Hienas: entre el místico Kilimanjaro y la actual Addis Abeba

La Habana (PL) Animal-símbolo de carga negativa, la hiena fue poetizada por Ernest Hemingway en una de sus narraciones africanas, sin augurar el genial autor que cientos de ellas se pasearían un día con libertad por una ciudad no tan distante del Kilimanjaro.
Enfocada como metáfora de la muerte inminente, el acento de terror en suspenso conferido a su aparición en el cuento que toma a Kenya como escenario, cuesta trabajo verla ahora desfilar en paz por Addis Abeba, lejos de aquel hado de sentencia.
«Las nieves del Kilimanjaro» quedaría como una de las obras en que este animal de rapiña es protagonista elíptico dentro de la parafernalia de belleza artística que signó toda la obra del llamado «Dios de Bronce» de la literatura estadounidense.
Bebieron -cuenta Hemingway- mientras las sombras de la noche lo envolvían todo, pero un poco antes de que reinase la oscuridad, y cuando no había luz suficiente como para disparar, una hiena cruzó la llanura y dio la vuelta a la colina.
«Esa porquería cruza por allí todas las noches. Ha hecho lo mismo durante dos semanas. (…). Es la que hace ruido por la noche. No me importa. Aunque son unos animales asquerosos -dijo el hombre (Harry).   En aquel instante, la hiena cambió sus lamentos nocturnos por un sonido raro, casi humano, como un sollozo. La mujer lo oyó y se estremeció. (…). Pero la hiena hizo tanto ruido que ella se despertó y por un momento, llena de temor, no supo dónde estaba».
Ese escenario umbroso, selvático y único por las nieves de la montaña más alta de África, es descrito con su habitual maestría por Hemingway (1899-1961) para situar a la hiena en un papel repugnante y fatídico, premonitor de la muerte.
Pero esa impronta de soledad sobre el animal es algo inexacta porque en realidad suele andar en grupo. En Kenya, Etiopía y otros países subsaharianos ha proliferado después de escribir el autor el cuento, tras un viaje a África en 1933, y llevarla al cine en 1952.
Otro dato curioso de este carroñero oportunista, que habita también países asiáticos como la India, Pakistán y Afganistán, es que está considerado entre los depredadores más feroces y peligrosos del planeta, con una mordida solo comparable a la del tiburón blanco.
El periodista de BBC Mundo Martin Fletcher los describe, tal vez con demasiada afectación dramatúrgica, del siguiente modo:
«Son bestias horribles, del tamaño de los perros más grandes, con piel de pelos ásperos con manchas, cuellos largos y las patas del frente más largas que las de atrás, de espalda mucho más estrecha en la cola que en sus poderosos hombros».
Es significativo, por cierto, que siendo Hemingway un conocedor de la fauna no explotara en su relato otras características de la hiena: el sonido que emite, que remeda una aguda carcajada y, sobre todo, que es un animal tan polígamo como lo fue el propio Hemingway.

POR LAS CALLES DE LA CAPITAL ETÍOPE
Claro que tampoco es nada lírico el hábitat y las costumbres de subsistencia de los hiénidos, miembros de la familia Hyaenidae, ni tan pacíficos sus actos en estados africanos como Etiopía, donde escasean los alimentos hasta para los seres humanos.
Addis Abeba «vive cercada por hienas en sus calles», según reportes de marzo, pero a diferencia de asechar a un moribundo «hemingwayano» tras detectar sus piernas gangrenosas con su potente olfato, la amenaza es contra personas indefensas.
«Esa ciudad amanece cada día con decenas de hienas peligrosas en sus calles, que se alimentan de los restos de la basura y en muchas ocasiones de gatos y perros callejeros», publicó BBC Mundo.
Algunos testigos citan casos de drogadictos o borrachos cuyos dedos de las manos y pies fueron devorados por hienas cuando estaban inconscientes.
Entre las tragedias más dolorosas de los últimos tiempos figura la ocurrida a una madre que acampaba en 2013 frente a la iglesia capitalina San Estefan, próxima al céntrico hotel Hilton, y una hiena le quitó a su bebé de los brazos y lo mató.
Las autoridades del aeropuerto de la ciudad tuvieron que acudir en 2011 a cazadores para que mataran a una manada de esos animales porque amenazaban a los aviones al despegar y aterrizar.
Vecinos de la barriada cercana al cementerio público Ketchene, por su parte, se quejan de que las hienas cavan y se comen los cuerpos de personas enterradas en fosas poco profundas por carecer sus familiares de recursos para otro tipo de tumbas.
La proliferación de los hiénidos en Etiopía viene al parecer de mucho tiempo atrás, pues a fines de la década de los 80 del siglo pasado este redactor presenció manadas de hasta medio centenar en distintas partes del país, sobre todo en los mencionados lugares citadinos.
Tres personas que trabajábamos vinculados a la corresponsalía de Prensa Latina en ese país fuimos incluso testigos de la muerte de una de ellas atropellada por el auto en que viajábamos en la carretera hacia Eritrea, una noche de 1988.
-Detén el auto, mataste un venado -le dijo en inglés el traductor cubano Rolando Hernández al mecánico y chofer etíope Massay Workneh.
Los tres bajamos del vehículo con una linterna en medio de la oscuridad de la vía y vimos en ella y entre la selva de ambos lados a decenas de ojos rojizos.
La peste que nos golpeó el rostro cuando salimos y las manchas reveladas por la luz delataron el equívoco y borraron la sensación de regusto al imaginar que tendríamos una exquisita cena.
Tras aquel acto que de inmediato consideramos imprudente y pese a que portábamos un arma de fuego, decidimos irnos lo más rápido posible sin correr más riesgos. Subimos de nuevo al auto y nos alejamos del lugar a toda velocidad.
Desconocíamos sobre casos de muertes de personas atacadas por hienas, pero sí sabíamos por informaciones de paleontólogos que miles de años atrás los humanos formaron parte de la dieta de esos depredadores.

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