El negocio con la muerte
Por Guillermo Robles Ramírez
Las Autoridades y habitantes de la Región Carbonífera, coahuilense que abarca y comprende los municipios de Múzquiz, San Juan de Sabinas, Sabinas, Juárez y Progreso, han basado su economía en la extracción de carbón de “Villa”, yacimientos que fueron descubiertos casi a finales del siglo XIX.
Con la extracción del carbón llegó un auge económico de grandes proporciones que atrajo a gente de todo el país y del extranjero deseosa de obtener un salario para sostener decorosamente a sus familias.
El energético era extraído de la manera más rudimentaria en ese entonces y a la fecha en los llamados «pocitos» no ha cambiado mucho, pues siguen las mismas técnicas para su extracción.
Sin embargo, las minas cobran muy caro la riqueza que se extrae del subsuelo y por ello las tragedias mineras en las que han perdido la vida cientos de trabajadores, se siguen registrando ante la indiferencia de muchos y el dolor de los familiares.
Una de las peores tragedias que recuerdan los anales de la historia es la registrada en San Felipe del Hondo, municipio de Sabinas, Coahuila, donde en 1902 perdieron la vida más de 200 mineros de origen asiático aunque la verdadera cifra como en muchos otros casos no se conocerá jamás.
El gas grisú es el enemigo número uno de los mineros que al bajar al interior de las minas de carbón nunca saben si volverán a ver la luz del día.
En la actualidad a pesar de que existen equipos muy avanzados para la detención del gas grisú, metano o de los pantanos, siguen ocurriendo explosiones y aquí es donde habrá que preguntar quién falla, el equipo o los responsables de medir el porcentaje del gas.
Otra tragedia que cobró muchas vidas fue la ocurrida el 31 de marzo de 1969 en el mineral de Barroterán en la mina «Guadalupe», subsidiaria de Altos Hornos de México, fueron 153 trabajadores los que entraron a laborar en el turno de segunda y al sobrevivir la explosión quedaron en el interior 37 mineros cuyo rescate se prolongó por varios días.
El 29 de septiembre del 2001 una explosión de gas metano, grisú o de los pantanos terminó con la vida de 12 mineros que cubrían el turno de primera en un pozo de carbón denominado «La Morita» ubicado en el ejido Santa Marías.
En febrero de 2006 ocurrió otra tragedia que mantuvo 65 mineros bajo tierra quedando atrapados por la misma explosión ocurrida siendo ésta una de las que dejó mayor huella y dolor para los coahuilenses y posteriormente se ha seguido presentando el mismo accidente. Pero indudablemente la ocurrida en el 2006 conocido simplemente como la explosión de Pasta de Conchos, ha dejado una huella que nunca se borrara no solo para los habitantes de San Juan de Sabinas, sino para los coahuilenses.
Como ocurrieron en los casos mencionados, pero aun en los más recientes y me atrevo a decir que en los futuros, que cuando se habla de modernidad, el rescate de los cuerpos siempre ha sido lento y la agonía de los familiares eterna, todo porque se carece del equipo necesario para hacer frente a un siniestro de esta naturaleza.
Aquí cabe hacer una reflexión del trabajo que realiza la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, porque un solo inspector tiene bajo su responsabilidad la vigilancia más de 8 pozos carboneros los que tienen que inspeccionar personalmente para conocer el porcentaje de gas que no debe pasar del 2 por ciento.
En los llamados «pocitos» de carbón no se cuenta con el equipo necesario para detección del metano y los aparatos con los que lo miden no están calibrados como debe ser porque carecen de mantenimiento adecuado ya que en su mayoría son sacados de las empresas clandestinamente.
Las medidas de seguridad son sinónimos de corrupción porque al menos en la tragedia de la mina “La Morita” había voces de alerta desde días antes al igual que en otras tragedias, sin embargo, nadie hizo caso en su momento o no quisieron poner atención a lo que se veía venir.
Los pozos de carbón que en la región suman más de 150 entre registrados y clandestinos siguen siendo una bomba de tiempo ante la apatía y complacencia de las autoridades de la Secretaría del Trabajo y Prevención Social que no tienen la preocupación de vigilar e inspeccionar las medidas de seguridad en las que laboran cientos de mineros que tienen necesidad de llevar a sus hogares el sustento diario.
Tan rudimentario es el equipo que utilizan los trabajadores para ingresar al interior de un pozo carbonero que al visitar esos lugares parece que nada ha cambiado y seguimos en otro siglo donde no se conocían los avances de la tecnología.
Utilizan un «tambo» o tonel de los utilizados para almacenar aceite o petróleo, teniendo capacidad para meter a dos personas y bajan de un cable de acero que se mueve por medio de un motor de gasolina y es conocido como malacate.
Los pozos carboneros tienen por lo regular un tiro vertical de hasta 60 metros y de ahí se derriban en túneles para la extracción del carbón que es sacado de la misma forma y amontado a un lado en espera del comprador.
Mientras los concesionarios siguen lucrando con la vida de las personas y las autoridades correspondientes no hagan nada, sino solamente aparecen a la hora de los accidentes, tal pareciera que también son utilizados los mineros como reflectores políticos para ganarse sus cinco minutos de fama por medio de la muerte o la huesuda. (Premio Estatal de Periodismo 2011 y 2013, Presea Trayectoria Antonio Estrada Salazar 2018, finalista en Excelencia Periodística 2018 representando a México, Presea Trayectoria Humberto Gaona Silva 2023) www.intersip.org
Deja un comentario