Guerra de papel: México, Estado fallido, ha instaurado 29.4 millones de empleos informales

  • Los tiene sumidos en la miseria sin contar con derechos sociales, ni laborales, olvidados a la Gracia de Dios

Desde cuando la sociedad mexicana estaba respaldada por una economía que “sí alcanzaba con lo que se ganaba”, perteneciendo ahora a la nostalgia y que ese tipo de historias solo se puede consultar en las hemerotecas para la reconstrucción melancólica de millones, los últimos tres sexenios del binomio PRIAN, tuvieron la desdicha de encaminar y transformar a México en un Estado fallido, producto del neoliberalismo voraz y dictatorial por el Tío Sam, a través de sus mecanismos de alta inteligencia y espionaje, entre la CIA y la DEA.
Ciertamente, el adelgazamiento de la burocracia –ordenado por el orden mundial monetario a través de la política neoliberal-, se fue promocionando para que millones de empleados se registraran en el programa de “renuncia voluntaria”.
Paulatinamente y de forma beligerante, se fue organizando a todo un ejército de desempleados que hoy en día luchan por el pan de cada día, generándose además, un inaudito y bestial fenómeno de inseguridad que en todo territorio mexicano lo tiene azotado el crimen organizado, perdiéndose la confianza de la autoridad, y cuyo país ha caído en un vacío de mimetización con las consabidas acciones disfuncionales. El objeto del mimetismo es engañar a los sentidos de cada sociedad que convive en el mismo hábitat, induciéndoles una determinada conducta.
Paralelamente a todos esos millones de compatriotas en adversidad económica, y muchos otros que no están en las estadísticas del desempleo pero que han tenido que emigrar a conquistar el Sueño Dorado norteamericano, fue construyéndose una esfera de refugiados para introducirse en el desempleo informal.
La Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) correspondiente a abril-junio de 2016, en sus estadísticas se acusa que más de 300 mil personas se incorporaron a las filas del empleo informal en relación con el mismo periodo de 2015.
Al día de hoy (agosto/2016), el número de trabajadores que ha encontrado refugio en la informalidad asciende a 29 millones 412 mil 185, equivalente a 57.2 por ciento de la población económicamente activa.
En consecuencia, el término Estado fallido, si bien es empleado por periodistas y comentaristas políticos críticos para describirlo como un horror, corresponde a una falla en la garantía de servicios básicos y de gobernabilidad.
Esos datos numéricos no sólo permiten ponderar la persistencia del estado de postración en que se halla la economía nacional, que se acentúa con decisiones económicas, como el incremento a los precios de los combustibles; evidencian, también, una distorsión inadmisible de la realidad laboral en el país.
En el editorial del periódico La Jornada, intitulado “El ‘refugio’ de la Informalidad”, precisa que en efecto, durante el mismo periodo reportado en la ENOE, la cifra oficial sobre el desempleo en México se ubicó en 3.9 por ciento de la población económicamente activa.
Que las estadísticas oficiales definan como personas ocupadas a quienes se desempeñan en la economía informal -y los coloquen, en ese sentido, al mismo nivel que los trabajadores del sector formal-, constituye una omisión inaceptable de las condiciones que imperan en ese sector, ajeno a los sistemas de protección social, asociado principalmente a tareas de poca productividad y bajos salarios, en el que prevalecen, en suma, circunstancias de precariedad e inseguridad laboral incluso mayores a las que padecen el grueso de los trabajadores.
Igual que ha ocurrido con otros ámbitos de influencia de las reformas estructurales aprobadas en la presente década, los saldos de la reforma laboral –promulgada en los últimos días del gobierno de Felipe Calderón, pero con el decidido apoyo de las cúpulas legislativas y sindicales priistas– son todo, menos favorables.
Al día de hoy, por ejemplo, resulta mucho más económico despedir a un trabajador, lo que en la lógica neoliberal imperante es visto como un factor de competitividad económica. Sin embargo, esa profundización de la precariedad no se ha traducido en la generación de puestos de trabajo de calidad.
Al contrario, la desatención oficial ante el crecimiento de la informalidad implica la pérdida de un referente central de la real situación económica del país: las autoridades continúan gobernando desde una dimensión estrictamente formal y estadística, y ello se traduce en descuido, desconocimiento de la realidad y políticas públicas erráticas e ineficientes.
Hasta ahora, el ensanchamiento de la informalidad ha representado una válvula de escape a la desesperanza y la zozobra de amplios sectores de la población, pero el gobierno no puede aspirar a que tal situación perdure por mucho tiempo sin que se configuren escenarios de descontento e ingobernabilidad.
Si bien advierte el rotativo que innegablemente “es una apuesta riesgosa y nada recomendable en el convulsionado escenario nacional”, México se desdibuja como una nación entera de desarrollo para sus habitantes.
Lamentablemente tienen que sufrir y sortear los sistemáticos desatinos de sus gobernantes, so pena que además los embarga un sentimiento de rabia, encono e impotencia, por hacerse justicia con su propia mano para castigar a quienes los han orillado a la desgracia a este México que sigue siendo una nación entrañable de hermandad en América Latina.

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