Europa ante el efecto bumerán del Estado Islámico

La Habana (PL) Mientras la prensa mundial llena páginas con noticias sobre la encrucijada de Europa y Occidente ante el avance del Estado Islámico (EI), la moraleja de cierto refrán, aunque conocido, parece tener cada vez más actualidad: si crías cuervos corres peligro de perder tus ojos.

Ya no es secreto para nadie, porque los medios internacionales se encargan de reiterarlo, que tanto Estados Unidos como sus aliados de la Unión Europea (UE) alentaron el surgimiento y luego apoyaron de diversas formas al EI, con el fin de derrocar al legítimo presidente de Siria, Bashar al-Assad.

Luego, la situación se hizo compleja, cuando el movimiento radical sunita quiso proclamar un califato y se les fue de las manos a la guía pormenorizada del gobierno norteamericano y otras potencias.

En ese entonces, Washington quiso solventar su error y se enroló una vez más en su desgastado papel de guardián por excelencia de la paz y la estabilidad.

Creó una coalición internacional para, supuestamente, combatir al grupo extremista, con el apoyo de sus socios europeos.

Y allí mismo comenzó el dolor de cabeza para los gestores, sobre todo, para Europa, a quien el EI tiene más cerca geográficamente.

Casi era una certeza que la agrupación tampoco se quedaría de brazos cruzados ante los bombardeos contra sus posiciones en Iraq.

Fue así como les respondieron a sus oponentes con otra lista de crímenes en el denominado «Viejo Continente».

De acuerdo con comentarios difundidos en la prensa, hay, de hecho, una guerra declarada abiertamente por ambas partes.

Sin embargo, como la mayoría de las guerras, esta no es solo cuestión de religión, fanatismo e ideología, también lo es de geopolítica, según plantean algunos especialistas en la temática.

Un artículo publicado en el diario español El Mundo precisa que el terrorismo islámico es un reflejo, incluso, una extensión de las guerras actuales en Medio Oriente.

Conflictos que, con la participación constante de potencias externas, se convierten en una única guerra regional, todo el tiempo en transformación, en expansión y con matices cada vez más violentos.

El reporte añade que, desde el punto de vista yihadista, la vida diaria es ultraviolenta.

La muerte es cosa de todos los días y procede, a menudo, de las bombas, los drones y las tropas de Estados Unidos, Francia, Reino Unido y otras potencias.

Sus víctimas, precisa, suelen ser vistas como daños colaterales: inocentes que caen en ataques sobre casas, bodas, funerales y asambleas comunitarias.

De acuerdo con analistas, Occidente no reconocerá nunca que hace un siglo sus líderes destruyen vidas musulmanas en incontables enfrentamientos militares instigados por la prepotencia de sus más crueles aspiraciones.

Mucho antes de que en Europa hubiera terrorismo islamista, advierten expertos en el tema, Reino Unido, Francia y el gobierno norteamericano organizaban golpes de Estado, guerras y operaciones encubiertas en Medio Oriente para afirmar y mantener el control político sobre la región.

Según reseñas de historiadores, desde la caída del Imperio Otomano, un siglo atrás, esos países buscaron cómo controlar Medio Oriente por varios motivos, como el petróleo, el acceso a rutas marítimas internacionales, la seguridad de Israel y la competencia geopolítica con Rusia en Egipto, Siria, Iraq e Irán.

Washington y Bruselas armaron y entrenaron a los muyahidines en Afganistán para combatir a los soviéticos (con lo cual, en la práctica, crearon al precursor de Al Qaeda).

Además, puntualizan informes divulgados en medios internacionales, impulsaron el conflicto entre Iraq e Irán en la década de 1980 e invadieron Iraq en 2003.

El hecho de que los atentados yihadistas en Occidente sean relativamente recientes indica que son un contragolpe (o al menos, una extensión) de las guerras de Medio Oriente, como resalta la prensa.

Con muy pocas excepciones, los países atacados son aquellos que participaron en las operaciones militares posteriores a 1990 en Afganistán, Iraq, Libia y Siria.

No obstante, como afirma un texto difundido por el rotativo colombiano El Tiempo en su versión on line, las acciones de Occidente no dan al terrorismo islamista ni una pizca de justificación.

Sólo explican en parte cómo ven los extremistas los atentados en algunas regiones del orbe: como la violencia de Medio Oriente llevada a otro frente, abierto, en gran medida, por el propio Occidente.

Por otro lado, luego de los atentados en Europa, los políticos no dejan de estudiar en caliente nuevas medidas antiterroristas para hacer frente a la supuesta amenaza.

Según analistas, el panorama actual puede servir para justificar determinadas acciones como la mencionada intervención en conflictos armados en el exterior, la proliferación de corrientes xenófobas o la implementación de disposiciones en violación de los derechos de las personas.

Mientras la batería de medidas se aprueba o no, las críticas a los servicios de inteligencia no cesan y son aprovechadas como cobertura para, bajo el presunto argumento de la seguridad, hacer seguimientos más estrictos a comunidades musulmanas.

El gobierno italiano considera un aldabonazo para buena parte del sur de Europa el degollamiento, a mediados de febrero de este año, de 21 cristianos coptos egipcios en Libia a manos del EI, reseñó recientemente el diario La Repubblica.

De Libia a Europa, un solo paso, refieren, por su parte, militantes y estrategas de EI en muchos de sus comunicados.

Según la edición digital del diario español El Mundo, el ministro italiano del Interior, Angelino Alfano, defendió a finales del mes pasado la necesidad de que tanto la ONU como la comunidad internacional conviertan a Libia en una prioridad absoluta.

Entre los temores suscitados por el EI, según El Mundo, están, en primer lugar, las represalias que podría tomar el movimiento radical sunita ante la actual operación militar occidental, la cual Italia se ofreció frecuentemente a encabezar, junto a Estados Unidos y otros países.

El primer ministro Matteo Renzi y su administración argumentan como justificación para esas incursiones la de poner orden en Libia y erradicar o, al menos, debilitar a las milicias más radicales.

Los yihadistas esbozan la hipótesis de enviar en dirección a Italia a cientos de barcos repletos de inmigrantes -podrían ser hasta medio millón-, si se produjese esa intervención, señaló recientemente el diario romano Il Messagero.

Otro temor recurrente, de acuerdo con El Mundo, es que dos siglos después de la desaparición de la piratería en el Mediterráneo la misma reaparezca de la mano del EI.

Al respecto, en la Rivista Italiana di Difesa se asegura que, tras adueñarse de algunos puertos y de todo tipo de barcos, seguidores del grupo radical pueden reproducir la situación prevaleciente en la región marítima entre Somalia y Aden durante la última década.

Y una de las mayores preocupaciones parece ser, en comentarios de especialistas, que, entre los indocumentados sirios desembarcados en Italia, se infiltren terroristas, quienes supuestamente puedan actuar semanas o meses después de su llegada.

Las autoridades españolas, añade el rotativo El Mundo, comparten esa misma inquietud para Ceuta y Melilla, pese a estar a mil 400 kilómetros de Lampedusa.
En algunas de las entrevistas conferidas mientras luchaba en 2011 contra la rebelión, apoyada, sobre todo, por Estados Unidos, Reino Unido y Francia, el asesinado líder libio Moamar el Gadafi advirtió que sin él el Mediterráneo se convertiría en un caos.

Occidente tiene que elegir entre el caos terrorista y yo, repetía en frecuentes declaraciones.

Definitivamente, como declaran algunos estudiosos, se optó por exterminar a el Gadafi sin ser muy conscientes de lo que se les venía encima.

Periodista de la Redacción Europa de Prensa Latina

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