EL TIEMPO PASA
Para Yaya y Juan.
Siempre contarán con
este tío que, cuando
menos, les sirve de
mal ejemplo.
En cierta ocasión, el ensayista español José Ortega y Gasset, puntualizó correctamente que, de querer ser a creer que se es ya, va la distancia de lo trágico a lo cómico.
Esta semana se cumplirá un año de que el presidente Enrique Peña Nieto asumiera el cargo y a veces se comporta como si apenas quisiera ser el presidente y nomás no se ve, en ocasiones, el carácter que debe mostrar el líder de un país.
Y es que, en realidad podemos hablar de 360 días perdidos, en los que lejos de las grandes expectativas que despertó el presidente, pues tal parece que nada ha cambiado, y si algo ha cambiado, no parece que esté funcionando.
Llegó el presidente al poder, en medio de una gran algarabía de sus simpatizantes y, aunque sin el respaldo de una mayoría, si con los votos necesarios para legitimarlo, independientemente de si estos fueron espontáneos, comprados o condicionados.
Hoy el descontento ha crecido. Al más puro estilo del viejo PRI, se ha utilizado la ley y los tribunales para imponer disciplina, (como en el caso Elba Esther, que además sirvió de ejemplo para posibles rebeliones); para cerrar brechas con otros países, como en el caso Cassez; para pasar como un paladín de la justicia y enemigo de la corrupción, como en el caso Granier o incluso, para ayudar a la familia, como en el litigio de su tío, Arturo Montiel, con Maude Versini.
Se firmo el llamado Pacto por México como un ente cupular e incluso con tintes oligárquicos, que funciono en los primeros meses como un primer órgano de negociación de reformas, sobre una base determinada de compromisos. Sin embargo, poco a poco fue perdiendo el brillo, ante la evidencia de que los lideres partidistas y los miembros del consejo rector, se plegaban a los intereses gubernamentales y trataban de nulificar la actuación del congreso, presionando a sus legisladores, para no modificar lo acordado en esa mesa.
Para estas fechas, es notorio que este pacto está a la espera de la firma de su certificado de defunción. La presión de la mayoría de los militantes de los partidos de oposición que participan en ese instrumento político, para que se abandone, es evidente y además de ello la permanencia en el mismo ha debilitado sobremanera a los líderes actuales del PRD y del PAN, que pecando de inocentes, renunciaron a ser oposición para ser aliados de un partido que, si algo sabe, es manejar a la oposición para sus propios fines.
A un año de gobierno, el presidente demostró que puede sacar adelante sus iniciativas y puede sacar adelante sus reformas. Lamentablemente también demostró que no sabe cómo implementarlas. No ha entendido que, en estos tiempos, para gobernar a un pueblo, es necesario convencer al pueblo.
Las reformas, comenzando por la laboral que ya la podemos incluir en este sexenio, han sido muy mal explicadas y muy mal aplicadas. Un gobierno que gasta tanto en publicidad, no puede tener tan deficientes publicistas; las reformas laboral y educativa, (esta última en la parte constitucional) son buenas sin embargo, han sido mal implementadas.
La estrategia de comunicación del gobierno, parece haber sido diseñada desde su partido, con los mismos pregoneros que al principio se mintieron y otros que se siguen mintiendo y que su mentira, hoy raya en el cinismo.
La reforma laboral, se implementó tan deficientemente que, los juicios siguen siendo terriblemente largos y el afectado es el trabajador, además de que no ha funcionado ni siquiera para contener la caída en el empleo derivada de la inesperada desaceleración económica.
La reforma educativa, perdió mucha de su esencia en el momento de expedir las leyes secundarias, que fue el primer triunfo real de la disidencia magisterial, la misma que sigue poniendo de cabeza al DF y cada vez debilita más la imagen de autoridad del gobierno, ya que cada documento que le dan y que parece aceptar para luego rechazar, parece dejar más claro que, para ellos, la nueva ley no va a aplicar.
François de La Rochefaucauld, decía que: “Prometemos según nuestras esperanzas y cumplimos según nuestros temores”. El hecho de que el presidente lleve cumplido apenas el 1.5% de sus compromisos firmados ante notario, es muestra del escaso valor del compromiso público en el sistema político actual.
Lo dije y lo reitero, la firma del presidente, vale menos que el papel donde la estampa.
Se generó una reforma fiscal, absolutamente recaudatoria, que atenta contra la clase productiva para darle dinero a los que no producen. Ya no podemos seguir gravando el trabajo, para subsidiar el no trabajar.
El presidente formó un gabinete ineficaz que vive en constante lucha por el protagonismo y el apapacho presidencial, sin que haya dado resultados o cambiado la forma de trabajar. Como lo dijo recientemente Josefina Vázquez Mota: “Los rostros jóvenes de algunos de ellos, no alcanzaron para ocultar a los dinosaurios y las maneras ancestrales de hacer política”.
Y es que la oposición se ha desdibujado. El PRD está irreconocible y le ha facilitado enormemente su ímpetu reformista al presidente; pero ese apoyo, parece que llegó a su fin. Quizá no tanto por decisión de sus líderes, sino por el claro peligro de que pierdan esa posición.
Lamentablemente, ese letargo de la oposición, particularmente de izquierda, alcanzó a Peña Nieto para sacar su paquete fiscal, cuya negociación nos hundió en la impotencia al ver que, con el regreso del PRI y no solo en el aspecto electoral, en nuestro país ha triunfado el dinero sobre la política.
Este gobierno centra su expectativa de recuperación política en la aprobación de una reforma energética incompleta, ambigua y que, en su texto original, es rechazada tanto por la izquierda, como por la derecha.
Rechazo que se justifica, dado que, desde su presentación se alude a un fundamento histórico y a postulados de hace 70 años, convenientemente manipulados.
La izquierda, por su lado, la rechaza también con postulados históricos y anacrónicos.
Ni unos, ni otros, toman en cuenta que, como dijo el filosofo argentino José Ingenieros, “Los hombres y los pueblos en decadencia, viven acordándose de donde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes, solo necesitan saber a dónde van”.
Tal vez, lo más conveniente sea adoptar, en esa materia, el sistema noruego, en el que los recursos petroleros pertenecen a la nación y para beneficio de sus habitantes, el ministerio de Petróleo y energía expide licencias de exploración y producción a particulares en áreas determinadas, y un directorado monitorea la actividad del sector y las condiciones de equidad y competencia.
Pero más importante aún, las leyes de la materia tienen como principios rectores, la rendición de cuentas y el combate a la corrupción. Algo en lo que este gobierno, no se muestra demasiado interesado.
Las acusaciones de corrupción y tráfico de influencias, no solo sobre los agentes del ejecutivo, sino incluso sobre legisladores, son secretos a voces. El detalle está en que, las acusaciones del uso descarado de los instrumentos del Estado en beneficio propio, no se aniquilen con la verdad emanada de una investigación, sino que se buscan ocultar de los ojos de la nación y que perezcan en el olvido de una sociedad que hace de la resignación, su mecanismo de autodefensa.
El tiempo pasa y el saldo es negativo. Quienes creyeron en un México distinto con Peña Nieto, los que creyeron que el programa del «nuevo» PRI era la solución que el país esperaba, están confundidos o decepcionados, porque como dijera Benedetti, cuando creyeron que tenían todas las respuestas, les cambiaron todas las preguntas.
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