
El Sendero de los Iluminados: El Silencio del cielo… Tercera parte
Por Alan Prado
La luz de la creencia había actuado como una barrera, un muro que nos resguardaba de lo indescriptible.
《Con su desaparición, la prisión se abrió》.
El cielo no era simplemente un vacío, era una entrada, y algo aguardaba al otro lado. Los más sensibles fueron los primeros en percibir las señales. En los márgenes de la realidad, en los fragmentos de la percepción, se manifestaban sombras de una sustancia ajena a nuestro universo. No eran demonios ni fantasmas, ya que esas entidades continuarían siendo parte de un orden divino. Era algo más antiguo, más extraño. Seres que habían estado esperando con paciencia en la vastedad del cosmos, atrapados fuera de nuestra percepción por una barrera creada por aquel que nos abandonó. La noche en que las estrellas titilaron, como ojos agonizantes, la realidad misma comenzó a ceder.
Escuchamos los primeros lamentos en los templos desiertos, sonidos de una frecuencia que agudizaba la sangre. Un sacerdote anciano, cuyo rostro se había distorsionado en una mueca de locura, se erguía en la plaza central y proclamaba entre risas frenéticas. Lo que precedía a la palabra ha regresado, lo que existía antes del tiempo ha vuelto.
Las siluetas emergieron en formas distorsionadas, adoptando ángulos que resultaban incomprensibles para la percepción humana, desafiando la cordura misma. No se trataban de seres materiales, ni de manifestaciones espirituales. Eran manifestaciones que surgían de la misma fisura de la realidad, moviéndose desde un periodo anterior a la existencia. Corrí hacia la capilla en busca de protección, aunque era consciente de que no había esperanza de salvación. En las paredes de la iglesia, los muros se descomponían en diseños que configuraban inscripciones en un idioma que mi mente se negaba a decodificar. Y entonces lo observé.
Alan Prado (AMEP 11:11).
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