Francisco Tomas Gonzalez

El régimen de la verdad y los rigores del formalismo

Por Francisco Tomás González Cabañas

“Cada sociedad tiene su régimen de verdad, su política general, de la verdad: es decir, los tipos de discurso que acoge y hace funcionar como verdaderos o falsos, el modo cómo se sancionan unos y otros; las técnicas y los procedimientos que están valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de quiénes están a cargo de decir lo que funciona como verdadero… La verdad está ligada circularmente a sistemas de poder que la producen y la sostienen, y a efectos de poder que induce y la prorrogan. La verdad se constituye en un régimen de la verdad. (Foucault, M. Verdad y poder. Ediciones Altaya. Barcelona. Página 143.) 

Cabría preguntarse, sí la verdad entonces es el elemento primordial que necesitamos los seres humanos. Desde una perspectiva filosófica, tal vez sí, pero convengamos que el común de los mortales, primigeniamente, se inclina por obtener felicidad, o mejor dicho esperar que se la entreguen o que se la concedan.

Esta felicidad, se convierte en lo deseable construido por parte de la sociedad, entendida como estructura o sistema, que hábilmente, o empoderada, sin que el cuerpo al que esta condicionándolo bajo su poder, se dé cuenta que actúa en libertad, pero no hace más que responder a los estímulos, las presiones o los condicionamientos, de buscar esa siempre, supuesta, libertad. 

“El poder promete libertad. El soberano es libre porque es capaz de recuperarse por completo a sí mismo en lo distinto. Según Hegel, Dios es libre porque es el poder de ser él mismo. Dios habita o erige un continuo absoluto de sí mismo. No hay ninguna ruptura, ningún desgarramiento en el que se pierda a sí mismo. No conoce nada radicalmente distinto en lo que él no fuera él mismo”. (Byung, Chul Han. Sobre el poder. Editorial Herder. Barcelona. Página 103).

El sujeto, entonces, en su condición de atado a, o fijado, detenido, no libre, sino sujetado, es hablado, pensado o sentido, es decir le hacen creer que necesita salirse de esa sujeción, para conformar la mortaja, o sistema que terminará con la posibilidad de cualquier fuga. Crédulamente, a riesgo de no perder lo más preciado, la posibilidad de libertad, en verdad lo pierde todo, dado que era libre, sino que deja de serlo, al ir en busca de ese supuesto de libertad, que nunca dejo de tenerlo, o que se lo recrearon, se lo resignificaron, reconstruyéndole una falta, que jamás fue constitutiva. 

Lacan en su seminario La ética del psicoanálisis escribió las profesiones imposibles freudianas: gobernar, educar y curar, en tanto que discursos y matemas. Entonces, además del Discurso del Amo, del Discurso Universitario, del Discurso del Analista, anotó la operación del “hacer-desear” como el Discurso de la Histeria.

Gobernar es imposible, porque de lo que se trata es de hacer desear. El deseo, creado o recreado por lo colectivo o lo social (que terminará en Leviatán), no es más que la falsa falta, de que el sujeto, debe dejar de ser tal e ir en busca de una libertad que lo terminará encarcelando, siempre. Sin embargo, esa energía que liberan cada uno de los seres humanos, cuestionados en su esencialidad, incluso sí ofrecen resistencia, genera el poder, mediante el cuál se determina la dinámica y la constitución misma de la, y de lo, político. 

El poder, como energía, precisa de formas, de conductos o ductos, de canales, de reglas y de instituciones, por donde circular, de qué manera o sentido y con que intencionalidad. 

En esta instancia es donde surge, el régimen de la verdad, del que nos hablaba Foucault, imprescindible para que el poder, opere responsable y culturalmente, sobre el sujeto, condicionado a desujetarse, impelido a ello, pero sin que nunca finalmente llegue a conseguirlo, dado que en verdad no lo quiere, ni lo deseó.

En cada una de las aldeas, en las que discurre nuestra existencia, se pueden observar las vigas, de las estructuras que determinan la composición de lugar, la escenografía que nos llevará a que digamos tal o cuál cosa, a que en definitiva, y por sobre todo, no nos opongamos a lo establecido, a lo que nos fue dado, o lo conformado. 

El régimen ocluye, por su condición de tal, el pensamiento crítico y el pensar. Hasta no hace mucho tiempo, mandaba a matar, a desaparecer o exterminar a los que se resistieran a tal imposición.  

Encontró una forma aún más sofisticada y efectiva de actuar. 

Silencia, mediante y gracias, a tu complicidad. La que encuentras como excusa, por intermedio de un rigor formal no cumplido, una norma no citada de acuerdo a los postulados de esa verdad de postureo, para no pensar en lo que ha quedado de humano, en el resto de lo que de ti hicieron, una vez que te inventaron esa falsa necesidad de salirte de tu pensamiento y sentimiento. 

No será cierto, pero eso es lo de menos, cada vez que te recuerden que podes saberlo, o sentirlo en tu cuerpo, ese otro del que sos parte, te esta diciendo o preguntando, sí es que vale la pena seguir viviendo bajo esa verdad que te decís que seguís creyendo.    

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