reconocimiento del valor de una persona.
Sin embargo, es muy deseable que las más altas autoridades, tanto de esta histórica institución como de la Secretaría de Salud, se alejen un poco de sus elegantes escritorios y recorran discretamente las instalaciones hospitalarias públicas de todo el país para que puedan constatar la distancia abismal entre los discursos y la realidad.
Sus tarifas distan mucho de la prometida gratuidad y, aunque es de reconocer que son menores a las de empresas semejantes, la gran mayoría de los usuarios procede de las capas económicamente más vulnerables de la sociedad.
Pero destacan las vergonzosas condiciones a que son sometidos los familiares de los enfermos durante la espera en los servicios de emergencia. En las noches y las madrugadas, complicado el acceso por la suspensión del servicio público de transporte, los pobres y atribulados parientes se ven obligados a pernoctar tirados en el suelo y a merced de las condiciones del clima. Los estragos del frío, del viento o de la lluvia parecen no ser conocidos por la administración.
Poco tiempo atrás, los bultos humanos envueltos en cobijas y hojas de plástico llenaban rampas, prados y andadores del hospital. Su aspecto posiblemente desagradó a algún torpe burócrata encargado de la seguridad, y la estúpida solución consistió en instalar rejas en los accesos, con lo que a las anteriores penurias se aumenta la inseguridad.
A la espera de noticias, quizás fatales, hombres y mujeres de todas las edades permanecen de día y de noche en el exterior, sentados en la banqueta, sin un simple techo que, como al ganado, les proteja del sol.
La historia del Juárez exige mejor atención.
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