El Sendero de los Iluminados: El Resplandor de la Oscuridad

Por Alan Prado

Las sociedades que, a lo largo de la historia y en la actualidad, han provocado los mayores estragos en el mundo son aquellas que han puesto su atención en las creencias.

En cambio, la mayoría de las personas busca transformar la realidad centrándose en las acciones y conductas. Continúan convencidos de que hay una forma de transformar la realidad con una acción. Así que todos se apresuran de un lado a otro, vueltos locos en su búsqueda de ideas sobre qué camino tomar.
La atención se centra en la acción en lugar de en la creencia.
No obstante, han existido grupos radicales en las sociedades que buscan transformar la realidad a través del poder del pensamiento, en vez de la acción directa.

Son conscientes de que el pensamiento es el precursor de la acción.

《Si logras influir en los pensamientos de alguien, tendrás el poder de guiar también sus acciones》

El fenómeno contracorriente no se manifiesta con facilidad. En el ámbito de los movimientos sociales, se necesita ofrecer una chispa, un aliciente que inicie el contagio de esa radicalidad que fluye de individuo a individuo. Y esa chispa, curiosamente, solo se encuentra en la esfera del pensamiento. El pensamiento se ancla en la fe. En este preciso instante, el mundo se encuentra ante desafíos colosales, y es imperativo abordarlos desde el profundo nivel de nuestras creencias.

No es posible solucionar estos problemas a través de simplemente modificar comportamientos. En lugar de enfocarse en las acciones, traten de transformar las creencias subyacentes.

Una vez que transformamos una creencia, nuestra conducta se ajustará de forma natural. Sin embargo, vivimos en una sociedad que valora profundamente la acción. El occidente, en su esencia, ha optado por la vía de la acción, dejando de lado la serena introspección y la reflexión filosófica.

Se embarcan en una multitud de acciones para transformar o frenar el comportamiento de los demás, pero mientras no cambien las creencias que lo sustentan, sus esfuerzos serán en vano; la verdadera transformación radica en el corazón de las convicciones.

Existen dos caminos para transformar una creencia: el primero consiste en expandirla, enriqueciéndola con nuevas perspectivas; el segundo, en sustituirla por una visión totalmente diferente.

Sin embargo, es crucial que se elija uno de estos enfoques, pues de lo contrario, la conducta no se transformará, solo se verá momentáneamente alterada.
En otras palabras, las acciones regresarán.

Nadie actúa de manera inapropiada según su propia percepción de la realidad. Así que lo que necesitamos es transformar nuestra percepción del mundo.

Es fundamental transformar las creencias que rigen la vida de las personas, ya que son el cimiento de nuestro entendimiento del mundo. Solo un selecto grupo se siente motivado a aprovechar esta existencia para descubrir su verdadero ser y cultivar su espíritu.

Muchos humanos parten de este mundo tal como llegaron.

La conciencia no se nos ha concedido como un mero poder, sino como una profunda responsabilidad que primero hemos de aceptar ante nosotros mismos y luego frente al mundo que nos rodea. El ser humano debe convertirse en el dueño de su propio ser; sin ese dominio, no tiene nada y jamás podrá alcanzar nada.

La iluminación solo se revela para aquellos que la buscan con fervor, para quienes están listos a enfrentarse a sus propias sombras y a cultivar su interior con dedicación y tenacidad. Es crucial abrazar el silencio con ternura, la paciencia con firmeza y la sabiduría con intensidad para lograr ese anhelado despertar que tanto necesita este ser pensante, el hombre.

Este despertar reside en lo más profundo de nuestro espíritu. Los dioses, los mesías y las religiones que han dominado nuestra historia han caído en el olvido; aquellos textos sagrados y dogmas ya no tienen lugar en un mundo que anhela despertar.

La luz y la Verdad se entrelazan en el tejido de la realidad que construye nuestra sociedad, mientras el conocimiento da forma a nuestro mundo tangible. Así, el despertar se erige como el único refugio y el auténtico mensajero de nuestra existencia. Los mensajes siempre renacen, ya que la luz se esconde tras tu propia penumbra. Es en las noches más oscuras y solitarias cuando la aurora se asoma con mayor premura, trayendo consigo el brillo del nuevo día.

Alan Prado (AMEP 11:11).

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